La articulación etnográfica. Rosana Guber
mejores trabajos etnográficos sobre los mayas peninsulares (Villa Rojas, 1945).
Posteriormente, en 1935, Villa Rojas fue a estudiar a la Universidad de Chicago, precisamente cuando Radcliffe-Brown formaba a la primera generación de funcionalistas en Estados Unidos, Tax entre ellos. Villa regresó a México como investigador de la Carnegie. Con el fin de continuar el proyecto etnográfico de Redfield, se dirigió a los Altos de Chiapas para realizar un recorrido de reconocimiento en 1939. Luego decidió establecerse en la comunidad que consideraba más “primitiva” de la zona: Oxchuc (Redfield y Villa Rojas, 1939).
Para entonces, Villa Rojas se había incorporado a la comunidad científica mexicana, en los años en los que se armaba la trama institucional de la política indigenista y de la investigación antropológica. En 1939 se celebró la Primera Asamblea de Filólogos y Lingüistas, de la que surgió el Consejo de Lenguas Indígenas. Aquí encontramos ya a Mauricio Swadesh, lingüista discípulo de Edward Sapir, y uno de los organizadores por parte del Departamento de Asuntos Indígenas, además de maestro en el Departamento de Antropología, del Instituto Politécnico Nacional. También participaron William C. Townsend y sus colaboradores, del Instituto Lingüístico de Verano, y Norman A. McQuown, joven lingüista de la Universidad de Chicago. En ese mismo año se fundó el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), del que Alfonso Caso fue primer director. Para 1940 el Departamento de Antropología se adscribió al INAH, de cuya conjunción resultó la ENAH. Ese mismo año se organizó el Primer Congreso Indigenista Interamericano en la ciudad de Pátzcuaro, Michoacán, del que surgió el Instituto Indigenista Interamericano.
Villa Rojas aparecía en las reuniones de la Sociedad Mexicana de Antropología, fundada en 1937, como se manifiesta en su publicación, Revista Mexicana de Estudios Antropológicos. Presentó una ponencia en el Congreso de Pátzcuaro, al que asistió como miembro de la delegación mexicana, y se relacionó con la comunidad de profesores de la ENAH.
Tal es, pues, el escenario mexicano en plena efervescencia nacionalista, cuando se inició la formación profesional de los antropólogos y se establecieron numerosos nexos entre la nueva profesión, la política indigenista y el discurso sobre el patrimonio histórico.
Las relaciones con la antropología de Estados Unidos
Si bien se habían ya establecido relaciones entre antropólogos de México y de Estados Unidos, en la primera mitad del siglo XX, éstas no habían impactado mayormente a la pequeña comunidad nacional. La presencia de Franz Boas en la cátedra de Antropología, en la fundación de la Universidad Nacional y en la creación de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, en 1911, no incidió en la orientación evolucionista vigente entre los investigadores mexicanos que trabajaban en el Museo Nacional. Ciertamente uno de sus becarios, Manuel Gamio, alumno también del Museo, obtendría el doctorado en arqueología en la Universidad de Columbia y se convertiría en un importante funcionario del gobierno que emergió de la guerra civil, creando la Dirección de Antropología, a la cabeza de la cual fue nombrado. Posteriormente, asumió la Subsecretaría de Educación en el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles, puesto en el que permanecería solamente seis meses, pues debió renunciar por las pugnas políticas internas. Durante su estancia en la Dirección llevó a cabo un gran proyecto de investigación en el valle de Teotihuacán que fundó los estudios regionales e integrales en la antropología mexicana (Gamio, 1922).
La mayor presencia de antropólogos y de instituciones antropológicas de Estados Unidos en México se dio en el marco político y militar que impuso la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). El completo involucramiento militar estadounidense en el conflicto armado condujo a una profunda reorganización de la estructura institucional responsable de la investigación y de la formación de científicos, es decir, de las fundaciones que financiaban la mayor parte de las investigaciones, de las universidades que formaban a sus profesionales y de los centros de investigación. Pero tal vez lo más importante es que todo este entramado institucional fue reorganizado no sólo para la guerra, sino también para desplegar una hegemonía imperial sobre los pueblos “liberados” –lo que abarcaba la mayor parte del mundo–, ya que Estados Unidos emergería como la mayor potencia mundial.
La articulación del complejo institucional fue promovida por la Office of Strategic Services (OSS), cuyo director se apoyó en la comunidad académica para integrar un equipo de expertos en inteligencia con el fin de respaldar la estrategia militar. Cientos de destacados académicos fueron convocados, muchos de los cuales continuarían en tareas de espionaje en la lucha contra el fascismo y el comunismo (Nugent, 2008). Bajo los auspicios del National Research Council, en 1940, se reunieron todos los estudiosos que trabajaban en América Latina para formar un comité. Para 1942 se constituyó un comité conjunto (Joint Committee) cuya función principal fue coordinar las acciones del American Council of Learned Societies, el National Research Council y el Social Science Research Council. Al mismo tiempo la Smithsonian Institution organizó un comité de guerra y alojó al recién creado Ethnogeographic Board que debía proporcionar información regional específica, con una adecuada evaluación, a las instancias militares involucradas en la guerra (Kemper, 1993).
Como parte de este replanteamiento en función de las necesidades militares y del proyecto de hegemonía, tres antropólogos con amplia experiencia en la etnografía de México y Guatemala, Ralph Beals, Robert Redfield y Sol Tax (1943), hicieron un balance de las investigaciones realizadas y apuntaron las líneas a seguir, siempre desde la perspectiva de los estudios de aculturación y con el enfoque de los estudios de área. Con respecto a la parte operativa, Sol Tax fue comisionado para establecerse en México, pues así convenía a “los intereses de la política exterior de Estados Unidos, las actividades de las fundaciones privadas y los esfuerzos de investigación y formación etnológicas” (Kemper, 1993: 48). En 1943 se creó el Instituto de Antropología Social, bajo la dirección de Julian H. Steward. Los objetivos declarados eran la creación de programas docentes y de investigación en antropología en instituciones universitarias de América Latina, con el fin de realizar estudios intensivos en comunidades en proceso de cambio (ídem: 52). Ese mismo año se fundó la Sociedad Interamericana de Antropología con su revista Acta Americana, bajo la dirección de Ralph L. Beals. En su primer número apareció el ensayo seminal de Paul Kirchhoff sobre Mesoamérica y en su número 5 el primer ensayo de Guiteras sobre el sistema de parentesco en Cancuc, Altos de Chiapas (Guiteras, 1947). Por su parte, Oscar Lewis llegó, también en 1943, al Instituto Indigenista Interamericano como representante del Instituto Indigenista de Estados Unidos, e inició su investigación en Tepoztlán, el famoso reestudio del clásico de Redfield, para lo cual incorporó a tres estudiantes de la ENAH (Angélica Castro de la Fuente, Isabel Horcasitas y Anselmo Marino Flores). Sabemos que tanto Lewis como Tax enviaban reportes periódicamente a la embajada de Estados Unidos (Kemper, 1993).
Finalmente, Ralph Beals, de la Universidad de California, había establecido un convenio en 1939 con el Departamento de Asuntos Indígenas y con el Departamento de Antropología, del Instituto Politécnico Nacional, para realizar un Proyecto Tarasco, cuya primera comunidad bajo estudio fue Cherán. Sin embargo, resultó en un esfuerzo aislado, sin muchos resultados, por lo que Steward hizo los arreglos necesarios para que George M. Foster, de la Universidad de California, fuera a México para impartir cursos en la ENAH y para continuar con las investigaciones etnográficas en la región tarasca. Así, en 1945 Foster organizó un equipo con estudiantes de la ENAH, para hacer trabajo de campo en una comunidad del lago de Pátzcuaro. Entre ellos estaban Ospina y Pedro Carrasco, uno de los mejores etnólogos mexicanos del siglo XX. En 1946 Foster fue designado director del Instituto de Antropología Social de Washington DC y entonces Isabel Kelly, quien hacía investigaciones arqueológicas en el occidente de México, fue nombrada representante de dicho instituto en la ENAH, donde impartió cursos y organizó una investigación en el Tajín con varios estudiantes. Kelly permaneció como maestra e investigadora en la ENAH hasta 1952, cuando concluyó el programa de cooperación (Kemper, 1993).
Así, la naciente comunidad de antropólogos profesionales que se formó en México en los años 40 tenía múltiples nexos con universidades y fundaciones de Estados Unidos. De esta comunidad, el grupo más activo fue el que se dirigió a Chiapas con Tax.