Un beso apasionado. Jessica Lemmon
y no. Mi relación con Royce ha sido una continua sorpresa. ¿Por qué no dejar que este bebé también lo sea? –dijo acariciándose el vientre.
–No sabes cuánto me alegro por ti.
Addi lo decía de corazón. Taylor estaba radiante y no solo por el embarazo. Siempre que estaba con Royce su rostro se iluminaba.
–¿Habéis puesto ya fecha para la boda?
–Todavía no –contestó Taylor y se quedó contemplando el diamante de su anillo de compromiso–. Sé que acabaremos casándonos, pero no tenemos prisa.
Dejando a un lado los besuqueos del armario y aquel embarazo inesperado, Taylor había sabido superar los altibajos de la vida con una soltura que Addi confiaba tener algún día.
–Felicidades atrasadas. Ayer hiciste un año con nosotros, ¿verdad? Vi a Bran con un par de pasteles.
–Qué curioso, solo me dio uno –comentó divertida Addi entornando los ojos y tratando de disimular lo que sentía por él–. Tengo suerte de trabajar para alguien tan atento. Otros jefes no se preocupan por sus empleados.
Había rechazado la ayuda económica de sus padres cuando había dejado de seguir sus reglas. Cinco años atrás, había pagado un precio muy alto al separarse de ellos para seguir su propio camino. Había pasado temporadas alimentándose solo con patatas y se había retrasado en el pago de facturas en más de una ocasión. Pero todo eso formaba parte ya de su pasado. En ThomKnox había encontrado su sitio. La pagaban bien y los directivos eran personas encantadoras. Jack Knox, el padre de Bran, siempre la había tratado con respeto y cariño.
Aunque a punto había estado de estropearlo todo. ¿Por qué? ¿Por enamorarse como una colegiala? Nunca más.
No volvería a trabajar en compañías que se aprovechaban de los más débiles para pavimentar sus mansiones con lingotes de oro. Los Knox, y Taylor pronto formaría parte de la familia, eran buena gente. Addi era una persona sensata y no iba a dejar que una atracción pueril la distrajera de lo que era realmente importante.
–Bueno, he venido para ver si Bran ya había llegado –dijo Taylor mirando hacia su despacho apagado.
–Tenía una reunión a primera hora. No creo que tarde mucho –replicó Addi mirando la hora–, Puedes esperarle aquí si quieres.
–No, está bien. Ya volveré más tarde. Por cierto, ¿va todo bien entre Brannon y tú? –preguntó Taylor mientras se ponía de pie.
–¡Claro! ¿Por qué no iba a ser así?
–Venga, Ad. Hay confianza entre nosotras. He visto cómo lo miras.
¿Tan evidente era?
–Me cae muy bien, pero no me interesa en ese sentido –mintió.
–Lástima.
–Nos compenetramos muy bien en el trabajo.
Era una curiosa forma de describir su relación.
–Cierto –dijo Taylor, aunque no parecía muy convencida–. Dile que necesito verlo. Y tómate una taza de café por mí.
Addi se quedó viendo a Taylor alejarse con un pellizco en el estómago. Era lo que sentía cada vez que no decía la verdad, pero trató de calmar su conciencia diciéndose que pronto sería verdad.
Algún día se sentiría tan inmune a Bran como él a ella.
Capítulo Tres
Cuando Taylor pasó por delante, Bran salió del cuarto de la fotocopiadora y la interceptó. De camino a su despacho, había oído la conversación de las dos mujeres y se había dado media vuelta antes de que se percataran de su presencia y las cosas entre él y su secretaria se complicasen aún más.
–Hola, Bran. Vengo de tu despacho.
–Lo sé –replicó y se cruzó de brazos–. Os he oído.
Taylor hizo una mueca, pero enseguida se justificó.
–No te enfades.
Bran la tomó del brazo y la arrastró al cuarto de la fotocopiadora. Luego, cerró la puerta.
–Tienes que dejar de hacerlo.
–¿Hacer qué?
–No puedes hacer que dos personas se enamoren solo porque sean guapos –dijo Bran y arqueó una ceja–. Lo sabes muy bien.
–Ja, ja. Esa no es la única razón.
Por la forma en que Taylor se quedó mirando el suelo, había algo sospechoso.
–¿Qué otra razón habría?
–¿Qué quieres decir?
La conocía lo suficientemente bien para saber que su inocencia era fingida.
–Taylor…
–Solo quiero que seas feliz. Me preocupas.
Taylor era una mujer muy dulce.
–¿Te preocupo?
–Sí. Estuviste a punto de pedirme matrimonio.
–Eso fue un error.
–Es obvio. Pero me gustaría verte con una buena chica. Y a Addi le gustas, a pesar de lo que dice.
–Taylor, no eres mi madre, no tienes que buscarme pareja. Haz caso a Addi. La estás asustando y no quiero que se vaya o quedaré degradado al departamento de tecnología, con Cooper.
Jayson Cooper era el excuñado de Bran. Taylor rio ante el comentario de Bran. Cooper y Gia, la hermana de Bran, trabajaban codo con codo en el departamento de tecnología. Era el alma de ThomKnox.
–Lo único que digo es que tienes derecho a ser feliz.
Le puso la mano en el hombro, contento de tener una amiga que se preocupaba tanto por él.
–Estoy intentando encontrar mi sitio. No estoy celoso de Royce por haber sido nombrado presidente ni nada por el estilo –dijo y le dirigió una mirada significativa–. Además, salir con Addi no va a hacerme más feliz. En todo caso, acabará mal y me sentiré más solo que nunca. ¿No querrás que me busque una secretaria como la de Royce, verdad?
Melinda era muy eficiente, pero también aterradora. Como si estuviera leyendo sus pensamientos, Taylor se estremeció.
–No, mejor Addi.
–Bueno, pues dejémoslo estar –dijo Bran y abrió la puerta del cuarto de la fotocopiadora–. ¿Para qué querías verme? ¿Quieres que vayamos a la sala de reuniones?
–Estoy muerta de hambre. ¿Qué te parece si vamos a picar algo?
–Me parece bien –respondió y se dirigieron al ascensor–. Y para que quede claro entre nosotros, que sepas que Addi y yo estamos intentando seguir comportándonos como compañeros de trabajo después de que le dijeras que tendría que haber algo entre nosotros. ¿Puedes hacerme el favor de no volver a mencionarlo?
Ella suspiró con expresión inocente y hundió los hombros.
–Está bien, pero solo porque me lo pides.
Bran apretó el botón de llamada del ascensor y sonrió.
–Te lo agradezco.
Después de aquel desayuno improvisado con Taylor, Bran se fue a su despacho. Al ver a Addi buscando un pañuelo en un cajón, con lágrimas surcando sus mejillas, se detuvo en seco. Ella forzó una sonrisa.
–Hola –dijo, sin saber muy bien qué decir.
Cada vez que había visto a su madre o a su hermana llorando, se había sentido impotente, al igual que en aquel momento.
–Buenos días. ¿Qué tal la reunión con Frank?
Podía