Perspectivas pragmáticas. Carlos Germán van der Linde

Perspectivas pragmáticas - Carlos Germán van der Linde


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comunicativa”, que semejante al principio de cooperación de Grice define como el saber de cuándo hablar y cuándo callar, qué decir, a quién, cómo y de qué modo. La competencia comunicativa también debe dar cuenta de actos de habla como la rabieta del niño, y para ello ha establecido (i) si es posible la formalización, y en qué medida, (ii) si el acto comunicativo es realizable con los medios de actuación disponibles, y en qué medida, (iii) si es apropiado al contenido en el que se usa y (iv) si se cumple, y en qué medida, lo que la actuación comporta (Bertuccelli, 1996, pp. 85-86).

      La reivindicación de la actuación, después de su desprecio inaugurado por Chomsky, surge con Robin Lakoff y la “semántica generativa”. No hay que dejarse confundir por el nombre; la semántica generativa es una postura opuesta al generativismo sintáctico chomskiano, y en ella se reconocen dos corrientes: la canónica estadounidense y, especialmente, la lingüística cognitiva. La tensión de la semántica generativa lakoffiana con el generativismo sintáctico chomskiano hizo crisis con el problema de la gramaticalidad parcial o jerárquica de las expresiones lingüísticas, puesto que en su realización ellas no pueden dar la espalda, metodológicamente hablando, a los contenidos pragmáticos. Así las cosas, el estudio de los componentes pragmático y gramatical forman parte, por igual, de los objetivos de la lingüística. En este punto adherimos a la interpretación que Bertucelli hace de Lakoff: la gramaticalidad parcial o jerárquica es remplazada por los componentes pragmáticos fundamentales, por ejemplo, la emisión (Utterance2) abandona la estricta gramaticalidad y alcanza otras dimensiones extralingüísticas conocidas como información pragmática, escenario donde la emisión deja de considerarse como eso y se va a entender como enunciado. Bertuccelli (1996, p. 95) retoma los siguientes puntos de Lakoff:

      a) Los asuntos del hablante acerca de su relación con el destinatario.

      b) La situación concreta en la que se produce la interacción.

      c) La medida en que se intenta modificar una o ambas de las condiciones anteriores3.

      Estudiado el aspecto formal, Lakoff se detiene sobre la representación de los fenómenos pragmáticos en el interior de la gramática y acompañado por Gordon, en el artículo “Conversational postulates”, proponen “una integración de los principios de la conversación de Grice en el apartado formal de la semántica generativa e intentan mostrar en qué modo éstos pueden, así reformulados, explicar determinadas reglas gramaticales” (Bertuccelli, 1996, p. 96). Sin embargo, este análisis es de alguna manera débil al igual que la “hipótesis del performativo”, de J.R. Roos, que pretende la unión de la pragmática con la semántica; y que aqueja los mismos problemas de los verbos realizativos indirectos. Haciendo una evaluación de lo expuesto, se puede identificar que la lingüística filosófica se sitúa en el contexto de discusión entre competencia y actuación, donde cada una de las partes reclama la pragmática para sí, en el sentido de que la segunda la reclama como teoría del uso, es decir, precisamente, como actuación, y la primera, por su parte, la reclama como parte integral de una teoría de la competencia lingüística con respecto al hablante (lo psicológico en éste4).

      La perspectiva de la “adaptabilidad del lenguaje”, de Verschueren (1987), parece decidirse por el aspecto de la actuación más que por el de la competencia. Según Verschueren, la competencia de la lengua consiste en escoger, de manera más o menos consciente, insumos tanto lingüísticos como extralingüísticos, y esto se refleja en todos los planos de la emisión lingüística, a saber, la fonética, la morfología, la sintaxis, el léxico y la semántica. En este sentido, Victoria Camps (1976) recuerda:

      Aunque la actividad humana sea una actividad sometida a un orden y a unas reglas, la actuación no es simplemente aplicación de las reglas […]. La actuación lingüística supone una “forma de vida” inexplicable, que no admite ya más razonamientos. (p. 150).

      La adaptabilidad del lenguaje no es un tema de competencias porque no se trata de comportamientos mecánicos del tipo estímulo-respuesta. Todo lo contrario, justamente la plasticidad del lenguaje dada las circunstancias particulares y, sobre todo, contextuales, es una prueba de actuación: adaptar el discurso según se dirija a un tipo u otro de auditorio. Asimismo, según los factores ilocucionarios, a saber, deseos, anhelos, imposiciones, interrogaciones, etc., y las respuestas obtenidas por parte de los interlocutores, y sus propias elecciones, demuestran la dinámica o fuerza como funcionan las lenguas. En consonancia con Habermas, el concepto de uso lingüístico, según la perspectiva de la actuación, implica un esfuerzo de cooperación entre los actores. “El diálogo es pues, desde la perspectiva pragmática, un carácter estructurante del lenguaje” (Bertuccelli, 1996, p. 110). En el diálogo se plasman o reflejan las posibilidades expresivas de los hablantes en el flujo conversacional que se da en una comunidad social e históricamente determinada. Se hace referencia aquí a las diversas comunidades de interpretación, es decir, de los diversos conjuntos humanos que participan de alguno o algunos juegos de lenguaje. Esto quiere decir que existe un mundo público al cual referirse, y se hace por medio de un lenguaje igualmente público, históricamente situado. Al reflejarse las posibilidades expresivas de los actores se tiene el presupuesto de unas convenciones de doble dimensión: social y lingüística.

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      En la ilustración (Bertuccelli, 1996, p. 111) se observa que el mundo físico y las relaciones sociales envuelven las actuaciones lingüísticas y en cierta forma las condiciona, pues las elecciones lingüísticas serán unas en determinados contextos (por ejemplo, una fiesta o en un estadio de fútbol) y otras en distintas situaciones (por ejemplo, dando un pésame o en un iglesia). El lenguaje se adapta rápida y recursivamente a esos diversos escenarios. “Las posibilidades y elecciones de adaptación son importantes para los contenidos proposicionales y su articulación formal, el tipo de acto lingüístico, la organización retórica del discurso, el nivel de formalidad, el estilo locutivo, el código, el canal y el sistema semiótico” (Betuccelli, 1996, p. 112). Este enfoque termina sosteniendo que los componentes sociales y lingüísticos no se encuentran en oposición, pues las relaciones sociales son susceptibles de traducirse al lenguaje, es decir, existen marcas en la lengua que dan cuenta de ello, y viceversa, las elecciones lingüísticas son conductas correspondientes a determinados comportamientos sociales, que las determinan (piénsese en conceptualizaciones a propósito de eso como “la lógica de la cortesía y los honoríficos”, “la teoría de la pertinencia”, entre otras).

      La exposición ha tenido por propósito presentar el pragmatismo como “filosofía de la lengua” y no del lenguaje. La lengua es la realización verbal del lenguaje, y la realización particular de la lengua se conoce como habla, he aquí la clásica diferencia saussuriana entre lengua (langue) y habla (parole). No obstante, se debe aclarar que el lenguaje no se reduce a la lengua, pues existen concreciones no verbales del lenguaje, tales como la pintura, la escultura, la arquitectura, etc. La lengua es objeto de estudio propio de la lingüística más que de la filosofía, y el lenguaje como objeto de estudio es de interés para la filosofía del lenguaje, aunque se debe reconocer que la filosofía analítica lo ha entendido en abstracto, por ejemplo, el lenguaje de la notación lógica. Tener por objeto de estudio el “uso” permitió alcanzar la sistemática combinación de uno propio de la lingüística como es la lengua, con la perspectiva de trabajo de la analítica del lenguaje, ofreciendo así una filosofía de la lengua, que se ha estado denominando pragmatismo lingüístico-filosófico.

      Todo lo presentado hasta antes del último párrafo el lector lo vinculaba con la vertiente de la lingüística filosófica de Morris, y con esto vienen a cuento los antecedentes en James, Mead y Dewey (incluso, arriesga Bertuccelli, en Peirce). Por su puesto, posee la licencia para pensarlo, y para esperar que los siguientes capítulos tomaran esa ruta. Sin embargo, nosotros saldremos de los terrenos seguros donde la tradición garantiza una senda teórica, con el fin de aventurarnos a vincular un pragmatismo y una metodología lingüístico-filosófica con Ludwig Wittgenstein. Por supuesto, se trata de caminos inhóspitos, pero igualmente sugerentes. El punto de partida radica en el método, básicamente en el nuevo modo de hacer filosofía del segundo Wittgenstein. En este marco metodológico, Rorty


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