Páginas de cine. Luis Alberto Álvarez

Páginas de cine - Luis Alberto Álvarez


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de la distribución y del nacional privado de la exhibición, se ha convertido en un tercer monopolio, el tercer elemento monolítico y de dificilísimo acceso de la estructura del cine colombiano. El Focine productor ha inhibido la existencia de la producción privada colombiana casi hasta la desaparición total. Los productores de las películas colombianas son, en realidad, productores ejecutivos de la única gran empresa productora. Esto significa que, en Colombia, fuera de Focine no hay salvación y que poquísimos han intentado la aventura de hacer un cine por su cuenta y riesgo, que es lo que debería ser la norma. La razón de ser de Focine debería ser el estímulo, el apoyo, el ofrecimiento de alternativas y condiciones favorables a estas producciones independientes. Así se evitaría el fantasma de un cine “oficial”, amañado y controlado pero con medios a disposición, opuesto a un cine libre pero siempre en las márgenes de la producción, siempre amenazando la no existencia.

      Esta es, en mi opinión, la razón por la cual el cine hecho en Colombia en los últimos años ha contado con ciertas posibilidades técnicas y con condiciones de producción que otros países como el nuestro quisieran tener (sin que quiera decir que esas posibilidades y esos medios sean espléndidos) y, sin embargo, el resultado logrado está lejos de hacer que el país sea tomado suficientemente en serio en el contexto de la expresión fílmica mundial. Siempre me he preguntado por qué países como Perú y Bolivia tienen un récord de películas significativas y apreciables mucho mayor que el que puede ofrecer Colombia y creo que se deba a una mejor aplicación del esfuerzo individual y privado, a que en la producción de esas películas no meten la cucharada tan intensamente burócratas, políticos ni figuras culturales de prestigio. Es un cine de gente de cine hecho con sensibilidad de cineastas y no un cine con complejo de culpa que se pasa pidiendo padrinazgos.

      Sabemos que la utilización del cine puede perseguir metas muy diferentes, desde las meramente instrumentales y pragmáticas, pasando por las del entretenimiento ligero hasta las de relevancia humana, política y estética. Estas últimas son casi siempre fruto de la expresión personal de un artista. Es claro que, si bien es necesario reconocer la existencia de las primeras formas y su relativa importancia social, es la última la que debe ser objeto prioritario del apoyo estatal. El primer tipo de cine está situado casi siempre en límites variables y contingentes, en el campo de lo que se consume y desaparece, y es en el segundo donde, casi siempre, surgen las cosas de valor permanente, llámense arte o como se quiera. Sucede, sin embargo, que es en ese sector de la creación donde suelen darse las estructuras complejas de las que hablaba el soviético Lotman. Debido a esta complejidad, este cine requiere una atención más intensa e implica un nivel de recepción más maduro y más difícil de encontrar. No tiene nada que ver con lo que se cataloga simplísticamente como elitismo o intelectualismo, pero exige un tratamiento especial y unas posibilidades distintas a las del cine, digamos, “de estructuras simples” y hasta “primitivas”. El esquema de distribución y exhibición existente no es adecuado para este tipo de películas y por ello se ven condenadas a la desaparición instantánea, en caso de que hayan logrado siquiera ser realizadas. Es cierto que Focine se ha esforzado por crear condiciones alternas, como ya lo dijimos, pero no basados en un análisis concienzudo y organizado de las posibilidades. Los circuitos alternativos no solo necesitan proyectores y silletería sino una filosofía, unas facilidades concretas de trabajo, una organización.

      Distinto al cine de estructuras complejas o no siempre identificable con él es el cine de identidad colombiana, el cine que refleja la realidad nacional, colectiva o individual, el cine que rescata los modos de ser regionales y el espectro cultural del país, el que identifica valores y antivalores y asume una actitud crítica frente a la organización social, el que toma posición ante hechos concretos o ante vicios o virtudes permanentes, el que propone, sacude, polemiza, se indigna o entusiasma por cosas y hechos que para nosotros son identificables y comprensibles, el que parte de los elementos, imágenes y sonidos que tienen que ver con este país para crear propuestas estéticas, ideas, narraciones. Un cine de colombianos, fundamentalmente para colombianos, pero también accesible y comprensible en otras esferas y con una gama de posibilidades sin límite, solo circunscritas por las personalidades y las dotes de quienes en él se expresan.

      Normalmente este cine debería despertar el interés de nuestros espectadores y resulta obvio decir que, si no lo hace, ello se debe al condicionamiento de la recepción creado por los medios comerciales y a la situación de absoluta desventaja en que se encuentran estas películas frente a la difusión y propaganda masiva del cine de las multinacionales. Colombia ha tenido siempre una conciencia muy escasa de su memoria cultural, particularmente en lo que a imágenes se refiere. Es un país retórico donde no se confía sino en la palabra, mientras más demagógica mejor. Recientemente esa retórica “de la palabra”, como en todo el mundo, se ha ido desplazando en buena parte hacia la retórica visual y ya hemos comenzado a elegir gobernantes exclusivamente por lo que proyectan en la pantalla chica, después de un intenso entrenamiento con los productos de consumo doméstico (Andrés Pastrana). Estas imágenes son, sin embargo, estereotipadas, de lectura primitiva, casi cifras. Por otra parte, la televisión sigue siendo parlanchina hasta el exceso (en Colombia, desde su comienzo hasta hoy, ha sido solo una extensión de la radio) y la manipulación de ella proviene ante todo de la palabra (¿cómo se explica, si no, que personajes como Pacheco, con una componente visual nula, se impongan en la conciencia de la gente?).

      Es una imaginería colombiana legítima lo que falta, un mundo visual que nos identifique, de un modo equivalente al que poseen México, Perú o Brasil. Es notorio que, si bien tenemos pintores de reconocimiento internacional, estos producen por lo general imágenes indiferentes a la realidad nacional, sofisticaciones para el mercado internacional del arte (con excepción del período iluminado de Botero en el cual, realmente, pintó a Colombia). Solo en los últimos años una exposición de la fotografía colombiana reveló una imagen concreta de Colombia en el último siglo y en fotógrafos como Melitón Rodríguez comenzó a ser posible rastrear rasgos de identidad nacional en la expresión artística, que el cine no ha sido casi nunca capaz de producir.

      La atención a este campo sería una tarea fundamental de Focine y tiene dos aspectos. El primero es el del apoyo a un tipo de producciones que reflejen de manera auténtica la realidad nacional, no imágenes oficiales, folclóricas o promocionales, no cuadros “típicos”, ni costumbrismo, ni tampoco antropología gélida. Mucho menos lo que anotábamos antes, un cine de “valores nacionales” por concurso o con la intervención controladora del mogul cinematográfico del Estado. Se trata de montar una antena sensible al tipo de talentos que producen estas cosas y brindarles un apoyo especial, por la simple razón de que se trata de obras que no funcionan bien en los esquemas de consumo normal de imágenes y necesitan una producción, una distribución y unos canales de difusión cuidadosamente preparados, y porque, por lo general, no son lo que se llama “rentables”.

      El otro aspecto, más importante de lo que normalmente se cree (Focine ha colaborado exiguamente en este campo, pero considerándola actividad secundaria), es el del rescate del patrimonio visual, no solo el fílmico, del país. De acuerdo con la nueva concepción que planteábamos al comienzo, es necesario borrar las fronteras entre los diversos medios audiovisuales y evitar la multiplicación de esfuerzos en este campo. La gente que, en parte con mucha seriedad y con enormes logros, se ha dedicado a rescatar el patrimonio fotográfico es distinta a la que está empeñada en crear un archivo fílmico; y cuando alguien adquiera conciencia de que hay que organizar seriamente lo que va quedando del pasado en grabaciones magnéticas de imagen y sonido y también en registros discográficos, será de nuevo de otra gente y se creará una institución diferente. ¿No sería más importante crear una sola institución con departamentos especializados? La historia de la fotografía colombiana existe y tiene valores apreciables. La del cine es compleja, irregular, difícil, desalentadora, pero tiene un cuerpo. La televisión tiene treinta años de historia continua que deben ser documentados con sus propios medios y no solo como descripciones y referencias en textos escritos.

      En todas estas imágenes está nuestra memoria visual. El esfuerzo de la Fundación Patrimonio Fílmico es apreciable, pero da la impresión de que Focine no comprende suficientemente su importancia y de que otros miembros fundadores, como Cine Colombia, no toman demasiado en serio la urgencia que hay en muchos materiales. Es necesario crear legislaciones de depósito que


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