Derecho a decidir. Carmen Domingo
dos y podemos vivir con uno prácticamente sin problemas– si nos ofrecen a cambio 5.000 euros? ¿Aceptaríamos adaptar nuestro físico a las demandas de un empresario a cambio de un trabajo? ¿Alguna no se plantearía la posibilidad de trabajar vendiendo su cuerpo si con eso consiguiera el pan que necesitan unos hijos que llevan días sin llevarse nada a la boca? ¿Acaso no cubriríamos nuestro cabello si con ello evitáramos una lapidación, ya fuera física o social? ¿Estaríamos actuando en libertad si tomáramos alguna de las decisiones anteriores?
El cuerpo une a las mujeres, en todo el mundo y de todos los niveles y clases sociales. Parir, menstruar, sufrir acoso, ser víctima de violación, de violencia, de discriminación... puede pasar, y de hecho les pasa, tanto a ricas como a pobres. Sin embargo, la decisión que cada una de esas mujeres ejerce sobre su cuerpo –la capacidad de reacción frente a los conflictos de lucha, frente a las afrentas, y las ayudas a las que puede agarrarse, en definitiva, las decisiones que toma cada una de esas mujeres cuando se encuentra en una de las situaciones anteriores– está muy determinada por el lugar en que han nacido y, sobre todo, por las condiciones sociales y económicas en las que le ha tocado vivir y con las que sobrevive. Parece, visto lo visto, que no debería generar ninguna duda asumir que, cuando no se tienen las necesidades básicas cubiertas, lo que decidimos cualquiera de nosotras para poder conseguirlas no es una reacción fruto de nuestra libertad, sino condicionada, precisamente, porque no la tenemos.
Ya lo decía con claridad Rousseau en el lejano siglo xviii, en El contrato social: la auténtica libertad surge de las condiciones materiales; quizá la solución pasa por que «nadie sea tan pobre como para querer venderse y nadie sea tan rico como para poder comprar a otros», sólo así conseguiremos, de verdad, poder decidir sobre nuestro cuerpo.
[1] Mientras escribo este libro debo matizar. Parecía que el derecho al aborto estaba asumido y legislado en la mayoría de países europeos; sin embargo, empieza a cuestionarse en algunos. En Eslovaquia acaban de pasar a Cortes una de las leyes de aborto más restrictivas de Europa: se podrá obligar a la mujer que quiera abortar a que vea imágenes del feto y a oír su latido («Eslovaquia obligará a las mujeres a ver y escuchar los latidos del feto antes de abortar», El Mundo, 29 de febrero de 2019 [https://www.elmundo.es/internacional/2019/11/29/5de1045ffdddff3c9e8b460c.html]). Y en España, aunque no cambiará la legislación, siguen existiendo grupos de ultraderecha que van en la misma línea: una furgoneta alquilada por Vox esperará en las puertas de algunas clínicas madrileñas donde tienen lugar interrupciones del embarazo para hacerles una ecografía a las mujeres que acudan al centro («Una diputada de Vox en Madrid realiza ecografías a las puertas de una clínica para evitar que las mujeres aborten», Público, 15 de noviembre de 2019 [https://www.publico.es/sociedad/diputada-vox-madrid-realiza-ecografias-puertas-clinica-evitar-mujeres-aborten.html); en Sevilla, Vox ha repartido muñecos con la forma de un feto de 14 semanas en su campaña contra el aborto («Vox reparte muñecos que simulan ser fetos en su campaña contra el aborto», El Heraldo de Aragón, 28 de diciembre de 2019 [https://www.heraldo.es/noticias/nacional/2019-de-diciembre-de-28/vox-reparte-munecos-que-simulan-ser-fetos-en-su-campana-contra-aborto-1350946.html], y en un pueblo de la misma provincia ha organizado una misa por los niños abortados («Vox organiza en un pueblo de Sevilla una misa por los niños abortados en 2019 y las mujeres con pensamiento de abortar», eldiario.es, 26 de diciembre de 2019 [https://www.eldiario.es/andalucia/vox-abortados-pensamiento-municipio-sevilla_1_1173133.html]). O sea, las mujeres que se enfrentan a un proceso extremadamente difícil y doloroso se ven ante algo que, siendo educadas, sólo puede ser definido como extorsión sentimental, emocional y física.
[2] Aunque sabido es, y de ello hablo más adelante en el libro, que el Corán no menciona la obligatoriedad de velar a las mujeres, por lo general el respeto a la religión es el argumento bajo el que se amparan los hombres que defienden su uso y penalizan a aquellas mujeres que no lo cumplen.
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