El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way

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de estar teniendo alucinaciones porque le pareció que su preciosa Elaine se había detenido a los pies de su cama.

      –¿Eres tú, Elaine? –susurró Selwyn tratando de incorporarse.

      Ella no habló, pero se le acercó más, como un espíritu listo para encargarse de su alma.

      La imagen se hizo más clara. Sí, era Elaine, resplandeciente.

      Y Selwyn no tuvo miedo, sino que quiso irse con ella.

      Selwyn Chancellor extendió la mano para tomar la de su esposa.

      Y se fue con ella.

      Capítulo 1

      DAMON Hunter estaba metiendo unos papeles en la cartera cuando Marcus Bradfield entró en el despacho con expresión solemne. Marcus Bradfield tenía un bonito rostro de mediana edad al que el exceso de grasa en las mejillas le confería un aire angelical.

      –Malas noticias.

      Damon dejó lo que estaba haciendo y miró a su jefe a los ojos.

      –No me lo digas, Selwyn Chancellor ha muerto.

      –Eso es –Bradfield se dejó caer en uno de los sillones delante del escritorio de Damon.

      Bradfield era un hombre acaudalado, de familia rica, respetado, un miembro de la élite de la ciudad. Su abuelo, Patrick Bradfield, había sido uno de los fundadores de Bradfield Douglass.

      –Maurice me ha telefoneado –una leve sonrisa cruzó el rostro de Bradfield–. Ha fingido estar muy dolido, pero no le ha salido bien del todo.

      –No me extraña que le haya costado, teniendo en cuenta lo contento que debe estar –comentó Damon. No aguantaba a Maurice Chancellor ni a su hijo, Troy–. ¿Por qué no me ha llamado a mí también? Al fin y al cabo, soy yo el encargado del testamento.

      –Maurice prefiere hablar con los altos cargos, Damon –contestó Bradfield con una sonrisa cínica–. Selwyn Chancellor llevaba años como cliente de este despacho de abogados. Yo soy socio del despacho. Tú aún eres un empleado. ¿No es así?

      –Y, sin duda, se me ofrecerá ser socio de la empresa en el futuro –comentó Damon, consciente de que era verdad. Había conseguido clientes para la empresa. De hecho, su nombre se estaba haciendo conocido en el mundo de los negocios–. En cualquier caso, sigo pensando que, después de hablar contigo, debería haberme llamado. Habría sido lo correcto.

      –El pobre estaba destrozado –dijo Bradfield con una sonrisa irónica–. Le dije que te lo diría.

      –¡Sigue sin parecerme bien! ¿Te ha dicho si se ha puesto en contacto con Carol Emmett, su sobrina? Aunque lleven años sin ponerse en contacto, hay que informarle de la muerte de su abuelo.

      –No ha mencionado a Carol –Bradfield hizo un gesto con la mano de no darle importancia–. Además, ¿por qué iba a hacerlo? Hace años que ni se hablan. Y, hablando de Carol, vaya chica guapa. E indomable, por lo que he oído.

      –Simplemente joven –declaró Damon–. Y hay que decírselo.

      –¿Me equivoco al suponer que el viejo no se ha olvidado de ella en el testamento? –preguntó Bradfield mirando a Damon fijamente a los ojos.

      –No, no se ha olvidado de ella –respondió Damon con expresión neutral–. Era su nieta.

      –¡Nunca le hizo caso! –exclamó Bradfield con un brillo acusatorio en sus ojos azules. Marcus era un hombre de familia con tres hijas en edad de casarse.

      –Eso tú no lo sabes.

      Marcus le miró fija y prolongadamente.

      –Damon, sabes tan bien como yo que la familia prácticamente la abandonó, a ella y también a su madre. Y hablando de Roxanne… ¡esa sí que es de cuidado! Bastante ligera de cascos, nadie le tenía mucho aprecio. Deberías oír lo que dice mi mujer. Ah, y otra cosa, chico…

      –No soy un chico, Marcus.

      –Y otra cosa… Maurice no quiere que nadie se entere de la muerte de su padre hasta mañana, momento en el que informará a los medios de comunicación. Selwyn Chancellor era un hombre muy importante. Puede incluso que el primer ministro quiera un funeral de Estado.

      –¿En contra de la voluntad de Selwyn Chancellor? –Damon sacudió la cabeza–. Dejó claro que quería un funeral discreto, con su familia y los amigos más cercanos, nada más. Dejó estipulado que se le enterrara en el jardín de su casa de campo, Beaumont, donde supongo que ha muerto. Y dejó claro que quería que Carol asistiera al funeral.

      –¿Pero no Jeff ni Roxanne? –preguntó Bradfield, como si se hubieran violado las reglas sociales.

      –No, ellos no. Puede que Jeff Emmett sea uno de tus amigos de juventud, pero dejó claro que ni él ni Roxanne aparecieran en el funeral.

      –Así que nunca llegó a olvidar, ¿eh? Todo el mundo sabe que Selwyn y su mujer… ¿cómo se llamaba?

      –Elaine –respondió Damon.

      –Bien, que Selwyn y Elaine culparon a Roxanne por la muerte de Adam, su heredero. Aunque admito que su muerte fue algo sospechosa: mientras navegaban, Adam se da un golpe en la cabeza con la botavara y se cae por la borda, Roxanne trata de lanzarle boyas, pero están atadas; le echa los cojines que tiene a mano, cualquier cosa que flote. Entretanto, el barco sigue navegando a unos ocho nudos por hora.

      –Roxanne no sabía nadar, eso es verdad. Y la creyeron.

      –No todo el mundo –Bradfield suspiró–. Mi mujer, por ejemplo, nunca la creyó. El viejo Selwyn tampoco, y Elaine mucho menos. Elaine nunca aceptó lo de la muerte por accidente. Los dos somos aficionados a la vela, por lo tanto, sabemos que pueden ocurrir muchas cosas mientras se navega. Pero los padres de Adam Chancellor siempre consideraron a su nuera una homicida.

      –Quizá con razón –sugirió Damon–. Es innegable que se comportó de forma muy extraña justo después del accidente: ni una lágrima, siempre impecablemente vestida. Por supuesto, eso no la convierte en una asesina. Pero todo fue muy extraño, por lo que he visto después de leer todo lo que se escribió al respecto.

      Bradfield se miró las manos, como si en ellas pudiera encontrar la respuesta.

      –Lo único que podemos hacer es especular, y eso no nos conducirá a ninguna parte. Además, aquello pasó hace años, todo el mundo lo ha olvidado.

      –Eso no es verdad, Marcus.

      –No entiendo a qué viene tanto interés –dijo Bradfield, que quería olvidar el asunto–. El veredicto es lo que cuenta. Jeff Emmett hizo lo correcto: adoptó a la hija de Roxanne al poco tiempo de casarse con ella.

      –Estoy convencido de que Roxanne le obligó a ello –Damon agarró su cartera–. Bueno, creo que me voy ya. Ha sido un día de mucho trabajo.

      Hacía ya un tiempo que Damon era el primero en llegar a la oficina y el último en marcharse.

      Marcus se puso en pie trabajosamente. Había engordado mucho los últimos años.

      –Sí, yo también. En fin, ponte en contacto con tu cliente lo antes posible.

      Damon se encaminó hacia la puerta.

      –Eso pensaba hacer.

      Bradfield le puso una mano en el hombro, haciéndole detenerse.

      –¿Vas a venir el sábado por la noche?

      –No me lo perdería por nada del mundo –respondió Damon aparentando más entusiasmo del que sentía. En realidad, no tenía ninguna gana de ir a la fiesta de cumpleaños de Julie Bradfield, que cumplía treinta.

      –No hago más que rezar para que mi Julie encuentre un buen marido –le confió Marcus.

      Damon


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