Lado a lado. Edward T. Welch

Lado a lado - Edward T. Welch


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      Para

      Sharon

      Contenido

       Introducción Lado a Lado: Necesitado y Necesario

       Parte 1 Estamos Necesitados

       1 La vida es difícil

       2 Nuestros corazones están ocupados

       3 El encuentro de circunstancias difíciles con corazones ocupados

       4 El pecado pesa mucho

       5 Pide ayuda al Señor

       6 Pide ayuda a los demás

       Parte 2 Somos Necesarios

       7 Recuerda: Tenemos al Espíritu

       8 Acérquense y salúdense unos a otros

       9 Ten conversaciones profundas

       10 Ve lo bueno, disfrútense unos a otros

       11 Caminen juntos, Cuenten historias

       12 Ten Compasión durante los problemas

       13 Ora en medio de los problemas

       14 Estén alertas ante las artimañas de Satanás

       15 Prepárate para hablar sobre el pecado

       16 Ayuda a los que comparten tu condición de pecador

       17 No te olvides de la historia

       Conclusión Una comunidad funciona mejor lado a lado

       Otros Títulos de Publicaciones Faro de Gracia

      Lado a Lado: Necesitado y Necesario

      Este libro identifica las habilidades que necesitamos para ayudarnos unos a otros.

      Es para todos—amigos, padres, incluso vecinos.

      En el camino encontraremos que a Dios le agrada usar personas ordinarias, conversaciones ordinarias y amor sabio y extraordinario para hacer el trabajo pesado en Su reino.

      La idea básica es que aquellos quienes ayudan mejor son aquellos quienes necesitan ayuda y dan ayuda. Una comunidad saludable depende de que todos nosotros seamos esos dos tipos de persona. Así que el libro está dividido en dos partes. La primera parte te guía a compartir tus cargas; la segunda parte te guía a sobrellevar las cargas de otros.

      Todos necesitamos ayuda—esto simplemente es parte de lo que significa ser humano.

      La ayuda que necesitamos va más allá de cosas como pintar nuestra casa o encontrar un buen mecánico. Es mucho más profunda que eso. Necesitamos ayuda para nuestras almas, especialmente cuando estamos pasando por dificultades. La ayuda puede ser tan sencilla como conectarte con alguien que te comprenda o a alguien que sinceramente te diga, “Cuanto lo siento”. No fuimos diseñados para atravesar solos las situaciones difíciles.

      Pero no es fácil pedir ayuda. Pasamos mucho tiempo escondiendo nuestra necesidad porque tenemos miedo de lo que las personas van a pensar. Hablando personalmente, la mayoría de los días estoy feliz de brindar ayuda y reacio a pedirla. Para mí, el estar necesitado es una señal de debilidad, y, si se me da la opción, prefiero parecer fuerte o al menos competente.

      Aun así, la debilidad—o necesidad—es un recurso valioso en la comunidad de Dios. Jesús inauguró una nueva era en la que la debilidad es ahora la fuerza. Cualquier cosa que nos recuerde que somos dependientes de Dios y de otras personas es algo bueno. De otra manera, nos engañamos al pensar que somos autosuficientes, algo que seguramente viene seguido de la arrogancia. Necesitamos ayuda, y Dios nos ha dado Su Espíritu y nos ha dado los unos a los otros para proveerla.

      Todos somos ayudantes—esto también es parte de ser humano. Un niño pequeño está más satisfecho cuando ayuda a sus padres a cocinar o limpiar. Ellos se deleitan en contribuir en el hogar. En esto, ellos ilustran cómo Dios ha dado dones a todas las personas “para provecho” (1 Corintios 12:7), y todos los dones son necesarios. No existe la persona innecesaria.

      En realidad, ofrecemos ayuda tan frecuentemente que podría ser que ni siquiera estemos conscientes de ello. Escuchamos a un compañero de cuarto o un cónyuge sobre sus dificultades en el trabajo, compadecemos a un amigo quien está lleno de temores, damos consejo al miembro de nuestro pequeño grupo de estudio quien está pasando por una relación difícil, preguntamos cómo podemos orar.

      Fuimos hechos para vivir de esa manera. Fuimos hechos para caminar lado a lado, un cuerpo interdependiente de personas débiles. Dios se complace en hacernos crecer y cambiarnos por medio de la ayuda de personas quienes han sido recreadas en Cristo y capacitadas por el Espíritu. Así es como funciona la vida en la iglesia.

      Y aun así llega el miedo. Tenemos miedo a saltar hacia las complejidades de la vida de una persona. ¿Quiénes somos para ayudar a alguien más? Tenemos problemas al por mayor. Nuestro pasado hace del presente un desorden. El pecado siempre amenaza con alcanzarnos. ¿Y quién no tiene un desorden psicológico? Nos sentimos destrozados y tememos que solo vamos a hacer las cosas peor para los demás. Nos sentimos incompetentes.

      En nuestra era consultamos expertos, profesionales y especialistas, pero cuando observas tu propia historia de cómo has sido ayudado, probablemente te darás cuenta que son muy pocos los expertos que te han ayudado. ¿Quiénes fueron tu ayuda? ¿Eran consejeros profesionales o especialistas? Probablemente no. Más frecuentemente, ellos eran amigos—las personas habituales cotidianas en tu vida. Los amigos son la mejor ayuda. Ellos vienen pre-empacados con compasión y amor. Todo lo que ellos necesitan es sabiduría, y está disponible para todos.

      Es el sistema perfecto. Si Dios usara únicamente expertos y personas de renombre, algunos podrían jactarse de su propia sabiduría, pero la forma en que Dios hace las cosas no es igual a la nuestra. A nosotros, las personas ordinarias, se nos ha dado el poder y sabiduría a través del Espíritu Santo y somos llamados a amar a otros (Juan 13:34). Desde el principio, somos obligados a acercarnos a otros y no apartarnos.

      Así que estoy escribiendo para personas como yo, quienes están dispuestas a acercarse a otras personas que están en dificultades pero no están seguros de poder decir o hacer algo muy útil.


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