Un teniente para lady Olivia. Verónica Mengual

Un teniente para lady Olivia - Verónica Mengual


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      ―Arruíname, teniente.

      ―¿Disculpa? ―Ryan debía estar absorto en pensamientos poco decentes con la dama, porque lo que creyó que ella había dicho probablemente fue producto de su imaginación.

      ―Me disgusta que preguntes cosas que ya sabes ―expuso completamente seria.

      ―Es imposible que hayas dicho lo que creo que ha salido de tu boca porque…

      ―Me has oído perfectamente ―lo cortó ella. Él se tomó unos minutos para sopesar sus palabras y de pronto sintió su deseo despertar.

      ―No puedo hacer eso. ―La cordura lo venció.

      ―Es una solución perfectamente válida. Él no me querrá si estoy mancillada. ―Tal vez un duque como Balzack desistiera ante una mujer ya usada. Lo dudaba, pero, aun así…

      ―Muchos dirán que soy un granuja, un pícaro ―no mentía porque el capitán y él se habían divertido mucho con el sexo femenino―, sí, pero no caerá en mi conciencia arruinar a una joven dama casadera. ―Es algo que no había hecho y no haría.

      ―De acuerdo ―dijo ella de modo despreocupado. Eso hizo que el militar tuviese un mal presentimiento.

      ―¿Qué tramas?

      ―De nuevo preguntas lo que ya sabes que va a suceder.

      ―No puedes hacer eso ―sentenció con un gruñido que bien podría pasar por un sonido emitido por Kirk.

      ―¿Quién me lo impide? ―Lo miró a los ojos y levantó una ceja.

      ―Hablaré con tu padre. ―Se sintió molesto, irritado, celoso y posesivo.

      ―Adelante. ¿Cómo crees que quedarás al exponer una cuestión tan poco civilizada ante un hombre que no conoces, y ante el que yo voy a negar lo que digas, con mi mejor cara de inocencia?

      El teniente y ella se batieron en un duelo de miradas.

      ―Apuesto a que lo harías.

      ―Si no eres tú, otro será pues. Es mi mejor baza para ahuyentarlo definitivamente. ―¿Qué? Ella lo dudaba, pero podría ser verdad. Balzack la quería en su cama, pero si ella insinuaba que había yacido con otro hombre, tal vez él la repudiase…

      Olivia sintió la tensión en el teniente y estuvo satisfecha con su actuación.

      No tuvo tiempo para disfrutar más. Su amiga Beth y ese hombre que daba auténtico pavor se dirigían hacia ellos. ¿Qué le pasaba a su amiga que parecía a punto de desmayarse? Se apiadó de ella.

      ―Beth, ¿qué ocurre? ―Oli estaba preocupada por la cara que llevaba Beth. Parecía ansiosa y que no estaba a gusto. No así su acompañante que la miraba, ¿con devoción?

      ―Nada. ―Era el día de su hermana Violet y la joven y no quería empañarlo.

      ―Ven, vayamos a tomar una limonada. ―Interesante. Olivia vio que el hombre era reticente a dejar a su amiga, aunque finalmente le permitió soltar su brazo.

      Las dos muchachas se alejaron y la vista del capitán y del teniente se fue tras ellas. Ryan estaba muy acalorado. Cuando llegó a este evento, jamás, ni en mil años, pensó que podría presentársele una situación como la que acababa de vivir.

      ―Nunca te había visto así. ―Ryan le dedicó una sonrisa malévola a Kirk.

      ―No sé de qué me hablas. ―El capitán no estaba preparado para ese tipo de conversación.

      ―Seguro que no, pero esa joven te tiene bien agarrado.

      ―Como a ti la otra.

      ―Yo he sido cortés.

      ―Lo mismo que yo.

      ―Tú no sabes ni el significado de esa palabra.

      ―Soy educado. ¿Ves cómo si lo conozco?

      ―Lo veo, sí. Aunque si estuvieses siendo educado, la dama no se asemejaría a un hombre que siente una soga alrededor del cuello.

      ―Ella no parece que tenga una soga en su cuello.

      ―No sé cómo lo has hecho en tan poco tiempo, pero la has atemorizado. ―«Como ha hecho Olivia conmigo», pensó. Estuvo acertado al creer que no era una muchacha como las demás.

      ―No he hecho nada por el estilo. ―Cierto que el capitán no era un hombre socialmente competente, pero no creía que demostrarle su gusto por Beth fuese como para…―. ¿Lo he hecho?

      ―No solo ha escapado de ti a la más mínima oportunidad, sino que tu dama está bailando con el próximo duque de Kensington. ―Kirk se giró para seguir la mirada de su amigo y cuando lo hizo algo se instaló en su corazón. Sintió una punzada de… de una especie de… no sabía cómo identificarlo, pero la sensación no le gustó ni un pelo.

      ―Ese tunante de tres al cuarto no va a tener el ducado. ―Que se quedase a la dama. Seguramente él no iba a volver con vida del campo de batalla, pero si lo hacía, no iba a dejarle el título a ese inútil de Perth.

      ―Me alegra ver que al fin has entrado en razón, y que si sobrevives y regresas no te desharás del patrimonio por el que tanto luchó tu padre.

      ―Ya sabes que… ―se detuvo porque no lograba continuar la frase.

      ―Lo sé, Kirk. La guerra será dura, pero somos buenos en lo que hacemos. El coronel Burns no dejará que muramos y tus habilidades son…

      ―Sé lo que soy capaz de hacer. ―El capitán era único con todo tipo de armas. En especial con el manejo de un cuchillo o un puñal. Todos le tenían miedo, todos menos el club de los cinco. Sus cuatro amigos lo conocían y lo apreciaban. Con sus numerosos defectos y sus escasas virtudes.

      ―¿Vas a declararte? ―Era una locura considerarlo, pero tenían tres soldados en su regimiento que se habían casado con sus mujeres sin apenas conocerse, porque ansiaban tener algo por lo que volver a casa. Ese pensamiento se arraigó en el corazón del teniente de un modo que lo alarmó.

      ―¿Vas a hacerlo tú? ―El capitán no admitiría que se le había pasado esa idea por la cabeza.

      ―No creo que sea el momento. Tal vez no volvamos y bueno… ―observó a Olivia y ella estaba conversando anímicamente con un caballero― parece que ya nos han olvidado. ―La llama de los celos se encendió en él. ¿Estaría la pequeña víbora planteando a ese hombre el mismo acuerdo que le había ofrecido a él?

      ―No me agrada ese Perth para ella. ―Kirk seguía a lo suyo.

      ―No te agradaría ningún caballero para ella, porque lo has sentido. ―«Lo mismo que yo», quiso haber confesado.

      ―¿Qué he sentido si puede saberse? Ilústrame, Ryan. ―No debió preguntar esto, lo supo en cuanto terminó de hablar.

      ―La flecha del amor directa atravesando tu corazón sin compasión. ―Ryan además sentía un deseo desenfrenado que le estaba calentando la sangre hasta el punto de ebullición.

      ―Tonterías. ―El teniente manejaba el don de la palabra. Había hecho en Eton varias cartas de tipo romántico para varios amigos con el fin de ayudarlos en sus conquistas. Kirk lamentó no ser él quien supiera hablar tan bien.

      ―Te ha gustado desde que la has visto.

      ―No es nada del otro mundo ―expuso casualmente el capitán, mientras se encogía de hombros.

      ―No parecía eso. Entre otras cosas porque no has podido dejar de admirarla desde que la viste. Admítelo.

      ―Como tú a la otra.

      ―Yo he sido cortés. ―«Es ella la que no para de tentarme hasta el punto que de olvide mi honor y haga una verdadera temeridad», pensó.

      ―No vamos a volver a ese punto.

      ―Supongo


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