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      Los tagangueros, descendientes de una etnia con una fuerte tradición cultural arraigada en la actividad de la pesca, han visto el turismo de las últimas décadas como un depredador de costumbres y una de las amenazas principales que causan el desarraigo de su territorio, producto de una corriente invasionista que se ha venido dando para apoderarse esas bellezas naturales.

      Como comunidad étnica, los tagangueros quieren seguir viviendo en su territorio ancestral, el cual consideran que pertenece realmente a sus descendientes. Ya desde la Colonia, mediante cédula real, se les reconoció la propiedad sobre los terrenos que van desde la parte norte de Punta Betín hasta el sector hoy conocido como Cañaveral y Arrecifes en el parque Tayrona. Posteriormente, hacia el año 1873, en una acción característica de comunidades indígenas se realizó la escrituración protocolaria de los terrenos denominados San Antonio de Bonito Gordo, como propiedad de los naturales de Taganga, organizados en la Asociación de Padres de Familia y representados en ese entonces por Román Manigua. Dichos terrenos comprendían lo que es hoy el corregimiento de Taganga, todo el ancón del mismo nombre y la isla conocida como Punta Aguja. De igual forma, por esa misma época se protocolizan los derechos de propiedad sobre los ejidos de Cañaveral y Arrecifes, ampliando aún más la extensión del territorio.

      Sin embargo, la mayor parte de dicho territorio se encuentra en manos extrañas. Hacia 1969, con la creación del parque nacional Tayrona, se desconocieron los derechos adquiridos por el pueblo sobre una parte de los terrenos entregados para su constitución, y también el uso continuo que descendientes de tagangueros le venían dando.

      Hoy el territorio taganguero está siendo usado para actividades turísticas, y un gran porcentaje del producido no se queda en Taganga, ni beneficia de manera directa o indirecta a sus habitantes. Por otro lado, la pesca artesanal, convertida casi en pesca de subsistencia, ha dejado de ser el rubro de mayor sustento de la población, y está amenazada por la industria turística, extraña a las necesidades de los habitantes tradicionales, con gran ambición sobre la tierra y dispuesta a enajenarles a toda costa lo poco que aún queda en manos de los tagangueros.

      Es así como la mayor parte del territorio taganguero se encuentra ocupado o parcelado para ser negociado a terceros ajenos a su comunidad, sin pensar en dónde vivirán las generaciones futuras de tagangueros; todo con el visto bueno de las autoridades encargadas de evitar que esto suceda. Territorios destinados a la conservación, como el parque distrital Dumbira, están siendo afectados por esta depredación, promovida por gente que viene de la ciudad de Santa Marta, del interior del país o de tierras extranjeras. Ello lleva a pensar que, en pocos años, el territorio de Taganga se encontrará totalmente vendido a particulares y, si no se toman prontas medidas al respecto, los tagangueros estarán en grave peligro de extinción como comunidad étnica.

      Cultura e identidad colectiva taganguera

      En este acápite se destaca cómo el pueblo taganguero ha iniciado un proceso para lograr el reconocimiento como comunidad étnica diferenciada por parte del Estado colombiano, proceso que avanza ante el Ministerio del Interior sin llegar a buen término hasta la fecha; sin embargo, este proceso ha servido para precisar algunos de los elementos centrales de su identidad colectiva, la cual ha sido reconstruida principalmente por diversas autoridades y representantes de la comunidad taganguera, reunidos en diversos escenarios, talleres y foros, incluidas las instituciones estatales y académicas.

      Teniendo como base lo anterior, en este documento se propone un debate riguroso desde las perspectivas sociológica, antropológica, jurídica y ambiental que brinde razones y argumentos concretos para la defensa de la dignidad del pueblo taganguero, que desde hace varios siglos lucha y resiste proactivamente por su supervivencia cultural como pueblo y comunidad étnica diferenciada en la región Caribe colombiana5.

      Los orígenes

      Tratar de desentrañar el origen del grupo humano que habitó en Taganga antes de la llegada de los españoles no es una tarea fácil, ya que la falta de datos históricos y de investigaciones arqueológicas en el sitio dificulta cualquier intento por esclarecer a qué pueblo o comunidad étnica pertenecen. No obstante, los cronistas de Indias ofrecen una cronología parcial de este asentamiento poblacional, en tanto su objetivo no era hacer una cronología sistemática y metódica de lo acontecido en las tierras americanas.

      Por ejemplo, Juan de Castellanos, en su Elegía de varones ilustres de Indias (1857), confirma este aserto, pues en su historia y relación de las cosas acontecidas en Santa Marta desde su primera población, al dedicar la primera elegía a la muerte de Rodrigo de Bastidas, primer gobernador de esta ciudad, dice que a Santa Marta llega su pluma y que trataría cosas principales ocurridas allí para poderlas explicar en forma razonable pero sintetizada, tomando todas aquellas que fueron sustanciales, y que ningún historiador pudo contar todas esas cosas menudas; pero que le parece digno de ponerlas en escritura por haber sido olvidadas de la mano de todos los cronistas castellanos.

      De otra parte, especial atención merece el relato, publicado hace más de seis décadas, compartido por el pueblo indígena kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta al antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff (1953, p. 18). En él los kogui distinguen una fase inicial de su desarrollo, denominada “fase mítica”, en la cual vivían en la sierra con otros grupos de hermanos menores venidos de otras partes y con los cuales entraron en una prolongada guerra, en la que vencieron; entre estas tribus estaban los ubatáshi, los kanxá y los béissi; después del exterminio de las tribus míticas, vivían en la sierra los tayronas, en las hoyas de los ríos Guachaca, Buritaca y Don Diego; más al este, en las riberas del río Palomino, vivían los kogui; en la costa cercana a la desembocadura de los ríos Buritaca y Don Diego habitaban los kashíngui; y al oriente de estos, en la desembocadura del río Palomino, estaban los sangaraména; en la costa cercana al río San Miguel vivían los gulaména y más allá de ellos vivían los guahíju, es decir, los wayúu o guajiros. En la región de Santa Marta, así como al sur y al este de la ciudad, habitaba el grupo de los matúna; entre las bahías de Gaira y Taganga, los péibu-tuxe, también llamados péibuni; es decir, se acepta la existencia en la zona de Taganga de un poblado indígena con características particulares, aun antes de la llegada de los españoles.

      De acuerdo con el relato de los kogui, los péibuni, los durcinos y los papalis-tuxe, que vivían en el sector de la costa, presentaban tipos culturales diferentes, hablaban dialectos distintos y eran otra gente. Específicamente sobre los péibuni (péibu-tuxe) de Taganga y Gaira, se dicen que hablaban otra lengua y que tuvieron relaciones comerciales con los kogui de Hukumeiji (río Palomino) (Reichel-Dolmatoff, 1953, p. 92).

      Tiempo después, en el año 2002, el abogado e historiador taganguero Ariel Daniels de Andreis publica en la Revista Taganga (n.° 4) un artículo donde plantea la hipótesis de que los tagangueros tienen su origen en los pueblos caribes y, apoyándose en diferentes historiadores, afirma que cuando los españoles llegaron a Santa Marta encontraron pueblos vecinos a la ciudad, entre los cuales estaba Taganga. Posteriormente, retoma la opinión de los historiadores Henao y Arrubla (1967, p. 27), quienes al referirse a las sociedades precolombianas se basan en las propuestas de Carlos Cuervo Márquez (1917, p. 2), quien reduce a tres los grandes grupos aborígenes en América: los pampeanos o parás, los andinos y los caribes; los pampeanos no tuvieron gran desarrollo y fueron reemplazados por los caribes –que se establecieron en las llanuras del Atlántico, en los Llanos Orientales y a lo largo de los valles cálidos de los ríos Magdalena, Cauca, Sinú y Atrato–, quienes eran fuertes y robustos y sus viviendas eran bohíos circulares de techo de paja en forma cónica.

      Según Cuervo Márquez, las tres grandes migraciones de los caribes hacia Colombia fueron: una migración oriental, efectuada por el golfo de Maracaibo y los afluentes del Orinoco, una gran migración central, que recorrió el Magdalena y sus afluentes, y una migración occidental, realizada por el Atrato y las costas del Pacífico, después de cruzar el Darién y Panamá.

      Respecto a la migración oriental, este autor plantea la posibilidad de que se haya bifurcado, al entrar un flujo por el lago de Maracaibo, ocupando la península de la Guajira, torciendo al nordeste; y otro flujo debió seguir hacia el sur hasta Casanare.


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