Páginas de cine. Luis Alberto Álvarez

Páginas de cine - Luis Alberto Álvarez


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yogur es necesario pararse encima de otros o superarlos agresivamente. El cielo del consumo es prometido a los máximos egoístas, a los violentos de las pequeñas y de las grandes violencias, a quienes rinden culto a un ser humano fragmentado, banal, epidérmico. En las pantallas de nuestros publicistas ya no hay personas, seres humanos, hombres y mujeres, sino cabellos flotantes, nalgas, piernas, pies calzados con zapatos tenis absurdos, bocas pintadas y líneas de dientes, manos de amas de casa untadas de cremas y jabones, todo montado mecánicamente como en una licuadora, todo infinitamente insignificante y deprimente.

      Es probable que sea muy tarde para que el gobierno asuma su responsabilidad sobre los medios de comunicación e intente devolverles su obvio sentido de servicios públicos. Una alternativa eran los canales regionales, concebidos como entidades donde el entretenimiento, la cultura y la información fueran un sano equilibrio, sin ser sometidas a las presiones de los intereses políticos y comerciales. Se trataba de que fueran un patrimonio de la comunidad. En los estatutos ello sigue siendo así, pero, en la práctica, el desmonte de esta concepción ha sido llevado a cabo, quién sabe si sin posible marcha atrás. Los intereses privados han tomado posesión. Lo que cuenta es lo que produce, lo que renta y los canales regionales entraron gradualmente en el espíritu que impera en la jungla de los canales nacionales. El esfuerzo por conformar un medio identificado con las regiones, que se comunique con la gente a varios niveles, que explore formas y necesidades ignoradas por los medios comerciales es un sueño, una ilusión que ha sido nuevamente asesinada. La ineptitud arrogante, el espíritu que es el germen de todas las cosas que lamentamos en Colombia está activo también a estos niveles. Mientras no se reconozca en dónde se origina, todas las lamentaciones resultarán, como se decía antes, lágrimas de cocodrilo.

      En el artículo que citábamos al comienzo, Jonathan Rosenbaum recuerda que Roberto Rossellini llamó a Un rey en Nueva York de Charles Chaplin “la película de un hombre libre”, y añade: “No creo que nadie que tenga ojos y oídos pueda llamar seriamente a Indiana Jones o a Dune películas de hombres libres. Pero sí son percibidas como películas de hombres poderosos o que están aliados al poder, que es lo que al fin y al cabo cuenta en los Estados Unidos y en otras partes”. Ellos, por lo menos, son poderosos. Nosotros, obligados forzosamente a consumir la marejada de imágenes que producen, simplemente dejamos de ser libres, cada día un poco más.

      El Colombiano, 22 de diciembre de 1986

      Perspectiva de infancia

      Parábola del retorno

      La perspectiva de infancia en algunas películas contemporáneas

      Quería mostrar algo como posible, en lugar de insistir siempre en que nada es posible. El cine debe intentar otra vez serle útil a los hombres

      Lo peor de los Estados Unidos es la televisión, su auto-representación en la televisión. Es un acto absolutamente bestial, completamente deshumanizado, el concepto mismo del mal si se quiere

      Wim Wenders

      El medio de comunicación cine nació en barracas aparentemente poco dignas. Su primer público fueron las masas de obreros inmigrantes que, en los Estados Unidos, encontraban en las imágenes mudas su única distracción, su única clave de los sueños. Ya el incendio fatal de un cine en el Bazar de la Charité en París había costado la vida a muchos y alejado por largo tiempo a los curiosos pertenecientes a las clases educadas. De ahí en adelante la actitud de las instituciones, los gobiernos, la iglesia fue más de recelo y advertencia que de interés y fomento. En los años veinte, ciertos excesos, verdaderos y ficticios, de la comunidad de técnicos y artistas de Hollywood dejaron la impresión en mucha gente de que este lenguaje nuevo, este entretenimiento, este vehículo de ideologías era, más bien, algo deletéreo y que merecía ser evitado.

      Sin embargo, a través de los poco más de noventa años de la cinematografía, personas sensibles, dotadas, en ocasiones geniales no han dejado de utilizar las imágenes en movimiento para comunicarnos algunas de las más profundas reflexiones sobre el ser humano, algunas de las observaciones más importantes sobre la existencia, algunas de las propuestas más lúcidas sobre la convivencia y las relaciones entre personas, algunos de los debates más intensos y de las sensaciones estéticas más estimulantes. Pero estas cosas es necesario buscarlas, rastrearlas, en medio de una marea de banalidades, de indignidades, de malas voluntades, que también tienen, por supuesto, el derecho y la libertad de servirse del cine.

      Probablemente no sea casualidad que una buena parte de las mejores películas presentadas en el país en los dos últimos años sean reflexiones sobre la vida desde la perspectiva, más o menos explícita, de la infancia. Y tampoco es casualidad que esa misma perspectiva haya dado antes algunos de los momentos más intensamente significativos de la historia del cine y que esa perspectiva coincida con frecuencia con momentos de replanteamiento moral o rompimiento estético.

      Esa perspectiva de infancia no tiene nada que ver con la tendencia de las últimas décadas a infantilizar formas y contenidos y presentarlos en fórmulas lúdicas banales y sistematizadas, forraje para el consumo de las masas estandarizadas de todo el mundo. Más bien se trata, de alguna manera, de cuestionar esta tendencia, de hacer un alto en un sistema de producción enloquecido e introducirse en los meandros de la memoria para encontrar en ellos puntos de partida, orígenes de situaciones, razones de vida. A la tecnología furiosa se opone en esta actitud el placer de contar, el gusto por unas imágenes que puedan ser contempladas, que tengan en sí alguna respuesta para la desapacible situación de presente.

      Más que nostalgia evasiva hundida en bellezas pretéritas, hay un deseo de encontrar algo que sirva todavía, que pueda ser restaurado y puesto en actividad, ya que la fiebre de un progreso sin condiciones terminó destruyendo muchas cosas que no deberían haber sido destruidas nunca. Para ello, es lógico, la mirada de un niño es la más conveniente, la mirada del niño que uno ha sido, el repaso de las propias experiencias antes de los prejuicios, de las mentiras, de los compromisos.

      Es llamativo que algunas de las películas que han emprendido este viaje de la manera más convincente son obra de realizadores de talento, que durante un tiempo sintieron y siguieron la llamada de sirena de Hollywood. El fenómeno no puede clasificarse como moda y, dado el nivel de las aproximaciones, puede interpretarse como la necesidad de una importante (si no grande) parte del cine actual de hacer una reflexión humana y artística, no desde un análisis intelectual sino desde el plano de las emociones, de la sensibilidad, de las relaciones interpersonales. Hay que tener en cuenta que quienes hoy nos ofrecen esos productos son, en buena parte, protagonistas de la famosa generación del 68, aquellos que buscaron dar respuestas (aunque fueran esquemáticas) a la realidad, encontrar soluciones claras a las que fuera posible atenerse, revolucionarias, estructuralistas o de cualquier otro tipo. Sin que uno busque en estas películas declaraciones o rompimientos fundamentales, puede decirse que ellas revelan una actitud que, aunque externamente pueda parecer de avestruz, es el buen signo de una recuperación humanista.

      La infancia, el padre, la madre son hilos conductores en la obra de un director que puede considerarse el paradigma de lo que puede llamarse el nuevo humanismo cinematográfico: Andréi Tarkovski. Este decía en una entrevista acerca de El espejo: “Intento expresar lo que la infancia significa para todos y, además, explicar la nostalgia por la infancia que cada uno de nosotros lleva dentro. Sobre todo si, en aquellos años, no ha sido capaz de dar todo aquello que se esperaban de él todos los que lo amaban, comenzando por la madre”. Y más adelante: “La autenticidad realista, de hechos que pertenecen al pasado, se acompaña con acontecimientos privados vueltos a ver a través de la inquietud nostálgica de los sueños de hoy. Unificando los ‘pequeños’ recuerdos de infancia y los ‘grandes’ acontecimientos que han sacudido al mundo. Pero todo, repito, visto a través de los ojos con los cuales veo hoy a mi madre, mi infancia, la vida”. Con ello podría, verdaderamente, definirse la actitud que quiero describir en las películas a las que me estoy refiriendo.

      Estas películas, cada una a su manera, buscan pistas en el mapa del pasado, una clave para poner en


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