Primero los Fundamentos. Stephen Kaufmann

Primero los Fundamentos - Stephen Kaufmann


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que la bandera cristiana debería ser colocada en cada pulgada cuadrada de este mundo. Esto es verdad no solo de la geografía sino también en los dominios del conocimiento. Los cristianos que piensan como cristianos son necesarios en cada caminar y pensamiento de la vida: científicos y sabios, predicadores y políticos, poetas y oficiales de policía.

      Pensar bien conlleva ciertas respuestas de los alumnos hacia el mundo que los rodea. Aquí hay tres respuestas.

      La escuela cristiana enseña

      a los alumnos a celebrar la vida

      La educación no solo sirve para pensar—también sirve para vivir. Y uno de los verdaderos gozos de vivir es la celebración de la vida. Esta no es la mera búsqueda de placer de una manera egoísta y hedonista, ya que la verdadera celebración no debe ser reducida a una excitación de los sentidos, aunque muchas veces despierta los sentidos. La celebración es la respuesta natural de ser un hijo vivo de Dios en el mundo de Dios con todas sus riquezas, variedad, forma, color, intensidad, extensión y propósito.

      En su reprensión a Job, Dios señala la grandeza de su creación y amonesta a Job a no malinterpretar sus propósitos: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, Cuando alababan todas las estrellas del alba, Y se regocijaban todos los hijos de Dios?” ( Job 38: 4-7) ¡Claramente, debemos deleitarnos en aquello que Dios ha creado!

      Un escritor expresa este sentido de celebración en la sencilla tarea de comer una naranja. Dios pudo haber dado a la humanidad comida carente de color, textura, aroma y sabor. En efecto, él pudo haber creado el mundo de un gris monótono, pero no lo hizo. Los maestros deben hacer que los alumnos consideren la naranja. Deben meditar en su aroma, anticipar el fuerte sabor antes de morderla. Dios dio la naranja a la humanidad, y la escuela cristiana puede dar a los alumnos una razón para apreciar la naranja como algo más que solo nutrición para sus cuerpos. La educación de la escuela cristiana debe equipar a los alumnos a disfrutar aquello que vale la pena disfrutar, y a ser indiferentes a las influencias distorsionadas del hedonismo y del materialismo. De forma similar, la escuela cristiana debe ayudar a sus alumnos a tener un sentido del humor. Ellos tienen que saber que la gran narrativa de la Historia termina bien para aquellos que pertenecen a Cristo Jesús. La vida no es solo una cosa después de otra; tiene un patrón y propósito a lo largo de toda ella. Hay razones importantes para estar feliz ahora y tener un sentido del humor. Dios da a la creación su diseño, y la escuela cristiana debe ayudar a los alumnos a ver dicho diseño y a darles razones bíblicas para deleitarse en la creación y en Aquel que la creó.

      La escuela cristiana enseña

      a los alumnos a lamentarse, a enojarse

      Algunas personas dicen que la juventud cristiana de hoy está demasiado preocupada con su mundo personal como para notar cualquier cosa o cualquier persona aparte de ellos. La única razón para enojarse sería la incomodidad personal o las inconveniencias. Ellos dicen que la búsqueda de auto realización que en su mayoría domina a la cultura también caracteriza a los cristianos. Otros se quejan de que la educación cristiana hace poco por corregir el problema. Un escritor ha dicho que los educadores cristianos deben evitar “producir… alumnos que son bastantes capaces de encontrar éxito en el mundo, pero no están listos para influenciarlo. Alumnos que están preparados para vivir cómodamente para Cristo, pero no están equipados para unirse a la causa en el nombre de Cristo”. El mundo está quebrantado, torcido por el pecado, el cual no solo infesta a las personas, sino también distorsiona a las instituciones que los rodean. Hay una brecha entre el estado actual de todas las cosas y el estado que deberían tener—en la política, en el cuidado de la salud, en el medio ambiente, en la educación, en la familia y en la iglesia. El profeta Ezequiel lamenta la infidelidad de Jerusalén y la compara con Sodoma: “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso”. (Ezequiel 16:49) Otro profeta que se lamentó de la brecha entre el estado actual de las cosas y lo que deberían ser fue Isaías. Él le dijo a Judá: “Quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. (Isaías 1: 16b, 17)

      De manera similar, las escuelas cristianas deben equipar a los alumnos a vivir en justicia y sanidad en un mundo caído. Y parte de ese equipamiento es conocer cuándo y cómo lamentarse, cuándo y cómo enojarse. En efecto, las escuelas cristianas deben preparar a sus alumnos a “cerrar brechas”.

      El filósofo cristiano Nicholas Wolterstorff desafía a las instituciones educativas a “demostrar y enseñar el lamento”. En respuesta, la escuela cristiana debe animar a los alumnos a afligirse por ellos mismos y por otros. La sanación, escribe Wolterstorff, comienza con un lamento sincero. Educar para el mundo real significa rehusarse a ser insensible al sufrimiento y el dolor en el mundo real. Los alumnos deben estar profundamente afectados por la injusticia y el sufrimiento.

      La escuela cristiana enseña a los alumnos

      el significado del compromiso

      Es verdad que las escuelas cristianas cometen errores. Los maestros son todavía pecadores, lo que quiere decir, entre otras cosas, que lo que ellos enseñan y la forma en la que lo enseñan refleja algunas veces la deformación y falta de percepción que afecta a los seres humanos pecaminosos. Los alumnos también son pecadores, y ellos pudieran no siempre usar bien su tiempo y poder mental. Pero por la gracia de Dios, las escuelas cristianas tratan de ser escuelas cristianas; tratan de entregar la vida de la mente al Rey Jesús. Tratan de comprometer la empresa académica al Dios de la Biblia y no a las fuerzas seculares de este mundo.

      En efecto, la esencia de la educación de la escuela cristiana es el amor bíblico y el compromiso con Dios. En el Antiguo Testamento, Abraham estaba atado al Señor como su siervo obediente. “Yo soy El Shaddai”, dice el Señor, “anda delante de mí y sé perfecto”. De igual manera, a través del pacto, Dios se comprometió a sí mismo con una promesa a Abraham y sus descendientes a ser su Dios y a cumplir sus promesas hacia ellos.

      Hoy como los “descendientes de Abraham” contemporáneos, los maestros cristianos y alumnos continúan comprometiéndose a sí mismos con Dios como su primera lealtad. Y todas las metas importantes que las escuelas cristianas tienen —impulsar la alfabetización, buenas morales, ciudadanía responsable y habilidades de trabajo— deben ser vistas como subordinados a la meta general del amor y compromiso hacia Dios. Esta meta general dará aún mayor significado a las metas menores. Los alumnos aprenden sobre el mundo de Dios en última instancia para servir al Dios quien los creó. Las escuelas cristianas hacen bien cuando sus alumnos proceden, en amoroso compromiso hacia Dios, a ser ciudadanos responsables y miembros leales de la iglesia. Esta es la misión de la escuela cristiana.

      Preguntas para discusión

      1. ¿Qué significa equipar a los alumnos para el dominio creativo del mundo de Dios? ¿Qué significa el dominio redentor?

      2. Las escuelas frecuentemente consideran que su misión es preparar alumnos para el siguiente nivel escolar o preparar alumnos para un trabajo. ¿Cómo justificarías el equipar alumnos para amar y servir a Dios como parte central de la misión de la escuela?

      3. ¿Cómo podrías incorporar el lamento y la celebración en el salón de clases?

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