Un teniente para lady Olivia. Verónica Mengual

Un teniente para lady Olivia - Verónica Mengual


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para bailar con caballeros que no tuvieran compromiso con su padre, y ningún ramo de flores llegó a su casa en toda la temporada.

      ―No vas a morir sola porque yo siempre voy a estar contigo ―lo dijo convencida―. Así que las tres tendremos compasión las unas con las otras y moriremos recluidas en una cabaña en una montaña apartada y viviremos rodeadas de gatos que nos devorarán a nuestra muerte. ―Esbozó una sonrisa ante la estampa que le presentó a su amiga. Al ver que Beth se ponía lívida, sintió remordimientos. Lo había dicho en broma, pero su amiga siempre se tomaba muy en serio los presagios sobre el futuro.

      ―¡Vaya por Dios! Tú sí que sabes cómo alentar a una amiga ―punzó Beth. Ella era la sincera y lo que acababa de decir su buena amiga Olivia no era sinceridad, era un mal augurio.

      ―Mírate, Beth, no sé de qué te preocupas, estás espectacular hoy. ―No era la única que lo pensaba porque se había fijado en que varios caballeros habían examinado a su buena amiga muy detenidamente, uno de ellos Perth, pero no lo diría porque no quería darle esperanzas, entre otras cosas porque no se fiaba de ese hombre.

      ―¡Por Júpiter! ¿Insinúas que los demás días estoy horrible? ―preguntó con un puchero.

      ―No he dicho eso, pero lo cierto es que deberías quemar todos tus vestidos y comenzar a ponerte más del estilo que llevas. ―Con razón los hombres no la habían visto hasta este momento, si ella se dejase aconsejar por los demás… Olivia no entendía de qué se quejaba tanto su amiga… era bonita.

      ―Fue idea de mi hermana. Tuve una pelea grandiosa con Violet y al final ella se salió con la suya, como siempre. ―Todavía recordaba aquella mañana en la modista. Beth había elegido una tela de tono rosa pastel y de corte recto. Su hermana la obligó a aceptar un tono verde muy escandaloso que además dejaba mucha piel a la vista. Aunque llevaba guantes y una chaquetilla para resguardarse del fresco, se sentía desnuda.

      ―Deberías entonces dejar a tu hermana elegir tu guardarropa. ―«O a mí», quiso decirle―. Como mínimo tendrías más posibilidades de tener un pretendiente.

      ―Tú eres la desastrosa, yo la sincera, no me quites mi papel en la vida ―le espetó porque no quería oír posibles verdades. Beth era recatada y correcta como una buena dama de alta cuna debería ser.

      ―Todavía no he roto nada. No seas pájaro de mal agüero, Beth. ―Si su pobre amiga supiera que todo era una fachada…

      ―Presta atención e intenta ser… ―No quería molestarla y optó por callar.

      ―No es como si no lo intentase ―improvisó―, es que simplemente me persigue la mala suerte. ―Se sintió culpable por no poder explicar la verdad de sus actuaciones.

      ―No es cuestión de suerte, es que te quedas embobada y te despistas. Tu mal se llama falta de atención. Sé más atenta.

      ―Siempre me estás regañando.

      ―Te estoy ayudando.

      ―No hay nadie que me pueda ayudar. ―Era verdad, porque parecer torpe era lo que debía hacer para ahuyentarlos, en especial a ese que le ponía la carne de gallina y que sabía que era un verdadero monstruo. Duque o no, Balzack podía irse al mismísimo infierno e incluso allí no sería bienvenido, porque sobrepasaba con creces la cota de maldad máxima exigida.

      ―¡Vaya par de dramáticas estamos hechas!

      ―Tienes razón, Beth. Ahora es momento de entrar a la iglesia. ―Las dos estaban a las puertas de la catedral y ninguna tenía ganas de acceder. Una con miedo a meter la pata y despertar la ira de la novia y la otra con temor a que la llamaran fracasada a su cara.

      ―No me apetece, Oli.

      ―A mí menos que a ti. ―«Porque en algún momento de la velada habré de hacer un gran estropicio y tu hermana querrá mi cabeza en bandeja de plata», quiso decir―. Es probable que tropiece con mi vestido y acabe en el suelo. ―Bien podría hacer esto mismo y tal vez Violet no la asesinaría―. Tu hermana me dio un buen sermón. Si le estropeo su día me hará picadillo. Hoy pretendo estar atenta, no quiero caerme, pero... ―«Pero algo tendré que hacer para que me sigan rehuyendo porque necesito esa fama que me he labrado y nadie quiera tomarme por esposa...». Oli sentía remordimientos por no poder confesar la verdad.

      ―No lo permitiré. Además, es a mí a quien todos van a señalar con el dedo porque mi perfecta hermana se ha casado con el mejor de los partidos de todo Londres.

      ―Tenéis la misma edad. Nadie dirá eso. Peor es lo mío que tengo casi tres años más que tú ―dijo con la boca pequeña porque la sociedad era propensa a disfrutar con el sufrimiento de los demás. Incluso cumplir años estaba mal visto.

      ―Pero tú no quieres buscar esposo. Lo mío es más grave, soy la hermana mayor. Todos me tendrán lástima. ―Beth estaba mortificada.

      ―Pues mira, ahí tienes un admirador. ―Le guiñó el ojo, mientras señalaba en una dirección con un sutil movimiento de cabeza. A ver si así su amiga se animaba.

      ―¿Quién? ―Se volvió sin pensar y un caballero la pilló husmeando. Beth se volvió a centrar en su amiga―. No debiste hacer que me girase de ese modo. Ha sido vergonzoso. ―La joven estaba roja hasta las cejas.

      ―La culpa no es ni tuya ni mía. Es de ese hombre. Lleva como veinte minutos sin dejar de mirarte.

      Todo ese tiempo, Olivia se había fijado en él, y no solo en ese hombre, también en su acompañante y tras un exhaustivo análisis decidió que no serían esbirros de Balzack, porque ciertamente el interés parecía genuino.

      ―Tal vez sea ciego.

      ―Podría ser, no te digo que no, aunque no lo creo porque nos han examinado muy bien. Ambos, de hecho, no nos quitan ojo. ―Se colocó de puntillas para ver al otro hombre que la miraba a ella. Olivia era muchas cosas, pero tímida no era una de sus múltiples cualidades.

      ―¡Por amor de Dios, Olivia! Deja de espiarlos.

      ―Son ellos los que se muestran interesados. Es la boda de tu hermana. ¿Qué tal si encontramos un pretendiente? Parecen dos hombres normales. Bueno, el que te mira a ti no me gusta… quédatelo tú ―se veía demasiado severo―, yo me quedaré con el otro. ―Ese que no miraba a su amiga parecía más cordial. Las facciones duras del otro no le causaban simpatía. Beth era la que se ganaba a la gente con su bondad. Estaría bien con el otro.

      ―Esto no es un reparto de pan, Olivia.

      ―Ellos lo hacen a todas horas.

      ―Ellos son hombres, pueden hacerlo. Nosotras no.

      ―Yo lo acabo de hacer. No me digas que no te gustaría darle celos a Perth con ese hombre. Míralo bien, es alto, fornido, con aspecto de fiero, de ojos claros y pelo rubio. Tu caballero andante verá que hay competencia y tal vez así reaccione. ―Podría ser cierto, ¿no? Aunque esperaba que no lo fuese porque… ¿Beth y Perth? Un escalofrío le recorrió la espalda. Eso no podía producirse.

      ―No es correcto acércanos sin ser presentados.

      ―¿Quién va a enterarse? No hay nadie aquí. Analiza las ventajas, son mejores que los impedimentos. Perth celoso… Perth celoso ―le susurró en su oreja para tentarla. Sabía que Beth estaba a un paso de acceder a lo que la mente de Oli había maquinado. Sería la desastrosa ante los ojos de todos, pero también era la maquiavélica y sus intereses siempre conseguían prevalecer ante los del resto.

      ―¿Cómo lo vamos a hacer? ―¿Qué? Beth sabía que su amiga tenía razón, las ventajas eran mucho mayores… si Perth se ponía celoso… ¡todo valdría la pena!

      ―Déjamelo a mí. ―«Será pan comido con respecto a lo que he hecho en los últimos meses», pensó la joven.

      ―Espera, Olivia... ―Beth se arrepintió en el acto, pero su amiga ya había emprendido el camino.

      ―Caballeros,


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