Un teniente para lady Olivia. Verónica Mengual

Un teniente para lady Olivia - Verónica Mengual


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de mi hazaña.

      ―Eso está por ver, sabandija asquerosa. ―Olivia se encontraba detrás del hombre y el cañón del arma reposaba con seguridad sobre la espalda de Colton. Justo en la parte trasera de donde se hallaba su corazón podrido.

      ―Supongo que si el Cuervo Negro está ante mí, tú debes ser la Paloma Blanca. El rumor de que sois inseparables parece ser cierto. ―Colton no podía verla dado que era imposible girarse.

      ―Tal vez lo sea, o tal vez no. ―Olivia era única con los acertijos. Observó a su hermano rodar los ojos.

      ―Deberías estarme agradecido, Cuervo. He venido a salvarte las pelotas. ―Le encantaba utilizar el lenguaje masculino soez de la calle para parecer más peligrosa.

      ―¿Cuánto llevas aquí, Paloma?

      ―Lo suficiente, Cuervo. Lo suficiente. ―Observó que su hermano se coloreaba, mitad fruto de la ira, mitad fruto de la vergüenza, porque…

      ―¿Así que has visto a tu hombre fornicar con esas tres bellezas? ―Colton se carcajeó a gusto.

      ―¡Basta! ―gritó Angus. La culpa era de ese maldito bigote. Inspeccionó a todo el servicio cuando llegó a esa orgía. Angus debió suponer que su hermana tramaría algo diferente. La peluca rubia también lo había despistado, junto con las lentes. ¿Cómo había podido estar tan ciego? ¡Maldición!

      ―Podéis matarme, pero os aseguro que nunca encontrareis el papel que ansiáis porque no sabéis dónde buscarlo.

      Olivia le removió la corbata y sacó un cordel que él llevaba al cuello. Enrollada figuraba una pequeña llave. Angus alzó una ceja cuando vio al malhechor ponerse lívido.

      ―Toma. ―Le tiró la llave y Pembroke la cogió al aire―. Hay un cajón secreto dentro del primero.

      ―¿Cómo demonios…? De todos modos, la lista no os servirá. ―Aun así, Colton era consciente de que era hombre muerto. Bien lo matarían los de uno u otro bando, así que martilleó el arma para disparar al Cuervo. Moriría con la satisfacción de llevarse con él al infierno al despiadado espía.

      Olivia disparó su pistola en lo que sabía a ciencia cierta que era un disparo mortal en el corazón. El cadáver cayó al suelo inerte. Se vio salpicada de sangre y trató de recordar que ella era la Paloma Blanca. Trataría de mantener por todos los medios los nervios controlados.

      Angus se apresuró a sacar el documento. Lo tuvo en sus manos y maldijo. Miró a su hermana.

      ―Vete ―ordenó el vizconde.

      ―No puedo dejarte aquí. Te culparán.

      ―Vete he dicho.

      ―No.

      ―Paloma, será el sirviente, un hombre, el que sea el asesino. Estaré protegido si te marchas ahora porque culparemos al lacayo de todo y ese hombre eres tú y nadie te relacionará con el suceso. Vete, de lo contrario no saldremos victoriosos de esta acción. Ve a mi casa directamente. Tira la peluca, las lentes y el bigote al Támesis. ¡Ya! ―Hubo de gritar para que Olivia se pusiera en marcha.

      Salió a la carrera tal y como le pidió su hermano. Se deshizo de los utensilios que llevaba y entró por la puerta de servicio de la mansión de Angus.

      Nadie sabía que no estaba en su habitación. Ingresó allí y comenzó a desvestirse. Simuló tener una pesadilla y chilló desde su cama. Cuando llegaron varios sirvientes en su ayuda, pidió un baño con la excusa de calmar los nervios.

      Se metió en la cama y trató de dormir. Su hermano llegaría mucho más tarde. Los agentes de Bown Street y el magistrado lo mantendrían entretenido buena parte de la noche.

      Olivia no consiguió pegar ojo. Era la primera vez que segaba una vida. Había disparado y herido a muchos hombres y alguna mujer en defensa propia, pero nunca había matado a nadie. Hasta esta noche.

      Pasadas unas horas y harta de permanecer dando vueltas en el lecho se levantó. Llamó a su doncella para que la ayudase a vestirse como cada día. Las estancias en casa de su hermano eran habituales, prácticamente vivía en ese lugar debido al trabajo de ambos, por lo que había contratado a una criada fiel para que la atendiese.

      Todo estaba pensado para que nadie sospechase de ellos. Tanto Angus como Olivia tenían una doble vida. Además, la tapadera era sólida, puesto que se decía entre los espías que el Cuervo Negro y la Paloma Blanca era un matrimonio infame. Nadie sospecharía de una solterona y su atolondrado hermano mayor.

      Se sentó en el comedor dispuesta a intentar probar bocado. El estómago lo tenía cerrado. Apartó las tostadas y se sirvió un café para tratar de aclarar la mente. Oyó la puerta de casa y respiró aliviada. Su hermano había llegado al fin al hogar.

      ―¿Estás bien? ―preguntó Pembroke, al tiempo que la examinaba a fondo.

      ―Lo estaré. ―«En cuanto deje de vislumbrar el cadáver sobre la alfombra». La experiencia iba a ser complicada de superar, pero Oli era una mujer fuerte.

      ―Si has terminado de desayunar, acompáñame al despacho. ―Angus no podía arriesgarse a tener una conversación comprometedora con ella ante oídos curiosos. El personal que trabajaba para él estaba minuciosamente seleccionado y era de confianza, pero su hermana se había colado en casa del maldito Colton, de igual forma que otros podrían hacerlo en la suya propia.

      Una vez en la intimidad que el lugar ofrecía comenzó una interesante conversación.

      ―No tenías más remedio que hacer lo que has hecho. Te debo la vida.

      ―Lo sé. ―Recordar al hombre tendido en el suelo con los ojos abiertos era una instantánea que recordaría toda la vida.

      ―No quiero que te perturbes por lo sucedido. Sabías que algo así podía pasar en el momento en el que aceptaste estar en esto conmigo.

      ―Lo entiendo. Estoy bien. ―Trató de creer lo que decía.

      ―No lo estás.

      ―Lo estaré.

      ―Nuestro jefe ha estado conmigo en Bown Street. Me temo que tengo malas noticias, Olivia. ―Algo en la cara que vio en Angus le hizo ponerse en alerta.

      ―¿Ha vuelto?

      ―Sí.

      ―Pero tenemos la lista, podemos acabar con él de una vez por todas.

      ―Su nombre no estaba escrito allí.

      ―Eso es imposible, aquella noche cuando fui a su casa vi a Colton salir antes de entrar. Balzack debe aparecer en el papel. Es uno de ellos.

      ―Tú y yo lo sabemos, pero aún no tenemos pruebas. Además, creo que es una lista vieja porque faltan más nombres, además del de Balzack.

      ―Maldita sea, no estaré a salvo. Él querrá venganza.

      ―Es sospechoso que haya regresado precisamente ahora. Nuestro jefe, Contacto, dice que los dos estaban citados para encontrarse mañana por la mañana. Napoleón está en Elva, pero hay movimientos que indican que algo están tramando sus defensores. Que después de cuatro años, el duque de Balzack haya llegado a Londres supone que algo grande se está cociendo.

      ―¡Por Zeus divino!

      ―No temas, no dejaré que nada te suceda. Te protegeré de él. Contacto va a proporcionarte ayuda.

      ―¿Qué tipo de ayuda?

      ―La que necesitas, porque te recuerdo que Balzack no va a olvidar tu ofensa. Te perseguirá y acosará.

      ―¿Acaso crees que no lo sé? Aquella noche que fui a su casa lo humillé.

      ―Y bien se vengó al decir que eras una paloma mancillada.

      ―Mi reputación me dio igual. Tú sabes bien el motivo. ―Ambos hermanos intercambiaron una mirada de complicidad―. La satisfacción que conseguí


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