Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea. Angy Skay

Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea - Angy Skay


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el mes que viene… —musitó, aún más bajo.

      De repente, un silencio ensordecedor se creó a nuestro alrededor cuando Kenrick formuló la pregunta maestra que nadie esperaba y en la que nadie había caído:

      —De…, de tu listado de boda y encargos…, ¿quién tenía que reservar el castillo?

      La respiración se me cortó al girarme y mirar a Angelines. Contemplaba las paredes del castillo mientras, literalmente, palidecía. Todos y cada uno de los presentes pudimos apreciar cómo la saliva bajaba por su garganta.

      —Angelines… —Ma la llamó casi sin voz. Ella no contestó. Los demás esperábamos expectantes a que abriese la boca. Sabía que la paciencia de Ma no era infinita; de hecho, en aquellos instantes me pareció que no tenía ninguna, pues el grito no tardó en llegar—: ¡¡Angelines!!

      —Pues… —murmuró la aludida—. ¿Tenía que hacerlo yo?

      Los ojos de Ma se agrandaron tanto mientras se volvía para atravesarla con la mirada que pensé que la dejaría en el suelo como un chorizo al inferno; mínimo, igual de churruscada. No eran amarillos, ni siquiera se tornaron verdes con los tenues rayos de sol de esa mañana, no. Se convirtieron en un rojo tan intenso como el fuego, desgarrador y aniquilante, y… Voy a parar, que va a parecer que estaba convirtiéndose en el demonio, aunque por poco no lo hizo.

      El caso es que se le notaba el enfado en cada poro; y, lógicamente, con motivo. Pude ver las intenciones de Angelines. Si no salía corriendo de espaldas, tipo cangrejo, en dirección al coche, era de puro milagro. «Milagro el que necesitamos nosotros ahora. Con razón no hay nadie en el puente, con lo turístico que es esto», pensé, pero ni mucho menos lo dije. Estaba el ambiente como para soltar cualquier chascarrillo.

      —Sí… —siseó Ma con fuerza, escupiendo en el camino algunos restos de saliva que salpicaron al Pulga sin querer. Este se los limpió de la cara y la miró con horror, pero ella no se encontraba fina para darse cuenta de ese pequeño detalle, ya que todos sus instintos asesinos estaban puestos en Angelines—. Se suponía que tendrías que haberlo reservado tú ¡cuando todavía éramos unas putas millonarias! No ahora, que somos unas muertas de hambre y va a ser imposible que yo…, ¡¡yo!!, me case en mi castillo.

      Moví mi mano hacia Patrick, que estaba a mi izquierda, y puse a Azucena en su brazo libre. No me pasó inadvertida la mirada de reproche por dejarlo a cargo de nuestros animales de compañía. Me acerqué a Ma con delicadeza y extendí mi mano para rozarla, pero abandoné mi intención al darme cuenta de que me aniquilaba con sus ojos de demonia. No supe de dónde, pero Angelines sacó aquella fuerza que la caracterizaba y se atrevió a dar un paso adelante sin hacerse pipí.

      —Ma, lo siento mucho, de verdad. Con todo lo que me pasó, no me acordé. —Miró a Patrick, refiriéndose a la época de amor-desamor por parte de los dos, y este echó el cuerpo hacia atrás cuando las miradas recayeron sobre él.

      —Ah, no. No y mil veces no. A mí no me echéis la…

      Pero no le dio a tiempo a defenderse porque Ma entró de nuevo en cólera. Kenrick se apoyó en la pared de piedra y miró al cielo, resoplando. Menos mal que él era más prudente.

      —¡Es tu culpa! —le gritó Ma, como si estuviese en una caza de brujas—. Si no la hubieses tenido atontada pensando en matarte, ¡no se habría olvidado de mis cosas! —Se señaló con fuerza el pecho, dándose unos golpes que casi la atravesaron.

      —Ma, no quiero decir que sea culpa de Patrick —se retractó Angelines al ver que la furia se dirigía a él—. Lo solucionaremos, ya verás que sí. Y…, y… —Pasó por delante de ella sin tocarla, con mucho cuidado de no rozarse, y aporreó la reja—. ¡¿Hola?! ¿Hay alguien? ¡Hola!

      Angelines se giró y clavó su temeraria mirada en mí. Ahí venía.

      Cinco…

      Cuatro…

      Tres…

      Dos…

      —¿Y tú? —Me señaló. No me había dado tiempo de terminar la cuenta atrás. Impasible, me crucé de brazos, me toqué una muela con la lengua y esperé a que viniera el chaparrón de siempre. Puede que al principio me afectara, pero a esas alturas me resbalaba por el forro de la entrepierna—. ¿Tú por qué no me lo recordaste?

      —Lo hice.

      —Pero ¡con una vez no basta, joder! Lo sabes. Que se me va, Anaelia, que se me va… ¡Que no doy para más! No doy para más. Tengo la cabeza colapsada. Y tú deberías recordármelo. ¡Siempre me lo recuerdas! ¡No sé qué hay de diferente esta vez!

      —Yo, mis responsabilidades relacionadas con la boda las he llevado adelante sin que nadie me las recuerde. Y no soy una agenda humana.

      Me miró sorprendida, como si le entristeciera y le doliera que no asumiera una culpa que no tenía. Yo seguí tocándome la muela, con los ojos mirando hacia el cielo y los brazos cruzados. No pensaba entrar al trapo. Ya sabía lo que pasaba en momentos de tensión.

      Angelines se giró, se aferró de nuevo a la reja y continuó, colérica:

      —¡¡Por favor!! ¿Hay alguien ahí?

      —Vamos a calmarnos. —Kenrick tocó su brazo al ver que casi se desangró los nudillos tocando la reja. La empujó hacia atrás lo suficiente como para que se apartase, pero ella lo miró con pánico—. Algo podremos hacer con…

      —¡¿Qué coño vamos a hacer?! —intervino Ma, interrumpiéndolo—. ¡No está reservado, no tenemos dinero! ¡Y está cerrado! ¡¡Cerrado!!

      —¡¡Deja de gritar como una puta loca!!

      El atronador berrido de Kenrick detuvo las voces de Ma y las súplicas de Angelines, los intentos de Patrick para que su novia se calmase e incluso las palabras de consuelo que Alejandro —increíble pero cierto— expuso. Yo no lo escuché, pero estaba muy cerca de Ma, tratando de calmar el ambiente. Los dos escoceses no se enteraban de una mierda con tanto jaleo y decidieron mirar como si estuviesen en un partido de tenis.

      —¿Qué… me has llamado? —le preguntó Ma, y se señaló—. ¿Para ti es ponerme como una puta loca cuando no tengo sitio donde casarme? ¡¿Eh?!

      —Si vuelves a gritar, me doy la vuelta, y entonces te faltará el novio para poder casarte —le espetó con enfado y apretando los dientes. Ma cerró la boca y Kenrick continuó; eso sí, la mirada que le dedicó fue aniquiladora—: Angelines no lo ha reservado, vale. Pero nosotros tampoco nos hemos preocupado en volver a llamar siquiera una vez. Eso pasa por dejarle los detalles de tu boda a otros. Así que busquemos soluciones antes de que se reúnan en Escocia todos los invitados. Pensemos con la cabeza y no con la rabia.

      Desde luego, últimamente, los discursos se le daban genial.

      —Ma… —me atreví a entrometerme, y esa vez sí toqué su brazo; contacto del que ella no se apartó—. Por favor, cálmate. Y te prometo de verdad que vas a casarte. Sea como sea, vas a casarte. Pero ahora cálmate. Por ti y por Benanci… —Kenrick me taladró con los ojos—. Por como quiera que vaya a llamarse el niño.

      Sin decir ni media palabra, nos distribuimos en los coches como buenamente pudimos, bajo mi reparto de asientos. Angelines siempre era la que llevaba la voz cantante en esos temas, aunque yo le echase un cable. Pero la cosa no estaba para que las dos fuesen en el mismo espacio reducido. Sabía que necesitábamos un tiempo de paz para que ambas no estallasen como una bomba, así que, sin más, lo pedí:

      —Vamos a dar una vuelta, Kenrick. Para… calmar los ánimos.

      Él, con toda la paciencia que lo caracterizaba, asintió sin hacer ningún comentario y se metió en su vehículo. En otro coche se subieron Patrick y Angelines, delante. A ella le temblaba tanto el pulso que anda que estaba para irse a robar panderetas. Jamás la había visto tan afectada, y no era para menos. Detrás, Alejandro el Sieso y yo. Sieso que estaba


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