La Regenta. Leopoldo Alas
más que la verdad de lo que hayas notado en ella, que puede serme favorable.
—Bien; subamos. Paco se turbó. La verdad de lo que había notado... no era gran cosa. Pero ¡bah! con un poco de imaginación... y precisamente él estaba tan excitado en aquel momento....
Las habitaciones del Marquesito estaban en el segundo piso. Al llegar al vestíbulo del primero, oyeron grandes carcajadas.... Era en la cocina. Era la carcajada eterna de Visita.
—¡Están en la cocina!—dijo Mesía asombrado y recordando otros tiempos.
—Oye—observó Paco—¿no esperaba Visita a Obdulia en su casa para hacer empanadas y no sé qué mas?
—Sí, ella lo dijo.—Entonces... ¿cómo está aquí Visitación?
—¿Y qué hacen en la cocina?
Una hermosa cabeza de mujer, cubierta con un gorro blanco de fantasía, apareció en una ventana al otro lado del patio que había en medio de la casa. Debajo del gorro blanco flotaban graciosos y abundantes rizos negros, una boca fresca y alegre sonreía, unos ojos muy grandes y habladores hacían gestos, unos brazos robustos y bien torneados, blancos y macizos, rematados por manos de muñeca, mostraban, levantándolo por encima del gorro, un pollo pelado, que palpitaba con las ansias de la muerte; del pico caían gotas de sangre.
Obdulia, dirigiéndose a los atónitos caballeros, hizo ademán de retorcer el pescuezo a su víctima y gritó triunfante:
—¡Yo misma! ¡he sido yo misma! ¡Así a todos los hombres!...
«¡Era Obdulia! ¡Obdulia! Luego no estaba la otra».
(
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