Un beso apasionado. Jessica Lemmon
de que no necesitaba de la protección de sus padres para arreglárselas sola. Sin embargo, había tenido que recurrir a Bran ante aquel imprevisto. Había llegado el momento de recuperar a la mujer valiente e independiente.
–Recuerdo mi primer coche.
–¿Un Maserati?
–Tal vez –respondió Bran sonriendo, obligándola a reírse–. ¿Cuándo tienes que estar en Tahoe?
–Tengo reserva para esta noche. ¿Por qué no me dejas en una agencia de alquiler de coches? Seguro que hay alguna por aquí cerca.
Llegaría más tarde de lo previsto, pero al menos llegaría.
–¿Qué te parece si te llevo yo?
–¿Cómo? No, de verdad que no, gracias –añadió para no parecer desagradecida–. No quisiera causarte molestias.
–¿No me has oído que estoy deseando probar este coche? Es la excusa perfecta –dijo acariciando el salpicadero.
Luego se volvió hacia Addi y le guiñó el ojo. Ella sintió que se derretía.
–¿Y no estarás demasiado cansado para conducir de vuelta?
–Pasaré la noche allí. Me vendrá bien una noche fuera. Tal vez puedas escaparte un rato de tu familia y cenar o tomar algo conmigo. Será divertido.
¿Divertido? Moriría si pasaba más de cuatro horas en el coche con Brannon y la mancha de aceite de su mejilla.
Atravesó tranquilamente tres carriles, sin inmutarse por el claxon del coche de atrás. Apretó a fondo el acelerador, adelantó a un camión y puso el motor al máximo.
–Me encanta la potencia que tiene –dijo–. Dame diez minutos para cambiarme y meter una muda en una maleta, y nos pondremos en camino –añadió, y la miró, como pidiéndole permiso–. ¿Te parece bien?
–¿Y el trabajo? ¿Qué pasa con…
–Ya soy mayorcito. Puedo tomarme el día libre para llevar a mi competente secretaria al lago Tahoe. A menos que no quieras que te vean conmigo –dijo más como desafío que como pregunta–. ¿Acaso te resulto desagradable, es eso?
–No, no es eso, deja de burlarte de mí.
Le dio un suave golpe en el brazo y notó la fuerza de sus músculos al cambiar de marcha. En la oficina no solían rozarse, ni siquiera de manera accidental. Empezaba a sentir demasiado calor y dirigió la rejilla de ventilación hacia la cara.
–Eres difícil de complacer. El lunes por la mañana me costó invitarte a un café y ahora voy a tener que suplicarte para que me dejes llevarte a Tahoe.
No podía decirle que no. Aquel atractivo multimillonario con su aplastante seguridad en sí mismo era su perdición.
–Anda, dame las gracias, Addi.
–Gracias –dijo ella poniendo los ojos en blanco.
–Eso me gusta más –afirmó, ajustando la rejilla de ventilación–. ¿Mejor?
A punto estuvo de tener un orgasmo solo de verlo mover los dedos para ajustar la temperatura. Tenía que salir más a menudo.
–Si estás seguro de que no voy a estropear tus planes…
–No tengo planes para esta noche –dijo Bran y adelantó una fila de coches al tomar la salida.
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