Medios, poder y contrapoder. Ignacio Ramonet
son “radicales”, “extremistas”, “populistas”. La vida de las comunidades subalternizadas y pobres está disminuida o ausente en los principales diarios y noticieros de televisión.
Ese modelo asociado a la lógica de mercado caracteriza a la cultura tecnológica contemporánea, definida así: conjunto de comportamientos, hábitos, relaciones, desempeños y posiciones resultantes de la utilización de tecnologías de comunicación e información. En cada contexto específico, las tecnologías integran técnicas con conocimientos científicos, valores y formas de organización de la sociedad. Diferenciados por condiciones económicas y factores socioculturales, los usos tecnológicos pueden contribuir tanto a modificar actitudes, costumbres, prácticas y mentalidades de individuos, grupos, clases e instituciones, como a acentuar desigualdades y exclusiones. Los ejes preponderantes de la cultura tecnológica son la digitalización, la virtualización, la mercantilización simbólica y la internacionalización de negocios. Los proyectos mercadológicos y el énfasis editorial pueden variar, salvo en un punto clave: operan en consenso para reproducir el orden del consumo y conservar las hegemonías constituidas.
Los megagrupos mediáticos detentan la propiedad de los medios de producción, la infraestructura tecnológica y las bases logísticas, como parte de un sistema corporativo que rige hábilmente los procesos de producción material e inmaterial. Según Raymond Williams, se trata de “un sistema central, efectivo, dominante y eficaz”, apto para definir estrategias de largo alcance, viabilizar acciones y transmitir “significados y valores que no son meramente abstractos, sino que son organizados y vividos”.[10] Además de planear y de coordinar actividades afines, el sistema corporativo ejerce un rol crucial en la circulación de informaciones, interpretaciones y creencias indispensables para la consolidación de consensos sociales, por más diversificadas que puedan ser las reacciones y las respuestas. El grado de influencia varía de vehículo a vehículo, de acuerdo con los recursos tecnológicos, los lenguajes, las metodologías productivas, las características de los mercados, los patrones de interacción y los perfiles de públicos y audiencias.
Para comprender la complejidad del sistema mediático, debemos considerar que la digitalización favoreció la multiplicación de bienes y servicios de infoentretenimiento; atrajo players internacionales para operaciones en todos los continentes; intensificó transmisiones y flujos en tiempo real; instituyó otras formas de expresión, conexión, intercambio y sociabilidad, sobre todo en internet (comunidades virtuales, redes sociales), y agravó la concentración y la oligopolización de sectores complementarios (prensa, radio, televisión, internet, audiovisual, editorial, fonográfico, telecomunicaciones, informático, publicidad, marketing, cine, juegos electrónicos, celulares, redes sociales, etc.). Hoy, ejecutivos de corporaciones mediáticas aluden a “multiplataformas integradas” para definir la unión de intereses estratégicos en distintos soportes: papel, digital, audio, video y móviles. Todo eso bajo la égida de tres vectores: la tecnología que posibilita las sinergias, los mecanismos para compartir y distribuir contenidos generados en las mismas matrices productivas y la racionalidad de gastos, costos e inversiones.
La convergencia entre medios, telecomunicaciones e informática viabiliza el aprovechamiento de un mismo producto en diferentes plataformas, soportes y medios de transmisión, distribución, circulación, exhibición y consumo, destacando la plusvalía en la economía digital. Se agrupan los más diversos actores económicos, atraídos por la oportunidad de impulsar sus negocios, incluidos también los fabricantes, anunciantes, patrocinadores, proveedores, administradores de marcas, gestores corporativos, creadores de campañas publicitarias, operadores financieros, etcétera.
Frente a esa configuración, Tim Wu concluyó que “no es posible entender las comunicaciones ni la industria cultural norteamericanas o globales sin comprender al conglomerado”, que él reputa como “la forma organizacional dominante en las industrias de la información de final del siglo xx e inicios del xxi”. Y explica:
Tanto en Estados Unidos como en el exterior, es inseparable la producción de la gran parte de las mercaderías culturales. Así como los estudios integrados de Hollywood que lo precedieron, el conglomerado puede ser el peor enemigo o el mejor amigo de la economía cultural. Con una capitalización robusta, ofrece a las industrias de la información estabilidad financiera y un gran potencial de libertad para explotar proyectos de riesgo. Pero, a pesar de esa promesa, el conglomerado puede también ser un tirano sofocante y avaro, obsesionado por maximizar el potencial de ingresos y de flujo de su propiedad intelectual. En su peor perfil, esa organización puede moverse por la lógica de la producción cultural de masas a cualquier extremo de banalidad, siempre que parezca financieramente viable, remitiendo a lo que Aldous Huxley previó en 1927: una máquina que aplica “todos los recursos de la ciencia […] para que la imbecilidad florezca”.[11]
Eso origina un sistema multimedios con flexibilidad operacional y productiva, que incluye variedad de emprendimientos y servicios de dimensiones inconmensurables, explotando flujos veloces, espacios de visibilidad y elementos culturales de lo más dispares.
Concentración monopólica: límites y agravantes
Para evaluar el formidable nivel de rentabilidad del mercado mediático, pienso que basta mencionar el ranking divulgado por Fortune en 2012: de los ingresos mundiales de 1,6 billones de dólares con medios y entretenimiento en 2011, sólo siete megagrupos –Disney, News Corporation, Time Warner, cbs, Viacom, cc Media Holdings y Live Nation Enterteinment– acumularon juntos 145 mil millones de dólares en doscientos países.[12] Contribuyeron bastante a este resultado las desregulaciones neoliberales de los 80 y los 90. Los megagrupos se extendieron por los continentes sin someterse a mayores restricciones legales. Aunque el desempeño actual se vea afectado por la retracción de las partidas publicitarias y por la desaceleración internacional, consultoras especializadas prevén que las inversiones en comunicación continuarán creciendo a mediano y largo plazo. El estudio “Global Entertainment and Media Outlook 2012-2016”, divulgado por PricewaterhouseCoopers en junio de 2012, prevé que la inversión global en el sector debe pasar de 1,6 billón en 2011 a 2,1 billones de dólares en 2016, es decir, un crecimiento de 25%.[13]
A la luz del modelo de concentración monopólica, no hay distinción relevante entre filosofías, estructuras operativas y objetivos. No difieren en nada los perfiles corporativos de Time Warner, News Corporation, Disney, Sony o Bertelsmann de los de General Motors, McDonald’s o Coca-Cola. Los matices se encuentran en las áreas de actuación, aunque esa separación venga reduciéndose en función de la convergencia digital, las alianzas, fusiones y participaciones cruzadas. Hoy megaempresas, fondos de inversión, magnates de las finanzas y del petróleo y bancos como el Santander, el Bilbao Vizcaya, el sch y el Deutsche tienen participaciones accionarias y propiedades cruzadas en los medios. Philippe Bouquillion demuestra cómo financiamientos e inversiones de grandes bancos tuvieron un rol protagónico en transacciones del sector, aumentando intereses mutuos y acentuando la influencia de los engranajes de la financierización en el modelo oligopolista de las industrias culturales. Según Bouquillion, la liberalización en la década del 80 y el 90 favoreció la entrada del capital financiero en los mercados de comunicación de varios países.[14] Bancos y fondos de pensión comenzaron a invertir atraídos por la expectativa de alta rentabilidad con la explosión digital. Eso significó una intersección cada vez mayor entre capital financiero y capital mediático, cuyas principales evidencias son: a) garantía de soporte financiero a la aguda internacionalización de la industria de bienes simbólicos; b) financiamientos bancarios a compras, fusiones e infraestructura tecnológica; c) sociedades y participaciones cruzadas que aseguran a los bancos participaciones accionarias y sociedades en proyectos de entretenimiento (parques temáticos, superproducciones de Hollywood, giras de estrellas de la música pop), y d) interferencia del trade financiero en acciones estratégicas de los conglomerados de comunicación. Con la unión de lógicas que deberían estar apartadas –la de la financierización y la de la producción simbólica– aumenta la dependencia de grupos de medios con entidades de crédito, sea para obtener préstamos o prórrogas de pago de deuda, sea para capitalizarse con la emisión de títulos o aperturas de capital en bolsas. Y se acentúa la participación de corporaciones financieras en la estructura de propiedad, incluso recomendando representantes en los consejos de administración de empresas de comunicación.[15]