Julio Camba: Obras 1916-1923. Julio Camba
y no he visto más que una cosa muy obscura». Pues esa cosa muy obscura es Londres. Esperar para ver a Londres a que haga sol es algo así como encender una cerilla para ver la obscuridad de una cueva. Cuando la niebla es tan densa en Londres que el viajero no puede ver nada, es cuando ve mejor a Londres, porque ese Londres impenetrable y misterioso, húmedo y frío, ése es el Londres de verdad.
Con sol, Londres resulta absurdo, y uno no se lo explica. ¿Por qué no hay paseantes en Londres? ¿Por qué no hay terrazas? ¿Por qué las calles son tan feas?
¿Por qué eso del home, sweet home —hogar, dulce hogar—? Pero la niebla es la gran definición de Londres. La niebla lo explica todo: el amor de la vida doméstica, el horror de la calle, el aislamiento en que vive este pueblo, la disciplina, el whisky, la falta de interés para todo lo que ocurre a dos metros de uno, el egoísmo, los clubs, el spleen, el baile inglés y la box inglesa, que son dos reactivos poderosos; la falta de iniciativa, la poca exuberancia del inglés, el hecho de que todos los ingleses sean iguales y de que ninguno quiera distinguirse de los demás, el té, etc., etc.
Inglaterra es un pueblo completamente aparte de los otros. Es un pueblo extraño, que habla inglés, que está rodeado de mar y envuelto en nieblas.
Adorno del sombrero
Plumas y sentimientos.
Una importante ciudad francesa se dirigió recientemente al presidente de la República en son de protesta contra los modistos de París. Los firmantes de la protesta eran todos ellos fabricantes de paños, y decían que la moda actual les arruinaba. Una mujer, en efecto, se viste hoy con la quinta parte de tela que necesitaba antes. La parte moral del asunto, que tanto se ha discutido, no significa nada. Lo importante es la parte económica. Los industriales textiles de Francia solicitan la protección del Estado contra la moda, más peligrosa que todas las concurrencias extranjeras. Que monsieur Fallieres haga un decreto ordenando que ninguna mujer salga a la calle vestida con menos de diez metros de tela, y que madame Fallieres se ponga un miriñaque para dar el ejemplo.
Pero ¿y los restaurants de noche de París? ¿Y los music-halls? ¿Y los bailes? ¿Y los cabarets? Todo eso constituye en Francia —en París, por lo menos— una industria mucho más importante que la industria textil, y todo eso vive de las mujeres. Ahora bien; si se envuelve completamente a estas mujeres en la producción textil de Francia, nadie que pase por París se detendrá expresamente para verlas, y nadie, sobre todo, irá a París ex profeso.
Los bailes, los cabarets, los music-halls y los restaurants de noche se quedarán desiertos, y París perderá un ingreso diario de millones.
Yo ya había supuesto que en la moda actual entraba por mucho la economía. Nada de enaguas, de encajes ni de frufús. Nada más que un vestidito muy apretado y muy corto. Es una moda ideal para los maridos, que visten a sus mujeres con cuatro cuartos, y para los amigos de los maridos, que pueden contemplarlas a su gusto. Una moda contraria tendrá la oposición de todos los hombres ordenados y administrativos. En Londres, la moda consiste ahora en no llevar plumas en los sombreros. Hace tiempo se fundó una Liga en contra de las plumas. Como es costumbre cuando se constituye una nueva Liga, se echaron discursos en Hyde Park y se repartieron proclamas a domicilio. Se decía que eso de matar a «inocentes y tiernos pajarillos» para adornarse es una cosa salvaje. Todas las inglesas que no podían comprar plumas se adhirieron a la Liga. Las inglesas ricas, sin embargo, siguen comprando plumas, y hay que ver con qué sonrisa cruel miran a las otras.
¡Tiernos e inocentes pajarillos! Se necesita muy buena voluntad para llamarle tierno e inocente pajarillo a un avestruz, que es capaz de comerse entera a una de las inglesas de la Liga, con sombrero y todo. Ya sé que hay inglesas con bastante dinero para comprarse plumas de avestruz, y bastante absurdas para dejar de comprarlas por razones sentimentales. Sin embargo, el origen del movimiento contra las plumas en los sombreros de las mujeres es puramente económico. En el fondo se trata de adornar el sombrero con una teoría, ya que no se pueda poner una pluma. La teoría es generosa, indudablemente; pero yo encuentro que la pluma es mucho más bonita.
De todos modos, siempre se encuentra más consuelo para todos los males en un país crédulo y sencillo, como éste, que no en el nuestro.
Luz del sol en Londres
Siempre acatarrado.
Desde la ventana de mi cuarto yo veo el Sol todas las mañanas. Está a dos pasos de mí, colgado en un cielo muy bajo. Yo lo miro fijamente, y con tanto desprecio, que, a veces, el Sol se achanta y se tapa la cara con una nube. El Sol inglés no tiene dignidad personal. ¿De cuándo acá nuestro Sol hubiera tolerado más de un segundo la mirada de nadie? Entre nosotros, sólo un gran poeta puede alzar su vista a la altura del Sol, y si le dirige la palabra, ha de ser en verso, de once sílabas por lo menos.
Yo no soy un gran poeta, sino un simple periodista, y, sin embargo, yo puedo ponerme a hablar mano a mano con el Sol desde la ventana de mi cuarto, al Noroeste de Londres. El otro día, despreciando sus rayos fementidos, encendí la chimenea en sus mismas narices y le dije:
—Acércate un poco y te calentarás.
El Sol español me hubiera abrasado ante una ofensa tamaña. El Sol inglés no tiene ya orgullo ninguno. Ha perdido toda su fuerza moral en el firmamento, de tal modo, que algunas estrellas salen muchas veces y se ponen a brillar a su lado, con una impertinencia insoportable. Yo creo que padece del reuma. Por lo menos, está siempre acatarrado. Cuando lo veo asomar tímidamente a mi ventana, con la nariz encarnada, cómo la mía, me dan ganas de ofrecerle un sorbito de whisky para hacerle entrar en reacción.
¿Cómo quieren ustedes que los ingleses no sean patosos y que las inglesas no sean frías si el Sol de Inglaterra está tan mal imitado? Este país nunca podrá dar gran cosa de sí. Aquí no habrá jamás revoluciones románticas ni crímenes pasionales, y, sobre todo, no habrá generosidad. Se es mucho más generoso en el verano que en el invierno, y en Madrid que en Londres. Los grandes móviles de la generosidad humana son el Sol y el vino de Jerez. El invierno es la época del egoísmo. El hombre se hace casero, es decir, conservador, y no se mueve de al lado de la chimenea. Atiza los tizones y se siente encantado de su propio bienestar al pensar que, en la calle, una infinidad de desgraciados se soplan los dedos para meterlos en calor.
¡Ah! ¡Sol inglés…! Tú no serás nunca el Sol de la libertad, como lo ha sido el Sol de Francia, ni el Sol de la alegría, ni el Sol del amor, ni el Sol de la fe. Hay quien dice que eres el Sol de la Justicia. Tal vez. En todo caso, la Justicia es una misión demasiado fría y demasiado metódica para una cosa tan magnífica, tan brillante, tan ardiente y tan generosa como debe ser un Sol.
La masa británica es la más refinada
Ciudadanos a España.
Las calles céntricas de Londres se llenaron ayer de hombres-sandwichs, en cuyos grandes carteles se leía esta inscripción: Memphis wants good citizens. (Memphis necesita buenos ciudadanos). Memphis es una ciudad del Tennessee, en los Estados Unidos de América. El Daily Sketch publica hoy una fotografía de la manifestación de hombres-sandwichs, y la acompaña del siguiente comentario: «Evidentemente, cuando los yanquis necesitan buenos ciudadanos saben dónde los deben ir a buscar».
Esto quiere decir que Inglaterra es el país que produce mejores ciudadanos. El Daily Sketch puede vanagloriarse de ello. Yo soy totalmente de su opinión. Aquí se dan los ciudadanos más respetuosos, los más trabajadores y los más sufridos de todo el mundo. No se puede añadir que son los más económicos; pero ya se sabe que lo barato es caro. Un español resultará siempre más barato que un inglés; pero el español es un ciudadano de pésima calidad. En esto no podremos nunca competir con el mercado extranjero. El ciudadano español ni acata debidamente las leyes ni da la cantidad de trabajo necesaria. A un pueblo tan experto en los negocios y con tanto dinero disponible como los Estados Unidos, no