Pasajeros. Michael Krüger
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MICHAEL KRÜGER, Wittgendorf, Sachsen-Anhalt, 1943. Reside en Múnich. Durante muchos años fue director editorial de Hanser Verlag y editor de Akente y Edition Akzente. Es miembro de numerosas academias, y fue presidente de la Academia Bávara de Bellas Artes. Es autor de relatos, novelas, traducciones y de varias colecciones de poesía. Entre sus premios literarios destacan el Peter-Huchel-Preis (1986) y el Mörike-Preis (2006). Su último libro de relatos, El dios detrás de la ventana, fue publicado en esta editorial en 2018.
Un hombre se ha quedado dormido en el tren. Cuando despierta, una joven desconocida se apoya con naturalidad sobre él. Se llama Jara; no tiene dinero, ni papeles y apenas habla el idioma. Él es un exitoso coach motivacional retirado y derrotado por sus propios conocimientos. Observando a la joven, el hombre piensa con cierto patetismo que aquella muchacha podría representar su salvación. Ofrecerle un hogar le dará a su vida un nuevo sentido. Recoge a Jara en Múnich. Esta decisión provoca un giro determinante en su vida. Un hombre que lo tiene todo pero que sólo conoce el vacío, frente a quien no tiene nada y sin embargo le enseña que la vida va más allá de la riqueza y del éxito. Michael Krüger emprende un viaje de pensamiento en el que nadie se salva: ni las personas que lo rodean, ni los compatriotas alemanes, y menos él mismo.
Repleta de observaciones brillantes y precisas de la actualidad y la sociedad alemana, Michael Krüger habla sobre los diferentes tipos de evasión en su novela: Escape from Life, Escape to Life, Escape from One, Escape to One Another. Y añade un retrato del extraño rostro de la sociedad contemporánea: melancólica y cómica, resignada y desesperadamente esperanzada.
«Como lector, resulta fácil defender al personaje y narrador incluso en contra de lo que uno mismo pueda pensar. Se merece, como poco, un lugar en el cielo por el tiempo que Jara permanece en paz a su lado.
Michael Krüger merece el reconocimiento de este humorístico y autocrítico texto mundano. La novela, de una forma muy personal, arranca un diálogo con nuestro propio yo. Quien lee este libro no está solo»
Pasajeros
COLECCIÓN
Las Hespérides
MICHAEL KRÜGER
Pasajeros
Traducción del alemán
Juan Fernández-Mayoralas
ESLES DE CAYÓN
2020
La traducción de este libro ha recibido la ayuda del Goethe-Institut,
financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania.
Título original: VORÜBERGEHENDE
© De los textos: Michael Krüger
© De la traducción: Juan Fernández-Mayoralas
Madrid, 2020
Edita: La Huerta Grande Editorial
Serrano, 6 28001 Madrid
Reservados todos los derechos de esta edición
ISBN: 978-84-17118-68-6
Diseño de cubierta: La Huerta Grande
Producción del ebook: booqlab.com
Un ser humano, mayor en días, no vacilará en preguntar a una criatura de siete días por el lugar de la vida, y vivirá.
¡Haceos pasajeros!
Evangelio de Tomás
1
Debo de haberme quedado dormido después de pasar Gotinga. Hay paisajes —sobre todo en la Alemania central— que desde la ventanilla del tren resultan tan poco atractivos para la vista, que uno prefiere abandonarse al sueño. A causa de mi mala vista he adoptado la triste costumbre de no intentar mirar a lo lejos, ni buscar el horizonte cuando viajo en tren, procuro más bien no alejar demasiado la mirada, quedarme en un radio de unos treinta metros, cincuenta como mucho. Antes y después de pasar Gotinga, a este lado de esa ‘franja letal’, como llamo yo a esa distancia, solo hay «jardines de Schreber», en sí mismos una hermosa invención que injustamente suele atribuirse al autor de un libro antaño conocido en toda Europa, Gimnasia médica de interior: Daniel Gottlob Moritz Schreber; a quien, en su condición de médico de cabecera del príncipe ruso Somorewski, que estaba bastante loco, no le quedaba tiempo para preocuparse del aire puro que necesitaban los habitantes de la gran ciudad. Numerosas y curiosas investigaciones han tenido por objeto averiguar cómo es que llegó a adjudicársele a él el honor de entrar en la historia de Alemania como el inventor del cinturón verde. Ahora bien, para los historiadores resulta aún más interesante el hijo de este médico de cabecera, Daniel Paul Schreber, quien siendo presidente del Senado de Dresde publicó una descripción bastante detallada de su paranoia, Memorias de un enfermo de los nervios, obra que suscitó un gran número de reacciones, tanto eruditas como menos eruditas, de la cuales las menos eruditas suelen ser también las más interesantes. Puesto que, en sus delirios, Schreber se consideraba a sí mismo el centro del Universo, eran muchos los que podían sentirse identificados con él a la altura de 1900; para sus conciudadanos protestantes resultaría sin duda menos atractiva otra idea de Schreber, la de querer convertirse él mismo en la esposa de Dios con el fin de alumbrar un nuevo linaje. Si ya existían los alemanes, ¿para qué engendrar un linaje nuevo? Increíble, todo lo que Dios ha tenido que aguantar a los seres humanos, y aún resulta más increíble que, aunque herido, maltratado y humillado, haya conseguido sobrevivir a este suplicio milenario. Es posible que en realidad los locos como Schreber estuvieran más cerca de Dios que los ilustrados, puesto que eran capaces de concebir una relación con Él, y confiaban en ella, mientras que los otros habían perdido el hilo con lo divino a fuerza de distanciarse. El único ser humano al que Dios debía agradecimiento, escribía el filósofo rumano Emile Cioran vagabundeando insomne por París, había sido Bach. Un balance bastante pobre, al cabo de dos mil años de cristianismo. Siempre llevaba conmigo en mis viajes un libro de aforismos, Lichtenberg, Nietzsche, Cioran, Canetti, para pasar el tiempo en las estaciones y pensar en otras cosas. El Dios sensible: esta fórmula daba vueltas en mi cabeza adormilada. ¿Sensible a qué? ¿A una interpretación misericordiosa de sus palabras? No me entra en la cabeza que pudiera interesarse por otra cosa. También a Dios le llegó una vez el momento de elegir. Eso sí, las posibilidades eran limitadas: o Dios, o todos los seres humanos; en ese momento prefirió no ser nada más que Dios, aunque para ello tuviera que pagar un alto precio. Solo hizo una excepción con los locos. En el caso de Schreber, está claro que había hecho la vista gorda.
Durante más de veinte años vivió en mi edificio un psicoanalista que había dedicado toda su vida a proveer de un comentario, reescrito una y otra vez, al ensayo de Schreber aparecido en 1900 y titulado Bajo qué condiciones es lícito mantener recluida contra su expresa voluntad en una institución a una persona reputada de enferma mental, hasta que él mismo fue ingresado. Yo era la única persona en el edificio a la que todavía hablaba, aunque resultaba cada vez más difícil escucharle repetir una y otra vez las mismas parrafadas sobre la lamentable estupidez de sus colegas psicoanalistas. Ya no estaba en sus cabales, como suele decirse. Los últimos vestigios de identidad que había conseguido preservar los consumió en un grito histérico, podía verse cómo iba paulatinamente disminuyendo. Al final solo quedó el grito, un graznido intermitente, sin ton ni son, una confusión de sonidos que emitía en cuanto me veía. ¿Cuándo deja uno de observarse