Ravensong. La canción del cuervo. TJ Klune

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algo precioso y roto. Y quizás lo era, para ellos. Pero no duró, porque papá sabía de lo que yo era capaz. En lo que me convertiría. Pasé dos meses en casa antes de que me llevara sobre su espalda hacia los árboles para contarme lo que significaba ser un Alfa.

      Estaba sonriendo. Podía oírlo. Cielos, cuánto dolía, maldición.

      Sabía a dónde quería llegar. Quién faltaba.

      –Mark –dijo Joe.

      –No.

      –Yo no podía entender qué era. Por qué parecía que estaba con nosotros pero en realidad no. Hay una señal. Es química. Es el aroma de lo que estás sintiendo. Es como si… sudaras tus emociones. Y él estaba feliz y se reía. Se enojaba. Se quedaba callado y malhumorado. Pero siempre había algo azul en él. Simplemente… azul. Era como cuando mi madre pasaba por una de sus fases. A veces, vibraba. Otras veces, estaba furiosa. Era intensa y orgullosa, y triunfante. Pero luego todo se ponía azul y yo no lo entendía. Era azul e índigo y zafiro. Era azul de Prusia y azul marino y azul cielo. Y luego era azul medianoche, y lo comprendí. Mark era medianoche. Mark estaba triste. Mark estaba azul. Y eso era parte de él desde que yo tenía memoria. Quizás siempre había sido así y yo no me había dado cuenta. Pero como no podía hablar porque tenía miedo de gritar, observé. Y lo vi. Está con nosotros ahora. En nuestra piel. Puedo verlo en ti, pero enterrado debajo de toda la furia. De toda la rabia.

      –No sabes de qué mierda estás hablando –mascullé con los dientes apretados.

      –Lo sé –admitió–. Después de todo, no soy más que un niño al que le quitaron todo. ¿Cómo voy a saber lo que es la pérdida?

      Después de eso, no volvimos a hablar por un largo rato.

      En el pueblo fronterizo de Portal, nos cruzamos con un lobo. Gimió al vernos: las chaquetas de cuero, el polvo del camino en las botas. Estábamos cansados y perdidos, y las fosas nasales de Joe aletearon cuando empujó al lobo contra la pared en un callejón. La lluvia no había parado en días.

      Pero los ojos del lobo brillaron violetas en la oscuridad.

      –Por favor, déjenme ir –suplicó–. No me lastimen. No soy como ellos. No soy como él. No quería lastimar a nadie. No debería haber ido nunca a Green Creek…

      Carter y Kelly gruñeron y se les alargaron los dientes.

      –¿Por qué fuiste a Green Creek? –preguntó Joe, la voz suave y peligrosa.

      –Creyeron que ustedes se habían marchado –tembló el lobo–. No había Alfa. Era territorio sin protección. Nosotros… él pensó que podríamos colarnos. Que si nos apoderábamos de él, Richard Collins nos recompensaría. Nos daría cualquier cosa que quisiéramos, cualquier cosa que…

      La sangre se escurrió por la mano que Joe tenía alrededor de su cuello.

      –¿Los lastimaron? –preguntó.

      El Omega negó furiosamente mientras Joe lo ahogaba con un apretón cada vez más fuerte.

      –Eran pocos, pero… Oh, cielos, eran una manada. Eran mucho más fuertes que nosotros, y ese maldito humano, dijo que se llamaba Ox

      –No se te ocurra decir su nombre –le gruñó Joe en la cara–. No tienes derecho a decir su nombre.

      El Omega gimoteó.

      –Algunos de nosotros no queríamos estar allí. Yo solo quería… Lo único que yo quería era formar parte de una manada de nuevo, no… Fue misericordioso con nosotros. Nos dejó salir del pueblo. Y corrí. Corrí lo más rápido que pude, y les prometo que no volveré. Por favor, no me lastimen. Déjenme ir y no volverán a verme nunca más, lo juro. Siento su tirón. En la mente. Estoy perdiendo la cabeza, pero juro que no volverán a verme. Nunca…

      Por un momento, pensé que Joe no le haría caso.

      Por un momento, pensé que Joe le destrozaría la garganta al Omega.

      –Joe –dije.

      Giró la cabeza bruscamente para mirarme. Tenía los ojos rojos.

      –No lo hagas. No vale la pena.

      Pelo blanco empezó a surgirle por el rostro mientras comenzaba a transformarse.

      –¿Está diciendo la verdad?

      Joe asintió.

      –Entonces, Ox lo dejó vivir. No le quites eso. No aquí. No ahora. No querría eso.

      El rojo se desvaneció de los ojos del Alfa.

      El Omega se desplomó contra la pared y se dejó caer, llorando.

      Carter y Kelly alejaron a su hermano del callejón.

      Me agaché frente al Omega. Su cuello estaba sanando lentamente. La sangre goteaba sobre su chaqueta.

      Diluviaba.

      –¿Había lobos? ¿Con el humano? –pregunté. El Omega asintió con lentitud–. Un lobo castaño. Grande.

      –Sí –confirmó–. Sí, sí.

      –¿Fue herido?

      –No creo… no. Me parece que no. Todo sucedió tan rápido, fue…

      –Richard Collins. ¿Dónde está?

      –No puedo…

      –Puedes –dije y me subí la manga derecha de la chaqueta. La lluvia se sentía helada contra la piel–. Y lo harás.

      –Tioga –contestó, boquiabierto–. Ha estado en Tioga. Los Omegas fueron a verlo y les dijo que esperaran. Que su hora llegaría.

      –Está bien. Ey, cálmate. Necesito que me escuches, ¿entendido?

      Tenía los ojos abiertos como platos.

      –¿Lo sigues oyendo? ¿Sigues oyendo su llamado? En tu mente. Como un Alfa.

      –Sí, sí, no puedo, es demasiado fuerte, es como si hubiera algo más, y él me está llamando, nos está llamando a todos nosotros a que…

      –Bien. Gracias. Eso es lo que necesitaba escuchar. ¿Sabías que hay minas debajo de este pueblo?

      Su pecho se agitó.

      –Por favor, por favor, no iré a verlo por más fuerte que me llame. No importa lo que haga, no…

      –Eres un Omega. No importará. Vive lo suficiente y perderás la cabeza. Lo has dicho tú mismo.

      –No, no, nonono, no

      Chasqueé los dedos frente a su cara.

      –Concéntrate. Te hice una pregunta. ¿Sabías que hay minas debajo del pueblo?

      Movió la cabeza de un lado a otro. Parecía estar sufriendo mucho.

      –No son más que grava y arena. Pero si cavas profundo, si te hundes en la tierra, encontrarás cosas que estaban perdidas.

      –¿Qué demonios eres…?

      Presioné la mano contra el suelo. Las alas del cuervo se estremecieron. Dos líneas onduladas en mi brazo se encendieron. Inspiré. Exhalé. Estaba allí. Nada más tenía que encontrarlo. No era igual que en casa. Aquí era más difícil. Green Creek era diferente. No me había dado cuenta de cuánto.

      –Brujo –siseó el Omega.

      –Sí –reconocí en voz baja–. Y tú acabas de tener las garras de un Alfa en la garganta y has sobrevivido para contar el cuento. Fuiste a mi hogar y se te mostró misericordia. Pero yo no soy un lobo, ni soy precisamente un humano. Hay vetas en lo profundo de la tierra. A veces,


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