Crónica de (cuando) las aldeas fueron perdiendo la inocencia. Castor Bóveda
mi propia seguridad —estudiante y profesor universitario de izquierda, escritor incipiente en periódicos poco recomendables por sus ideologías populares— a regresar a las temporalidades españolas, a la ciudad, a la aldea en ocasiones.
Ya de vuelta al terruño conocí a la hermana pequeña de mi padre, la tía Marita, que desde siempre me cayó muy bien por su humanidad, bonhomía y su inocencia personal, dentro de un estilo coqueto y ligeramente señorial. La llamábamos «La Doña» y había estudiado enfermería, estando en aquel entonces jubilada.
Cuando nos sentábamos, una vez al año, en la mesa de la ciudad «aldea», donde vivía esa rama familiar, yo siempre intentaba colocarme a su lado para que me contase novedades e historias pretéritas de nuestra ralea impenitente que ella atesoraba.
Con la edad su memoria fue entrando en una nebulosa disolvente que nunca afectó a su afabilidad. Era por todos conocida su tierna religiosidad —que no santurronería— y cuando compartíamos mesa yo utilizaba guasas para sacarle ligeramente los colores, eso sí, de forma elegante y consentida.
Ello consistía en que entre cotilleo y cotilleo, en los largos condumios festivos, la contaba casi al oído y en exclusiva algún inocente chiste picaruelo. Nada soez y verdoso sino al contrario, ligero y desde una sencilla tontería mal interpretable. «La Doña» se sonreía, tapándose pudorosamente la boca como disimulando y como perdonándose de haberle hecho gracia la broma picante.
Como ella era de misa diaria, y en la ciudad visitaba siempre la misma iglesia, el confesor era más que conocido. Y muchas veces la perdonaba directamente, asegurando que a partir de ciertas edades ya no eran posibles ni factibles los pecadillos serios, y los veniales por tanto eran perdonados «de serie».
Pero era parte de la costumbre que a la hora del sacramento de la confesión la anciana le repitiese al confidente los chistes que en el día anterior yo le había contado en la mesa.
Una de esas tardes de visita al pequeño templo en que la había acompañado dando un paseíllo por las calles antiguas, evocando historias, y mientras aguardaba que finalizase el acto penitencial, salió del confesionario el sacerdote y se dirigió a mí directamente, mientras «La Doña» continuaba arrodillada en el lateral rezando los padrenuestros y avemarías de rigor.
—Así que tú eres el sobrino americano —me espetó con curiosidad.
—Uno de ellos, padre —respondí quitándome cualquier posible acusación de encima.
—El que le cuenta chistes picantes —especificó. Añadiendo tras levantar la mano en señal de «stop» —Ya sé que no son verdes y que a ella le divierten al rozar su sentido de culpa.
—Así es, padre —respondí con cierta curiosidad.
—Bueno, solo quería conocerte —dijo— Y también decirte que cambies un poco de repertorio, porque Marita me cuenta los chistes y bromas tal cual tú los dices, y he notado que ya los estas repitiendo. Es decir que me los conozco, claro.
—De acuerdo padre —dije—. Entiendo por tanto que tengo su bendición para ello —comenté.
—Pues claro. Aunque seas agnóstico, como todos vosotros, también tienes mi bendición apostólica. Nunca se sabe ¿no crees? Pero, ¡coño!, cambia el repertorio…
Y tornó al cubículo central del confesionario hasta que mi tía finalizó sus rezos adecuadamente.
Con estos mínimos ejemplos de influencia ambiental y otras similares historietas sucedidas y ajenas fui creando relatos aldeanos que lograron algún premio literario en su momento.
Este es el tercer elemento que tienen en común estos trabajos.
El ejemplar sostienes en tus manos contiene un recopilatorio de tales trabajos galardonados, siendo el que más me enorgullece el que contaba en el jurado con Juan Carlos Onetti, convocado por una de las publicaciones más intelectualmente importantes del continente latinoamericano: el semanario Marcha de Montevideo, Uruguay.
Yo en aquel entonces era un jovenzuelo soñador y también, replicando a un escritor modélico, «cuando era feliz e indocumentado».
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.