"El amor no procede con bajeza" (1 Co 13, 5). Claudio Rizzo


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– se juntan la admiración y una neurosis descontrolada en sus comentarios y acciones…). Toda patología se percibe y experimenta por la duración del síntoma.

      Sin embargo, me siento compelido en poder clarificar que la persona histérica no es un conjunto de perversiones y mala voluntad. Al carácter histérico se le ha atribuido maldad, egoísmo, tendencia a la mentira, soberbia, emotividad sin freno, lascivia. En realidad, es evidente que las personas histéricas son amantes de sus prójimos, aunque ocasionalmente se dejen llevar por la excitación del momento.

      Además, por razones comprensibles, hay una cierta tendencia a hacerse notar de alguna manera, lo que en la disposición histérica es algo más frecuente que en otros lados, ya que tienen que desempeñar un papel, sobre todo, en gente de conducción.

      Creo recomendable tener en cuenta que las personas con tendencias a la exageración, falseamiento y mentiras se hacen histéricas antes que las otras; en todo caso, en la histeria se aprovecha tal disposición y se exagera. Por lo demás, la parte moral del carácter en los histéricos puede ser buena o mala, como en los demás hombres: al lado de egoístas sin consideración encontramos gente dispuesta al sacrificio, aunque en su afectividad haya un cierto obstáculo al desarrollo de los sentimientos altruistas. Así lo sostiene Bleuler.

      A fin de que nosotros podamos reflexionar para poder sanar los núcleos histéricos que nos desestabilizan y descontrolan consideremos que los rasgos psíquicos que constituyen el fondo del carácter histérico son: una exagerada emotividad que lógicamente explica sus reacciones aparatosas e imprevistas, un aumento de la sugestionabilidad, por la cual el histérico se autosugestiona fácilmente y se deja llevar por estímulos exteriores sugestivos, y una hipersensibilidad del Yo que los convierte en susceptibles extremados, pendientes continuamente de lo que piensan y hacen los demás en relación con ellos y que condiciona su afán de estar siempre en el centro de la atención ajena.

      Al servicio de estos factores van poniéndose todas las funciones psicológicas, orgánicas, reflejas, etc., es decir, todo el caudal de energías humanas, que, primero consciente o semiconsciente y por fin de un modo inconsciente, van entrando como componentes de la gran comedia de la vida del histérico. La característica, por tanto, de los síntomas particulares, que vamos a ir descubriendo es siempre su falta de causalidad orgánica proporcionada al efecto, y el síntoma sirve para los fines secretos del “Yo histérico”.

      Nos preguntamos, nos respondemos:

      1. ¿Cuáles son tus tendencias a la histeria, según lo compartido hasta el momento?

      2. ¿Cuáles son tus tendencias a la simulación?

      3. Pensemos en la siguiente afirmación: “El simulador quiere aparentar enfermo: el histérico, serlo” (Bleuler).

      Pidamos al Señor JESUCRISTO que nos acompañe en estos retiros. Juntos oremos:

      “¿Por dónde se va a donde habita la luz

      y dónde está la morada de las tinieblas,

      para que puedas guiarla hasta su dominio

      y mostrarle el camino de su casa?”.

      Job 38, 19

      2ª Predicación: “La histeria II”

      “No te prives de un día agradable

      ni desaproveches tu parte de gozo legítimo”.

      Eclesiástico 14, 14

      Aprender a detenernos. El horizonte al cual debemos direccionar nuestra mirada es la Paternidad de Dios. Nos ofrece belleza, luminosidad, paz, bienestar… Al mismo tiempo, vivenciar la Paternidad del Altísimo, la vida se simplifica. La Paternidad de Dios nos marca el límite máximo y absoluto. A su vez, poder y esplendor se imponen en nuestra vida. Al simplificar la vida, dejamos de embrollarnos en vericuetos que no llevan a ninguna parte.

      Cuando logramos detenernos, alcanzamos un verdadero encuentro, una fusión, una unión casi perfecta, aunque sea por algunos minutos… Esta experiencia la podemos aplicar a personas cuya presencia nos hace mucho bien y a cosas, como es el caso de practicar un deporte, comer una rica comida, participar de un retiro.

      La categoría de “padre” para designar a Dios no es específica de la tradición bíblica. La consideración de otras formas de hablar del “padre” es un contexto cultural algo más amplio y ayuda a entender lo peculiar del mensaje de Jesus.

      Platón llama “padre de todas las cosas” al demiurgo o creador de la realidad material. El diálogo “Timeo” recurre al mito creador, para expresar la diferencia ontológica que distingue los distintos estratos de la realidad sensible, de la realidad inteligible, es decir, de las cosas en sí. El “padre” representa en este caso el poder de generar la realidad en forma análoga al padre terrestre que genera los hijos. En este modo de comprensión de la imagen, el aspecto más relevante de la relación entre el “padre” y los “hijos”, es el de la generación. Más tarde surgirá también la concepción de una “prónoia”, es decir, de una “providencia”, pero ésta no es mucho más que el cuidado para que ese orden se mantenga. O, mirado desde otra perspectiva, un reflejo de ese mismo orden. De ninguna manera, se trata de una providencia salvífica.

      El Señor Jesús nos anuncia su acción salvadora como acción de gracia. Su decisión de reinar en el mundo, no es otra cosa, en el fondo, que una imagen de salvación. Porque quiere decir que de él proviene la iniciativa, y de que al hombre no le corresponde más que reconocer su necesidad de salvación y aceptar en sí la acción de Dios.

      Desde esta visión es posible reconocer que Jesús no es un apocalíptico preocupado por el fin del mundo, que busca adivinar los signos de la catástrofe final. Su saber acerca del fin es mucho más fundamental, y no está marcado por las especulaciones propias de este tipo de temas. El elemento temporal que hace a toda espera real del fin y que está también presente en la esperanza del Señor, está subordinado a la imagen del Dios que viene, que no es el juez implacable, sino el Padre… que ya en el presente, en el simple anuncio de su poder, quiere salvar al hombre.

      La Histeria cercena psicológicamente la acción salvadora de Dios. De ahí nuestra reflexión para poder llegar a liberarnos de estas maniobras psíquicas, muchas veces, inadvertidas.

      Conviene recordar tres rasgos psíquicos que delinean la histeria: a) una exagerada emotividad, b) un aumento de sugestionabilidad y c) una hipersensibilidad del yo.

      Los invito a encontrarnos con dos puntos destacados sobre la Histeria.

      1. Aquello que está constituido por lo que puede llamarse aspecto de conjunto de la enfermedad.

      2. Los síntomas que más frecuentemente se presentan.

      En relación al primer punto, tengamos en cuenta que “la histeria es un modo anormal de reacción ante las exigencias de la vida”. En este sentido es que podemos referirnos a la autoexigencia como madre de las frustraciones. Cuando los niveles de autoexigencia superan nuestras capacidades, límites, talentos (en el orden carismático-espiritual), allí irrumpe la “anormalidad ante las exigencias de la vida”. Algo se torna anormal cuando no condice con la realidad subjetiva. Cada cual tiene sus capacidades y sus límites, o de otro modo, sus luces y sus sombras, sus virtudes y sus concupiscencias (poder-tener y placer desordenados), sus cualidades y sus apetitos (en el orden concupiscible, irascible y sensible).

      La autoexigencia en sí es siempre buena porque nos da cada día la posibilidad de ser un poco mejor como personas. Ahora, cuando ésta se eleva por encima de los niveles normales llama a “una amiga íntima” que es la frustración.

      En relación al segundo punto, los síntomas: Los niveles de normalidad dependen de cada persona, ya que cada uno es uno y único. No se miden milimétricamente, en términos matemáticos, sino por la intensidad del síntoma. Los síntomas que en breve trataremos, producen agresión, un sentimiento peyorativo hacia los demás y hacia


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