Danzando con el diablo. Meyling Soza

Danzando con el diablo - Meyling Soza


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un cheque por cincuenta mil dólares, lo menos que merezco es que la protagonista me mire a los ojos.

      Cuando escuché la cantidad, me detuve en seco e hice caer uno de mis tacones. No tenía idea de cómo él estaba tan cerca de mí, se inclinó y me dio el zapato.

      —Gracias por su ayuda —dije sin apartar mis ojos de la oscuridad que había en los suyos.

      —¿Y si me lo agradece con una cena? —Una sonrisa burlesca cruzó su rostro.

      —No, gracias.

      Di la vuelta y continué, sus pasos venían detrás de mí y cuando miré el edificio de mi apartamento, sonreí. Antes de que pudiera llegar a la puerta, sus manos me retuvieron, haciéndome girar.

      —Usted es una hermosa joven, mucho más guapa que la anterior. —De inmediato, pensé en Erín—. Esos labios gruesos me han tentado durante dos horas, merezco probarlos.

      Se inclinó hasta rozar un poco mi boca, sus manos presionaban con fuerza las mías, así las inmovilizaba, sus labios intentaron abrir los míos y en un reflejo de mi adversidad al peligro, levanté mi rodilla hasta estrellarla en su ingle.

      Me soltó, se inclinó hacia adelante, su rostro estaba pálido y respiraba con dificultad.

      —¡Me pone una mano encima y lo denuncio! —En mi voz era visible la furia.

      —Esto te costará muy caro —susurró aún con dificultad.

      Me di la vuelta y corrí hacia el edificio, mis piernas empezaban a perder fuerza, Erín y Susana venían saliendo de la cafetería, cuando las vi, corrí hacia mi habitación, no quería que me vieran todavía, mucho menos hablar.

      Venían tras de mí y aunque me llamaron varias veces, nunca volteé a verlas. Cuando llegué a la habitación, me desplomé a orillas de mi cama y comencé a llorar.

      —Luciana, ¿qué pasa? —Susana se acercó con suavidad, me abracé a ella.

      Entre sollozos y largas pausas, conté todo lo que había sucedido, logré ver cómo el color se les escapó a ambas del rostro. Pronto Erín también estaba sentada a mi lado en la alfombra.

      —Hay que denunciarlo. ¿Alguna vez te insinuó algo? —Susana le hablaba con enojo a Erín, ahora ella me cuidaba.

      —No, fue un poco frío y cortante cuando lo conocí, con costo me dio su mano —susurró Erín, consternada

      —Debemos decirle a la señorita Griffin —concluyó Susana, Erín asintió.

      —No, si lo hacemos, retirará los fondos. No creo que vuelva a hacer algo.

      —¿Estás segura? —Las dos me miraron con confusión.

      —Sí, pero las necesito siempre a mi lado.

      Ellas asintieron y me abrazaron, esa noche Erín se quedó a dormir con nosotras, fue imposible conciliar el sueño; mis sueños eran invadidos por penetrantes miradas negras y unos labios que sabían a amargura y sangre.

      No estaba segura de lo que sentía en ese momento, estaba alterada por la situación, jamás había sido forzada a hacer algo, menos por un hombre.

      Temía que mi autodefensa hubiese echado a perder la obra y que el abusivo hombre retirara los fondos, sabía que Erín nunca había pasado por eso, pero ¿lo hicieron las otras chicas? ¿Qué podía hacer si volvía a verlo? ¿Qué haría él? Entre dudas y pesadillas, el reloj marcó las cinco del siguiente día.

      Mis ensayos iniciaban a las siete de la mañana y no iba a permitir que una mala experiencia arruinara el arduo trabajo que mis compañeros, maestros y yo habíamos hecho.

      Mi rostro en el espejo era fatal. Sin embargo, no podía hacer mucho por él. Ignoré las ojeras y los ojos un tanto hinchados. Busqué el salón de ensayo, dejé a mis amigas dormir un poco más.

      Antes de mi llegada, la llamada de Lina alegró mucho mi mañana, tenía alrededor de media hora de estar comprometida y yo era la primera en saberlo, creo que grité un minuto completo en los pasillos de las habitaciones, luego corrí antes que alguien me viera.

      El gran salón donde hice mi audición lucía hermoso, iluminado por los rayos de sol que atravesaban los ventanales en todo el alrededor del espacio. Cuando todos me vieron, comenzaron a aplaudir, no sabía por qué. La señorita Alonso me comunicó que el doctor Macall había donado cien mil dólares para la obra, el mayor donativo jamás percibido y él dejó muy claro que solo lo había hecho por mí.

      No entendía por qué lo había hecho, pensaba comprarme o quizá comprar a mis superiores, simplemente sentí náuseas.

      La llegada de la decana evitó que vomitara y despejó mi mente de las grandes dudas que sentía. El ensayo inició con fuerza y no podía desconcentrarme.

      PLENITUD

      Sentía la música envolver mi cuerpo, acaricié las notas con mis dedos y me elevé en busca de ese sentimiento que viajaba en mi piel, giré en torno a ese grave estribillo final y me detuve.

      Mi cuerpo sudaba, pero fue imposible evitar la sonrisa que se amplió en mi rostro, el pequeño grupo sentado en las butacas rojas frente a mí me ovacionaba de pie.

      Podía ver a Susana y los voluntarios haciéndose comentarios entre ellos, la decana Griffin hablaba con soltura con una joven de cabello negro, estaba por retirarme del escenario cuando ella dijo mi nombre, así que me quedé en el centro.

      —Maravilloso, Luciana, hermoso como siempre —me dijo la señorita Alonso al avanzar con sensualidad hacia mí.

      —Gracias, solo que aún tengo algunos errores —respondí.

      —Nada que no se corrija, tranquila. —Acarició levemente mi mejilla—. Para eso son los ensayos.

      Llevábamos tres semanas de ensayos, por seis horas cuatro veces a la semana un equipo de quince bailarines dejaba sudor, lágrimas y hasta sangre en las tablas de ese salón.

      El inicio fue difícil, confieso que me sentí inadecuada para ese papel, pero conforme los ensayos avanzaban y la música nos envolvía, nos dimos cuenta de que todos estábamos allí con un propósito.

      —Luciana. —La voz de la decana me sacó de mis pensamientos—. Espléndido, Luciana.

      —Gracias, señorita.

      —Quiero presentarte a Helena. —La chica de cabello negro se acercó y estreché su suave mano.

      —Un gusto —saludé.

      —Igualmente, tu actuación ha sido sensacional, de verdad, la forma en la que transmites sentimientos en tu baile —suspiró—, me has dejado sin palabras.

      —Lo cual es muy difícil —bromeó la decana—. Helena es la creadora del guion de nuestra obra, ella creó a Antonieta...

      —Oh, por Dios —interrumpí.

      —Lo mismo digo —dijo Helena con una gran sonrisa—. Te aseguro que estoy maravillada con todas las similitudes que tienes con ella.

      —Gracias, realmente siento que Antonieta es un personaje hermoso.

      La chica me sonrió, tenía unas bonitas pecas en su nariz y ojos azulados, de estatura mediana y cuerpo robusto.

      —Bueno, jóvenes, debo llevar a Helena con la modista para que dé el visto bueno de los trajes.

      —¿Ya casi están listos? —pregunté con emoción.

      —Sí, en un par de semanas los traeremos para hacer las primeras pruebas.

      —Estoy ansiosa por verlos —solté.

      —Igual nosotras —respondió la decana.

      Helena y la decana se despidieron con amabilidad, detrás


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