El enigma Moreno. Leonardo Killian

El enigma Moreno - Leonardo Killian


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finado doctor Moreno, aun después de haber plantado la semilla de la discordia en la despreciabilísima especie de mi coronación... después de haberle yo servido en cuanto quiso con motivo de su viaje a Londres, en la mañana del mismo día en que iba a embarcarse, tentó mi entereza... Dios le haya perdonado, y yo le perdono sus dañadas intenciones hacia mí, y los males que me ha ocasionado su mala voluntad.

      Cuando de resultas de la despreciabilísima especie de mi coronación en el Cuartel de Patricios, el celoso Moreno después de haber arrojado espumas de ira, después de haber jurado asesinarme aquella misma noche, hablando a algunos oficiales que él creía adictos suyos, para que le acompañasen en tan heroico hecho, cuando vio frustradas sus ideas, por haberle vituperado el proyecto los citados oficiales, y su extrema cobardía no le permitía ejecutarlo por sí solo, se confabuló con la mayor parte de los vocales del gobierno para que rebajasen los honores decretados al Presidente de la Junta. Yo protector de su propia vida y la de su familia pese a saber que se trataba de un traidor a sueldo, tengo mi conciencia en paz. Nos hemos juramentado para que ni su mujer ni su familia ni nadie fuera de este círculo sepan jamás la verdad y cuyo secreto morirá con nosotros.

      Sin duda, era larga la estela de odio y de rencores de nuestro doctor Moreno.

      Holmes terminó la lectura y tomando papel y tinta, aprovechó para agradecerle al viejo clérigo su exquisito trabajo al tiempo que le enviaba una letra de pago junto al afectuoso saludo.

      El tercer hombre

      —Señor Holmes, un caballero llegado de Sudamérica desea verlo —dijo una sonriente Mrs. Hudson.

      —Muchas gracias, lo estábamos esperando —dijo Sherlock.

      Holmes y Watson se presentaron e inmediatamente lo invitaron a sentarse a la mesa donde había una masa de cartas y documentos ordenados y clasificados con esquelas escritas por el propio Holmes.

      —“Señor José María Rodríguez Peña” —dijo Watson leyendo en voz alta la tarjeta del visitante— ¿Desea tomar un té con nosotros?

      —Será un placer —respondió en un inglés perfecto. De no ser por una sutil inflexión que el entrenado oído del detective pudo percibir, el joven que visitaba el 221 B de Baker Street, bien podía ser confundido con un burgués londinense. Su impecable traje y su sombrero, su paraguas y sus lustrados zapatos; en fin, sus educados modales, nada harían pensar que este hombre fuera un argentino.

      Mientras Watson servía el té en las tazas, Holmes tomó la palabra.

      —Señor Rodríguez Peña, desde ya le agradezco la confianza depositada y quiero darle la bienvenida. Usted pertenece a una joven nación que desgraciadamente ha sido maltratada por un absurdo conflicto. Un mariscal y un comodoro ávidos de dinero y de fama han generado una enemistad durante mucho más tiempo que el que hubiésemos deseado.

      ”He leído con atención su carta y los documentos que me enviara oportunamente. El caso de la desdichada suerte del doctor Moreno y su inquietud por saber si se trató o no de un asesinato, por cierto, no podían dejar de interesarme.

      ”Señor José María, gracias a los servicios del señor Watson y sus buenas relaciones con el ejército y el almirantazgo, pudimos acceder a ciertos archivos y me temo que lo que le devele hoy aquí, cambiará radicalmente sus ideas al respecto.

      ”Si bien lo que usted me informa acerca de las ‘dolencias del doctor Mariano Moreno, sus ataques artríticos, su crónica enfermedad…’

      Holmes se detuvo a leer:

      —El reumatismo poli articular agudo, enfermedad de Bouillaud, originada por una angina y otras dolencias menores fueron verificadas, pero debo adelantarle que ninguna influencia tuvieron en los hechos que investigamos.

      ”Sin embargo, aquellas otras enfermedades del alma o del carácter, le aseguro, sí torcieron el rumbo de su vida. El doctor Moreno era una persona profundamente trastornada por unos nervios demasiado frágiles y, me atrevo a decir, de un carácter exaltado pero cobarde.

      El argentino intentó hablar, pero Holmes lo detuvo con un ademán.

      —Permítame continuar. Haré un repaso de los acontecimientos —siguió.

      Holmes volvió a leer:

      —“El 24 de enero de 1811 Mariano Moreno se embarcó en el puerto de Buenos Aires en la escuna de Su Majestad Británica Misletoe y el día 25 se trasbordó a la Fame con la que finalmente haría el viaje a nuestra isla. Moreno emprendía el viaje protegido por nuestro gobierno y bajo su entera responsabilidad”

      Holmes dejó de leer y continuó:

      —En los documentos que usted me hizo llegar, dice correctamente que junto a él viajaban su hermano Manuel Moreno y el señor Tomás Guido.

      —Correcto —afirmó el joven.

      —Pues bien, aquí comienza la fábula que usted, su pueblo y su gobierno han dado por verdad histórica. En sus documentos apenas si se hace referencia a una disputa legal que el doctor Moreno mantuvo con el señor Rivadavia.

      —Bernardino Rivadavia —intervino el argentino.

      —Así es. Se hace hincapié en el militar Saavedra, aunque ahora sabemos que éste fue, además de un patriota valiente, una persona incapaz de albergar deseos criminales contra Moreno e incluso quién lo protegía mientras viviera en Buenos Aires. Voy a leerle textualmente lo que Moreno opinaba sobre Rivadavia:

      “Sírvase V. S. fijar la vista sobre la conducta pública de este joven: ya sostiene un estudio abierto, sin ser letrado; ya usurpa el aire de los sabios, sin haber frecuentado sus aulas; unas veces aparece de Regidor, que ha de durar pocos momentos; otras se presenta como un comerciante acaudalado, de vastas negociaciones, que ni entiende, ni tiene fondos suficientes para sostener; y todos estos papeles son triste efecto de la tenacidad con que afecta ser grande en todas las carreras, cuando en ninguna de ellas ha dado hasta ahora el primer paso.

      ”Aquí tenemos a su enemigo jurado, que no fue Saavedra precisamente.

      ”Tanto en las memorias de su hermano Manuel como en las de Tomas Guido se afirma que una dosis excesiva de emético dada a Moreno por el capitán del barco, habría sido la causa de su muerte. Pues bien, mi estimado amigo, debo confesarle que todo esto es una fábula, bien orquestada, por cierto. En el puerto de Ensenada, donde Moreno se embarca, ya lo esperaban su hermano, el señor Guido y…

      Holmes hizo una pausa e hizo un gesto teatral.

      —Un tercer hombre, que los papeles que usted me acercó, no nombran. El señor Tomas Borges, quien sería el perito encargado de supervisar el armamento que Moreno adquiriría por orden de la junta, era en realidad un sicario a sueldo de Rivadavia. Este Rivadavia unía a su encono personal una gran rivalidad política con Moreno a quien pensaba eliminar en pleno viaje o al llegar a Inglaterra.

      ”Borges sería, luego de eliminado Moreno, el que cerraría el negocio y que a su mandante le haría ganar no solo una fortuna por la comisión si no un gran crédito político.

      ”Rivadavia era un tonto redomado. Tanto nuestra cancillería como el almirantazgo, encargado de la seguridad en el viaje de Moreno, estaban al tanto del plan y, mi estimado amigo, ese señor Borges fue el que viajó al fondo del mar y no el señor Moreno.

      Rodríguez Peña sonreía enigmáticamente cuando se levantó y caminó hacia la chimenea.

      Tanto Watson como Holmes se acercaron y paternalmente lo invitaron a sentarse.

      —Me imagino lo que siente— dijo Watson, que le acercó una copa de brandy.

      El argentino la bebió de un trago y volvió a sentarse con la misma enigmática sonrisa.

      —Señor Holmes, en realidad esto que usted me lee confirma nuestras sospechas, continúe por favor —le pidió.

      —Si bien, el capitán fue el que dio la orden, tanto Moreno como su hermano Manuel y Tomas Guido estuvieron de acuerdo con que debía ejecutarse al traidor


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