Condenando la Esperanza. Dr. Luis María Viale
oculta otras escaseces que son incluso más peligrosas: la de ideas innovadoras, la de una formación adecuada para quienes tienen a su cargo la conducción de un centro de detención, la escasez de ganas y amor hacia el joven…
A: ¿Quién lloraría a estos jóvenes si un terremoto los matase a todos? Muchos dirían o sentirían: mejor que estén muertos estos negros de mie…”
JP: Creo que tenés razón: salvo las madres y un par de locos como vos y yo, a nadie le importan estos jóvenes. (2)
¿Qué desean los jóvenes?
Y los jóvenes, ¿nos hemos detenido a preguntarles qué desean? ¿Desean formar parte de la sociedad como ciudadanos plenos o se regocijan en la marginalidad y privaciones? Gran parte de los jóvenes vulnerables de barrios marginales, desposeídos de la mayoría de sus derechos, contrariamente a lo que se quiere imponer en el imaginario social, no roban, no se drogan, trabajan, estudian, forman sus familias, acompañan a sus hijos al jardín. Todo en un marco de seria y grave exclusión y contra un imaginario existente y fortalecido por los medios masivos que imponen la idea de que todos los jóvenes de los barrios marginales son violentos, vagos, ladrones, drogadictos, asesinos (3). La sociedad los persigue por portación de cara; no es infrecuente ver cómo la policía les pide los documentos por la calle solo a los jóvenes con cara de marginales. O sea que, a pesar de que son víctimas de un sistema muy injusto, la mayoría de los jóvenes hace un esfuerzo muy grande para integrase en paz y productivamente a la misma sociedad que los rechaza.
Si todos los jóvenes que viven en barrios marginales fuesen tal como son percibidos en el imaginario social, no podríamos salir de nuestras viviendas porque viviríamos en una verdadera guerra civil. ¿Qué porcentaje de jóvenes marginales comete delitos? Un porcentaje mínimo.
¿Qué desean los jóvenes infractores de la ley penal?
Todos los seres humanos deseamos la libertad y, como dijo Cervantes, “hay en la tierra contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida”. Y nadie sabe más sobre el gozo de la libertad que aquellos que la han perdido. Pero para disfrutar la verdadera libertad es necesario un arduo trabajo educativo y las condiciones socioeconómicas propicias. Lo que se puede observar en la minoría de esos menores infractores a la ley penal es que nunca han recibido las herramientas necesarias para gozar de la libertad: nunca han recibido la formación y los materiales para su desarrollo social, cognitivo, educativo, de tiempo libre, etc., Por ejemplo, tienen un manejo muy limitado de la lecto-escritura (ver el capítulo Escuela pobre para pobres) lo que les impide comprender conceptos abstractos y pensamientos complejos.
A esta situación de privaciones se le agrega que en todos los barrios marginales sobran los dealers que les ponen la droga a su disposición. Todos quieren dejar la droga pero no tienen con qué reemplazarla, por sus vulnerabilidades psicosociales, por la ausencia de experiencias enriquecedoras, y porque la sociedad no les presta la atención que como personas humanas se merecen, y cuando cometen delitos, sufren del encierro que no les da nada y les quita lo poco que tienen, en especial sus deseos. Sobre este tema me voy a explayar más en el capítulo Mis diálogos con los jóvenes.
L.V: ¿Qué vas a hacer cuando recuperes la libertad?
J: Voy a cambiar, me voy a portar bien, voy a trabajar.
L.V: ¿Cómo pensás cambiar? ¿En qué vas a trabajar? ¿Has trabajado alguna vez? Contame qué vas a hacer cuando un jefe te de una orden que no te guste.
Ante estas preguntas, las respuestas son muy vagas e imprecisas, demostrando que el joven no está preparado para soportar un afuera, que el mundo social todavía le es muy hostil.
L.V: Para el próximo encuentro te dejo una tarea: que pienses cómo vas a cambiar, en qué vas a trabajar y qué vas a hacer frente a las dificultades que seguro vas a tener que enfrentar.
Después de esta charla le propongo al joven que trabaje el tema con los guardias, directores, equipos técnicos y sus educadores. El resultado de su trabajo reflexivo fue bastante pobre a pesar de mis insistencias y comprobé que no había recibido ninguna ayuda ¿habrá pedido ayuda? Él me dijo que sí.
Van por la tenebrosa vía de los juzgados: buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen, lo absorben, se lo tragan. (4)
Las cárceles siempre han perseguido a determinado sector social, lo han absorbido y se lo han tragado. ¿Qué pueden aprender los jóvenes en una cárcel? Nada.
Centros de detención para jóvenes
La existencia de centros de detención como el Complejo Esperanza no puede ni debe ser percibido como una solución posible al problema de la inseguridad sino, tal como lo sostiene el papa Francisco, como “un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que poco a poco ha ido abandonando a sus hijos” (5). La existencia de centros de detención de jóvenes y niños tal como están concebidos debería generarnos una profunda tristeza y el fuerte deseo de encontrar nuevas soluciones a este problema.
En los actuales centros de detención de menores, al joven infractor de la ley penal se lo somete a una serie de brutalidades típicas de la cárcel de adultos. Esto genera que cuando muchos jóvenes egresan se transforman de oprimidos en opresores y cometen delitos que nos dañan como sociedad, y los dañan como personas. La función rehabilitadora/socializadora de los centros de detención para adultos es prácticamente nula: son centros de castigo que se fundan en el “secuestro del tiempo”. Con los jóvenes sucede algo similar pero con el agravante de que, mal que les pese a muchos, según la legislación vigente, según la Convención de los Derechos del Niño estos jóvenes siguen siendo niños. Las cárceles, tanto de adultos como de jóvenes, tal como están concebidas hoy, salvo rarísimas excepciones, son espacios de deshumanización, escuelas del crimen y galería de perversiones. En la medida en que los centros de detención de menores sean cárceles, se fortalece la desesperanza en la sociedad y en los jóvenes. Por el contrario, en la medida en que los centros de detención se transformen en un verdadero centro socioeducativo será un centro de fabricación de la esperanza para la sociedad y para los jóvenes.
Cuando encerramos a un joven, debemos ser conscientes de que quien encierra a un joven también se encierra a sí mismo: se encierra en sus ideas y en sus miedos, nos impide disfrutar y aprovechar de la inteligencia, la creatividad, el amor, y la honestidad de ese niño que pusimos tras las rejas de metal.
2- Diálogo entre dos empleados del Complejo Esperanza una madrugada posterior a un motín en el que hubo menores y guardias heridos.
3- Reguillo Cruz, 2004, p. 156.
4- Miguel Hernández, Las Cárceles, El hombre acecha, 1937-1939.
5- Papa Francisco en Juárez (México), 17 de febrero de 2016.
Todas las cárceles
La madre de todas las cárceles: el auri sacra fames
La sagrada hambre del oro, “la adoración del antiguo becerro de oro”
No se puede servir a Dios y al dinero
(Lc 16, 24).
“¿Cuál es la gloria de Dios?
Que el hombre viva bien,
con dignidad”
(Obispo Gustavo Carrara).
La prevalencia del dinero y las ganancias que genera en desmedro de la persona humana significan una gran cárcel, que el papa Francisco denomina la “cultura del descarte”. Esta cultura es la resultante de un sistema productivo (post)capitalista (o post-industrial) cuya finalidad no es producir para satisfacer las necesidades básicas de los seres humanos —alimentos, viviendas, abrigos, salud, etc.— sino que su lógica productiva es la de la