Un amor de juventud. Heidi Rice
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© 2019 Heidi Rice
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un amor de juventud n.º 2808 septiembre 2020
Título original: Contracted as His Cinderella Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-696-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
CALLING Riders cerca de Strand. Voy a la joyería Mallow and Sons a recoger un paquete para llevarlo a Bloomsbury.
Alison Jones se detuvo bruscamente delante de un semáforo en ámbar en Waterloo Bridge mientras aguzaba el oído para tratar de descifrar lo que le decían por radio.
Hacía horas que la fría lluvia le había calado el impermeable. A las seis de la tarde había estado a punto de acabar el trabajo, deseando meterse en una bañera llena de agua caliente y lamerse las heridas provocadas por otra jornada laboral pedaleando por las calles de Soho. Pero, al recibir la llamada, había respondido en su radio:
–Ciclista 524, lista para el reparto.
Aún le quedaban por pagar varias mensualidades del préstamo que había pedido para cubrir el gasto del funeral de su madre. También tenía que pagar el alquiler de su habitación en una casa en Whitechapel que compartía con otros estudiantes de diseño de modas. Además, ya no podía mojarse más de lo que estaba.
–Es un paquete pequeño, un anillo de compromiso –le dijo el repartidor por la radio–. El cliente se llama Dominic LeGrand. La dirección es…
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Apenas prestó atención a la dirección, los recuerdos le inundaron la mente, haciéndola retroceder al verano en el que había cumplido trece años.
Un aroma a hierba y rosas. El calor del sol de Provenza. La voz profunda y paternalista de Pierre LeGrand, tan guapo, tan encantador…
–Llámame papá, Alison –le había dicho Pierre LeGrand.
La sonrisa de su madre, despreocupada, llena de esperanza.
–Esta vez va en serio, Ally. Pierre me ama. Pierre va a cuidar de nosotras –le había dicho su madre.
Alison sintió calor en el bajo vientre al evocar la imagen de Dominic, el hijo de Pierre de dieciséis años, tan real como si hubiera sido ayer, no doce años atrás. Dominic, con labios sensuales y cínica sonrisa, una misteriosa cicatriz sobre su ceja izquierda, un pelo sumamente corto y rubio que lanzaba destellos dorados bajo la luz del sol.
Dominic, un hombre bello, peligroso, fascinante… Un ángel caído, que convirtió en peligroso y emocionante aquel perfecto verano.
–No puedo hacer ese reparto –graznó Ally por la radio recordando la última noche en Provenza.
El rostro de su madre, tan triste y frágil, con un moratón en el pómulo. El olor a espliego y ginebra. La voz de su madre, asustada y ligeramente borracha, diciéndole:
–Ha ocurrido una cosa terrible, cielo. Pierre está muy enfadado conmigo y con Dominic. Tenemos que marcharnos.
Al enterrar a su madre, cuatro años atrás, había dejado de revivir el horror de aquella noche. Al enterrar a su madre, delante de la tumba, había sentido un gran alivio. Por fin, Minica Jones descansaba en paz.
El claxon de un autobús la sacó de su ensimismamiento. No, no podía hacer ese reparto. No quería volver a ver a Dominic LeGrand. Sobre todo, ahora que Dominic ya no era un inquieto chico protagonista de sus sueños de adolescente sino un promotor inmobiliario multimillonario. Un donjuán, a juzgar por el relato que su exnovia, una supermodelo, había vendido a un periódico un año atrás por una cantidad de dinero de seis cifras. El anillo de compromiso debía ser para Mira… algo, según había leído hacía un mes.
–¿Qué? ¿Por qué no quieres hacer el reparto? Acabo de poner tu nombre en el ordenador –le dijo el coordinador–. O lo haces o pierdes el trabajo. Tú eliges.
Ally respiró hondo en un intento por controlar el pánico.
Tenía que hacer ese reparto, no le quedaba otra alternativa. No podía permitirse el lujo de perder el trabajo.