Ecos australes que el viento guardó. Catalina Ferrada

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      ECOS AUSTRALES QUE EL VIENTO GUARDÓ

      Catalina Ferrada

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      A LOS SELK’NAM

      Suspendida al viento en susurro lejano escuché tu nombre,

      y haciendo girones mi alma, rocío invierno surcó los

      cristales de mis ventanas.

      En la luz de tus ojos sucumbieron todas las flores y gran

      resplandor anunció tu alborada.

      A ti, selk´nam, que tanto supiste de la tierra y el cielo, que

      hiciste tu alma gaviota.

      AGRADECIMIENTOS

Mis más sinceros agradecimientos a mi amada hija Camila, por las largas horas en que, haciendo espacios importantes en sus estudios, tuvo siempre la gentileza de revisar mis líneas. Por todas esas veces en que su espíritu emocionado fue hacia el encuentro del mío.

      ÍNDICE

       Mapa de Tierra del Fuego

       Prefacio

       Capítulo I

      Francia

       Capítulo II

      Más allá del vitral

       Capítulo III

      Revelación

       Capítulo IV

      Historia de un gran amor

       Capítulo V

      La emboscada

       Capítulo VI

      El reencuentro

       Capítulo VII

      Dos cadenas y un destino

       Capítulo VIII

      Soledad

       Capítulo IX

      Hijo del viento

       Capítulo X

      Los selk’nam

       Capítulo XI

      Rose Marie

       Capítulo XII

      El viejo molino

       Capítulo XIII

      La promesa

       Capítulo XIV

      Añoranza

       Capítulo XV

      La partida

       Glosario

      MAPA DE TIERRA DEL FUEGO1

mapa_Tierra_del_Fuego 1 Hyades, P. (1891). Anthropologie-Ethnographie. Mission Scientifique du Cap-Horn 1882-1883. T. VII, Gauthiers-Villars, París. Citado en: Legoupil, D.; Christensen, M. y Morello, F. (2011). “Una encrucijada de caminos: el poblamiento de la isla Dawson (estrecho de Magallanes)”. Magallania (Punta Arenas), 39 (2), 137-152. Disponible en: https://dx.doi.org/10.4067/S0718-22442011000200010

      Introducción

      Desolación

      La fría nieve invernal cubre el bosque. Mordaz señal de tormentos, se tiñe de angustia y llanto. El frío penetra mis huesos sin piedad, mi aliento me hace recordar que aún estoy aquí. Un gran bulto sobre mi cuerpo se hace pequeño ante el dolor de la nieve quemante. El frío desgarra la carne de mis huesos. Hace tanto que intento arrastrarme, giro con lentitud y un gemido de dolor intenso ahoga mi garganta. Mi madre yace a mi lado, toco su rostro, pero luce tan lejano. Acaricio su piel, ya no es la misma. Cierro mis ojos y aprieto los puños; pienso en el ayer, queriendo arrancar la felicidad del tiempo.

      No, no quiero mirar. ¡Tengo miedo! El horror estremece mi cuerpo.

      Mi mente caótica es invadida por recuerdos… Estamos solas en casa, canto mirando a mi madre que sonríe a mi lado. Es necesario cambiar las pieles que abrigan nuestro hogar, mi hermano menor y mi padre están tras la huella del guanaco, nuestro sustento.

      A lo lejos se oye un grito desgarrador, recordándonos que hombres de tierras lejanas desean arrancarnos nuestros hogares, nuestra historia y la tierra de mis ancestros. Han descubierto el asentamiento, se acercan ruidos feroces. El caos reina a mi alrededor, mi madre toma mi mano, gritándome que corramos hacia el bosque. Mis pasos se hacen presurosos, no pienso con claridad.

      Estruendos aturden mis oídos. Se acercan ladridos de perros hambrientos y sedientos de sangre. Otro estallido enloquece mi mente. Oigo gemidos destrozados, rotos, aniquilados. Mi madre tira de mi mano y corremos. Tras un largo trayecto, el agotamiento me envuelve.

      ¡No puedo más! Mamá intenta tomarme en sus brazos, pero no puede. Escucho su llanto, me ruega que retome el curso; sin embargo, mi pie, herido por una piedra en el camino, detiene mi paso. Su amargura se hace presa del dolor. Me abraza antes de tomarme en su regazo y besarme, aferrándome a su ser como si fuera parte de su piel.

      Cae la fría noche. “Padre, hermano, ¡¿dónde están?!”, es mi único pensamiento.

      La nieve ha cesado. Intento levantarme para buscar leña y abrigar a mi madre, pero recuerdo su consejo de no encender fogatas. La abrazo y su cuerpo no responde, el eco de mi grito ensordecido estremece todo a mi alrededor. Me refugio en su pecho y entono nuestra última canción, el llanto ahoga mi voz al recordarla en nuestro hogar, reparando aquellos espacios vacíos, donde el viento se hacía dueño de nuestra intimidad. La abrazo con fuerza,


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