La paz sin engaños. Mario Ramírez-Orozco
Unión Patriótica
UPAC Unidades de Poder Adquisitivo Constante
UPTC Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
URNG Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca
Agradecimientos
Es mi obligación agradecer a los siguientes centros académicos, que de manera indirecta facilitaron la preparación del presente estudio, al permitir mi participación en sus cursos, seminarios o encuentros. A la UNAM, Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC); Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CIICH), Instituto de Investigaciones Económicas (IEE); a la Asociación Mexicana de Estudios del Caribe (AMEC); a la Cátedra UNESCO; a la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México; al Det Norske Nobelinstitutt (Instituto Nobel de Noruega); al Nobels Fredssenter (Centro de Paz del Nobel, Oslo); a Telemark University College de Noruega; a la Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y el Caribe (FIEALC); a la Universidad de Osaka; a la Universidad de Sofía, Tokio; al Institut des Hautes Etudes de l'Amérique latine (IHEA), París; y en Noruega, a la Universidad de Bergen; a la Universidad de Oslo y a Telemark University College. Y por haberme facilitado sus bibliotecas y base de datos agradezco al CIALC y a su Biblioteca “Simón Bolívar”, UNAM, Ciudad Universitaria, México D. F.; al Nobelinstituttets bibliotek, en Oslo, y al IHEAL, y su biblioteca “Pierre-Monbeig”, en París. Así mismo, ha sido muy importante el apoyo de la DGEP, Dirección General de Estudios de Posgrado de la UNAM, por concederme la beca de excelencia OF.DGEP/SPIAP/PB-/2648/2002.
Prólogo
El largo conflicto colombiano ha generado muchos debates en América Latina. Desde su gestación a mediados del siglo pasado, cuando en 1948 sucedió el llamado “Bogotazo”, tras el asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán, derivando este acontecimiento en la aparición de gran cantidad de movimientos armados de todo tipo, donde se confrontaban los liberales y conservadores, y posteriormente lo propio de la Guerra Fría, donde todas las variables del mosaico de ideologías de la izquierda armada hicieron su ingreso al escenario colombiano, se desprendieron grandes polémicas: ¿es una guerra civil prolongada o no?, ¿es una guerra contra una clase dominante bipartidista y excluyente?, ¿o se fue conformando una guerra cuyos actores principales que no se acogieron a los procesos de paz de los años ochenta y noventa, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), se convirtieron en un grupo que derivó en actividades de narcotráfico y otras modalidades como el secuestro prolongado de líderes políticos, empresariales, policíacos y militares?
Al contrario de lo sucedido en América Central durante los años noventa, donde todos los grupos armados existentes, tanto de izquierda como de derecha, se desmovilizaron en procesos de paz que fueron negociados con la mediación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y se insertaron a los procesos políticos de sus países, en Colombia no se logró encauzar la reinserción de los grupos armados en la misma dirección. Por el contrario, en el país andino los que no se desmovilizaron crecieron en poder de fuego, se construyeron nuevos ejércitos de paramilitares vinculados a los grandes propietarios de tierras y también realizando actividades de producción y comercio de drogas, y las fuerzas armadas y policíacas aumentaron su poder de fuego, se fortalecieron sus procesos de profesionalización y Estados Unidos entró en escena mediante el Plan Colombia.
En Colombia, tanto su gobierno como el de Estados Unidos, se habla constantemente de que existe un fenómeno terrorista y que este se vincula a las actividades de narcotráfico. En este contexto se abren las puertas a programas de respaldo a su combate y a los gobernantes la población les otorga legitimidad para luchar contra el “mal”. Esta sería una diferencia notable respecto al combate al narcotráfico en otras partes de América Latina, pues los gobiernos evaden el empleo de las palabras “terrorismo” o “narcoterrorismo”, dadas sus consecuencias en el ámbito de lo político y lo que implica en materia de resguardo —o violación— de garantías individuales.
Todo este proceso se analiza a detalle en el libro de Mario Ramírez-Orozco, profesor de la Telemark University College de Noruega. La paz sin engaños. Estrategias de solución para el conflicto colombiano, se vuelve un texto necesario para la comprensión de la gran crisis que envuelve a ese país. Su autor, desde las ventajas que ofrece la distancia para analizar la realidad de su país, tomando como base el concepto de paz estructural, hace una rigurosa revisión de la gran cantidad de intentos de pacificación desde 1949, culminando el análisis en el 2010. Para su autor, la paz y la violencia están conviviendo como fenómenos contrapuestos. Si no hay paz estructural se desarrolla en gran escala la violencia en Colombia. El concepto de paz estructural significa que paz no solo es ausencia de guerra, sino que es la presencia de una gran cantidad de variables que permiten a un grupo social o a la población entera de un país estar satisfecho en sus necesidades de salud, educación, vivienda, libertades, justicia, etcétera. Mientras más ausencia exista de estas condiciones mínimas que le den satisfacción a las necesidades de un pueblo, más potencialidad existe para la explosividad social. Si esto se convierte en una condición permanente de ausencia de los condicionantes mínimos, entonces crece y se despliega la “violencia estructural”.
En su análisis de los “procesos de paz” existentes en Colombia desde 1949, Mario Ramírez-Orozco los cataloga en la parte segunda del libro por periodos gubernamentales, señalando que han sido procesos de corta vida, incompletos, que buscan el desarme de los grupos alzados en armas sin ofrecer garantías y sin tener la voluntad de construir mejores condiciones de vida para la población. El autor desglosa los componentes específicos de cada periodo y destaca las limitaciones de cada propuesta gubernamental, siendo una constante que las ofertas de paz se asimilan a las ofertas que se dan cuando hay competencias por la presidencia de los países: se ofrece “todo” sin tener una estrategia real para implementarlo, sin hacer las alianzas que son mínimas para su viabilidad y sustentabilidad, y finalmente la “paz” es componente más de cualquier programa o discurso de gobierno sin ser una política deseada por el gobernante en turno. Simplemente la paz es uno más de los discursos gubernamentales.
Una de las partes que sobresale en el libro por su rigurosidad es la que analiza la estructura económica y social de Colombia, destacando el poder de los señores de la tierra. Este capítulo hace hincapié en una gran contradicción: un país muy rico por la provisión que la naturaleza le dio, con una concentración de la riqueza extremadamente alta. De allí se desprende el poder de las élites agrarias, por ejemplo, las cafetaleras. Ese poder llevó a que el Estado no pudiera ejercer su presencia en todo el territorio nacional y provocó que los terratenientes fueran los que impusieran su propia ley. Por ello, los movimientos de protesta campesina muy rápidamente se transformaron en la mayoría de los casos en grupos que ejercían la violencia armada, y la configuración de ejércitos privados financiados por los terratenientes fue una condición que se dio desde el siglo XIX. En otras palabras, había una especie de feudalismo, y las fuerzas de la “modernidad” no pudieron contener y acotar a los dueños de la tierra. Por eso los enfrentamientos entre guerrillas, grupos paramilitares y ahora también grupos vinculados al narcotráfico se da básicamente en las zonas rurales.
Otro factor analizado a profundidad por el autor es el cambio de élites en Colombia a medida que avanzó la “modernización obligada”, la industrialización y se creó una clase moderna que se apropió del Estado en un pacto ente los liberales y los conservadores después del Bogotazo y la crisis de 1948. Este pacto construyó una coalición de gobierno tan sólida que, a pesar de darse la existencia de condiciones para que hubiera un golpe de Estado, como sucedió en la gran mayoría de los países de América del Sur para contener movimientos rebeldes de izquierda, en Colombia esta “oligarquía democrática” fue funcional a la estrategia de contrainsurgencia y a la construcción incluso legal de un Estado de Seguridad Nacional. Así, a la oligarquía tradicional agrícola se le agregaron las élites urbanas y las fuerzas militares.
En la parte cuarta del libro, donde se analizan las estrategias estructurales de paz, se comparan los procesos de paz colombianos con los de otras partes del mundo. Ese es uno de los aspectos más valiosos de este capítulo.