Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea. Angy Skay

Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea - Angy Skay


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      —¡Está mirando a mi hombre!

      —Ma, por favor. Te falta levantar la pata y mear para marcar territorio —le reproché. Después miré a la chica, que nos contemplaba estupefacta—. Discúlpela, está embarazada, y las hormonas…

      —Mi seta las hormonas. —Después dijo algo más, pero yo ya no la escuché. Kenrick se había levantado con las orejas muy coloradas y se acercaba a nosotras. Las azafatas seguían un paso por detrás de él, estáticas en el lugar.

      —Me tienes hasta los cojones —soltó el escocés sin cortarse ni un pelo, y todas mantuvimos la respiración, incluida Ma—. Entiendo que estés embarazada, cansada y paranoica, pero no puedes ir insultando a la gente porque te inventes…

      —¡¡Que no me digáis más que estoy paranoica!!

      Pero lo estaba, lo estaba… Entre la barriga y la decoloración, no había quien la aguantara.

      —Lo estás, pero es que aparte ya no sabes cómo dejarme en vergüenza. Y lo siento mucho, pero ya estoy cansado. Yo así no me caso. ¡Que no me caso! —anunció con decisión, elevando la voz.

      Se escuchó una exclamación multitudinaria en el avión, y todas las cabezas que aún no nos miraban nos enfocaron.

      —¿Qué…? ¿Qué estás diciendo? Kenrick, yo… —Los ojos de Ma estaban a un segundo de anegarse de lágrimas.

      A mí el corazón me latía frenético, y la mandíbula casi me llegó al suelo al escucharlo. A Angelines no le quedaba rastro de sueño en el rostro. Tenía los ojos tan abiertos que creí que estaban a naita de salir corriendo.

      —Estoy diciendo que se acabó. Si esto sigue así, no hay boda.

      —Pero… —Las lagrimillas de Ma asomaron y el labio inferior le tembló.

      —¡Y el niño no se llamará Benancio, como tu abuelo!

      De fondo, el nombre de Benancio corría con sorpresa de boca en boca por los pasajeros. Normal.

      —Eso lo teníamos decidido —le reprochó con un hilo de voz.

      —¡Tú lo tenías decidido!

      Los ojos de la no pelirrosa se enfurecieron y su tono suave cambió de manera radical:

      —¡Mentiroso! ¡Yo siempre cuento contigo para todo! —Ma se levantó un poquito de su asiento, dejando caer todo su peso en el muslo de Angelines. Esta abrió los ojos con más énfasis.

      —¿Cómo te atreves a llamarme mentiroso? —Se señaló superofendido y entrecerró los ojos.

      Iba a contestarle, pero Patrick llegó hasta él y tiró de su brazo. Kerinck se sacudió y se enzarzó en otra discusión con el alemán. Angelines pedía a voces que Ma dejara respirar a su muslo. Y yo… Yo no sabía ni hacia dónde mirar, pero al hacerlo hacia delante, mis ojos se cruzaron con el insípido de Alejandro, sin querer. Con rapidez, volvió a su postura anterior y el contacto visual desapareció.

      Todos alzamos la cabeza al escuchar dos golpecitos en lo que supuse que sería el altavoz del capitán.

      —Al habla Rodrigo Turán, piloto responsable del vuelo 672 con destino a Escocia. Pido, por favor, por el bien de todos los pasajeros y del personal, que mantengamos la calma y bajemos el tono de voz. Gracias. Buen viaje.

      Por favor, qué vergüenza. Me toqué el puente de la nariz e intenté buscar calma abanicándome con la mano. Angelines ya tenía sujeta una bolsa de papel, de las que dejan en los asientos del avión, y hacía grandes inspiraciones y espiraciones. En uno de mis traqueteos con la mano, le propiné a Kenrick un palmetazo en todas sus partes justo en el instante en el que se había girado y le prestaba su atención a Ma. Traté de disimular y murmuré, bajando el tono para que él también lo hiciera:

      —A ver, a ver… Te cedo mi lugar para que habléis con más tranquilidad sin que unos trescientos pasajeros se enteren de todo y sin que tenga que llamarnos la atención el capitán.

      —No podemos cambiar los asientos —dijo él con enfado y casi escupiendo.

      —Pídele permiso a tu amiguita —siguió Ma por lo bajo y con retintín. Vi cómo Angelines le hacía señas para que cerrara ya esa bocaza que tenía.

      —Marisa… —El tono de voz de Kenrick fue más que amenazante, y ella miró hacia la ventanilla. Más bien a Angelines, que le pidió en un susurro salir de su asiento.

      —¿Adónde coño vas tú también? —le preguntó Ma con desespero.

      —Eh… Necesito… Necesito ir al baño —se excusó a toda prisa, saltando por encima de sus rodillas.

      Yo ya me había levantado y estaba en mitad del pasillo; a mi lado, Kenrick y Patrick, que ya se giraba para llegar a su asiento. No hizo falta pedirle permiso a la azafata, quien no puso impedimento alguno. Por su cara asustada, me dio la sensación de que casi nos habría regalado un puñado de Kit Kat para hacernos más llevadero el viaje. Me encaminé hacia el sitio de Kenrick. Pero al llegar…

      —Por favor, ¡qué cansino! —solté al ver al Linterna con la cabeza sobresaliéndole por encima del respaldo por lo largo que era, muy tieso en el sitio y con una sonrisa de oreja a oreja porque estaba sentado al lado de Patrick, que acababa de llegar. El alemán puso mala cara y se apoyó en la ventanilla. Después cerró los ojos con aspecto cansado, como si fuese a dormir. Hasta el piloto, desde la cabina, podría apreciar la mentira. Más que nada porque casi no respiraba, supuse que por miedo a que Andy se diera cuenta y comenzara a acosarlo—. ¿Y ahora dónde me siento yo?

      —Mi sitiou de antes está libre.

      —Ya, tu sitio. En tu sitio va a ponerte el rubiales como se canse un día y te dé con toda la mano abierta —refunfuñé mientras me giraba y me dirigía al asiento del Linter.

      La azafata me miró para suplicarme con los ojos que me sentara de una vez. Al pasar por mi sitio inicial, comprobé que el —esperaba— futuro matrimonio hablaba en tono bajo. Al levantar la mirada vi que Angelines venía de frente. Sus ojos se entrecerraron de una forma extraña y miré hacia atrás, temiendo. Efectivamente, no me equivoqué. El Linterna estaba con la mano alzada, a punto de posar sus largos y esqueléticos dedos en la barba del alemán, y casi contuve la respiración cuando mi amiga me apartó a un lado con brusquedad.

      —Tú. Levanta tu puto culo.

      Chasqueó los dedos con chulería, mirando al Linterna.

      —¿Yo? Tú buscar sitio. Yo aquí very very good. —Alzó las cejas con picardía.

      El rostro de Angelines no lo vi, pero los hombros se le tensaron como si cargase una contractura muscular de dos días.

      —Andy, o te levantas, o te fusiono con el asiento. Te cuento tres. Uno.

      Patrick abrió los ojos como platos y comenzó a darle empujones al escocés.

      —Tú gastar broma, ja, ja.

      Qué iluso, por favor.

      —Dos. —Angelines le mostró los dedos.

      —Por favor, por lo que más quieran. Tienen que sentarse. No pueden organizar estos escándalos en medio del avión y…

      Nada, mi amiga no escuchaba a las tres azafatas que había, una detrás de otra, con las caras descompuestas.

      —Dos y medio…

      Todo fue muy rápido. Yo corrí en dirección a la Apisonadora de huesos y sujeté su codo cuando ya tomaba impulso. El Linterna se levantó como alma que lleva el diablo. Patrick dio un bote del asiento y extendió su mano para que no le endiñase. Y las azafatas, sencillamente, palidecieron.

      —Angelines, por lo que más quieras, que van a echarnos del avión sin paracaídas —susurré muy cerca de ella.


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