El Hermafrodita dormido. Fernando González
italianos a traficar en nuestros pueblos? Para Francia le visan el pasaporte a cualquiera, pero le ponen un letrero que reza: “Prohibición de ejercer trabajo remunerado en Francia”. Somos muy inocentes. Nuestros países de Suramérica se están llenando de la hez de la tierra. Cuando leo la Prensa de allá, me quedo repitiendo: somos inocentes hasta la bobada; somos inocentes, pero aún no estamos pervertidos completamente.
NACIONALISMO
MARZO, 17.
Todo esto es obra de la sugestión de un hombre: Mussolini. Ha logrado que todo italiano se crea un Napoleón y crea que ganaron ellos solos la guerra.
De esto se concluye que para engrandecer a los pueblos hay que instigarles la vitalidad. Es la única lección que puede sacarse de esta repugnante dictadura. Mussolini ha convencido a las nuevas generaciones de que son iguales o superiores a cualquiera, y apenas se convencieron, la creencia deviene realidad y el mundo la va aceptando mansamente. “¿Qué no puede hacerse con el hombre?”, preguntaba el Libertador.
Prohibida la importación de lo que Italia o sus colonias puedan producir. Todos los países de Europa se encierran.
Conclusiones: prohibir la entrada a Colombia de todo lo que pudiéramos producir. Es una vergüenza que allá introduzcan comida. Instigar la vitalidad, predicar que nuestra tierra es más bella y mejor. Sólo nos falta creerlo.
Para eso, el medio es la Prensa y la escuela. Cualquier cosa se puede hacer de un pueblo por medio de la escuela y la Prensa. De ahí que lo primero que hizo Mussolini fue apoderarse de la imprenta y de la niñez.
El principio de reciprocidad que anima nuestras relaciones internacionales, es absurdo: porque si algún país tiene posibilidades para vivir de sí mismo, es la gran Colombia, con dos océanos, con todos los climas y todas las alturas, con las faldas de los tres Andes, sus mesetas y sabanas; ríos con sus valles inmensos. Por ejemplo, es una gran inocencia el que se pueda introducir maíz, frísoles, arroz, huevos, a semejante tierra. Y sombreros, telas, etc. Lo único que debía permitirse, por ahora, es la entrada de maquinaria.
El art. 2 de la Ley 69 de 1930 es absurdo. Los países que no cobran por visar los pasaportes, es porque tienen gran renta en el turismo. Esto sucede con Italia. Mientras que los italianos que van a Colombia es a vender telas, sombreros, corbatas y tronquitos de mármol.
Ya que somos pocos en gran tierra, se podría visar pasaportes únicamente a gente muy sana que fuera a trabajar las industrias agrícola, pecuaria, manufacturera o extractiva, con capitales mínimos de tres mil pesos. Visar pasaportes como se está haciendo, revela una inocencia terrible. Hay que prohibir la entrada de comerciantes y de aventureros.
Colombia es un paraíso porque tiene apenas ocho millones de habitantes. Las desgracias y corrupciones de Europa provienen de la densidad de la población. Por eso, aquí las casas son como inmensas jaulas, sin patios, sin solares y sin aire. Por eso, aquí hay estatismo, socialismo, comunismo, y no hay vida de familia, no existen las amistades tan deliciosas entre familias vecinas. En estas tierras se vive como en hormigueros desorganizados.
CONCLUSIONES
1ª. El afán de que vayan gentes a Colombia es sugestión; nos parece, como a los niños, que los defectos de los mayores son perfecciones.
2ª. La felicidad colombiana consiste en que somos pocos con mucha tierra. No necesitamos gente, inmigración, sino sabiduría. La Argentina no puede ser nación; es un conglomerado amorfo y desgraciado; perdió el idioma, perdió el carácter; se hicieron fortunas a la carrera: eso fue todo.
Muchas cosas podría decir acerca de lo que veo en Europa, para comprobar que Colombia es hoy el país más fácil para la felicidad humana y que sólo falta un poco de sabiduría.
ABRIL, 4, DE 1932.
TU carta me hizo resurgir en la conciencia estados psíquicos que hace tiempos no venían; fue como acicate para mi alma. Resentí los momentos de euforia creadora que he tenido, siempre a instigación tuya.
Lo que me gusta es sentirme alto, cerca del calor solar, eufórico, pletórico, capaz de amor y de sacrificio.
Pero en Génova no hay sino comerciantes y gatos preñados. Es la ciudad de los gatos y el plato genovés se llama TRIPA, una especie de mondongo sin caldo. Hay muchos perros, todos con bozal, y las mujeres los sacan a mear, encadenados. Si la paciencia que gastan para dejarlos oler los rincones y los troncos de árbol la tuvieran estas mujeres europeas para cuidar sus hijos, el fascismo sería una gran institución…
Colón era genovés, y esto se puede afirmar a priori. No era español ese ladrón, avariento, que robó el premio asignado al que primero viera la tierra del tabaco y de las loras.
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Gatos preñados, tripa, comerciantes y callejuelas. Ciudad original y patria del hombre más avariento, obstinado y empujador que ha dado la humanidad: Cristóbal Colón. Cielo bello, lejano y sirvienticas con los tacones torcidos. Ahí tienes a Génova, mi nueva patria.
Europa no me agrada. ¿Para qué? Tal vez los que vengan en busca del amor fácil, encuentren mejor esto; pero allá, en Colombia, es más bello el cielo. El suelo y el cielo. Hay montes de verdad, casas verdaderas, comida sana, frutos recién cogidos, leche con la crema. Aquí todo es falsificado y todos tienen hambre. Son muchos en escasa tierra. El error de nuestros gobernantes es desear la inmigración. Somos mejores, porque somos pocos, precisamente.
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MAYO, 4, DE 1932.
¡La primavera es bella! Una mañana, el cielo lejano y azulísimo, el sol tibio y los árboles con pequeños renuevos. Y comienzan los jardines a llenarse de estas flores italianas tan amarillas, tan rojas, tan verdes, tan de un solo color. Aquí me he reconciliado con el amarillo. Las mujeres principian a llevar vestidos de colores puros y la Vía XX de Septiembre es una escuela de colores andantes. Nadie ama los colores como el italiano, pues es la tierra de ellos. Los policías, soldados y niños van emplumados, adornados. Aquí el macho, como entre los animales, es más engalanado que la hembra. Y suenan las voces rápidas, pues hablan aprisa como nadie; parece que riñeran. En fin, es el mes del amor, pero las mujeres no se entregan sino al que tenga plumas, penachos, sombreros en ángulos. Aquí no importa sino el color; el coito es unión de colores.
Giovinezza, giovinezza, che si fugge tuttavia… Bella… Se vuoi venire…
Pero Italia carece de mesura, de buen gusto. Mussolini es una pirámide de mal gusto. Un hombre tan afirmativo, tan oloroso a semen de establo, es el que ha convertido a la juventud italiana en fascista. Tú, acostumbrado a la delicadeza de Francia,2 no podrías soportar a este dictador incapaz de crear una literatura, un arte, nada bello. Todo se reduce a frases gruesas y rotundas, a camisas negras. Mussolini es un antiguo carnicero que leyó a Nietzsche a la carrera. En fin, nada tan fastidioso para mí, que estoy maduro, como este dictador.
No tengo fe en el hombre sino como lodo para que florezca en él uno que otro espíritu superior. Basta decirte que no he visto una sola figura interesante; apenas un sacerdote que llevaba un bastón delgado, cogido sobre la espalda con las manos enguantadas de negro; el sombrero lo tenía un poco torcido para un lado y los calzones asomaban unos cinco centímetros bajo la sotana. Caminaba con impertinencia, como si no le importara Mussolini; tenía figura de ser capaz de estarse diez años en un calabozo y de salirse por una gatera que abriría pacientemente. Lo seguí durante mil metros. De resto, ni aquí, ni en Milán he visto nada en hombres y mujeres. Mussolini me causa disgusto en todos sus actos y colaboradores. Por ahí está Ludwig siguiéndolo como un perro. ¡Qué asco! Al fin y al cabo Juan Vicente Gómez es original, único, y yo lo estudié por amor a la grandeza humana. Una guerra con los franceses parece necesaria, porque es mucho el odio que tienen por la bella