Otra oportunidad. Ramón Redondo
permanecer estático anclado a ella con seguridad, realizar las maniobras necesarias para asegurar la acción del siguiente compañero o iniciar la actividad, desde la que íbamos a comenzar el descenso, era un cordino atado a la base de un árbol que estaba en el margen izquierdo del barranco, desde el cual se accedía al cauce mediante un rápel corto de unos doce metros por una losa inclinada, para luego una vez en el cauce, seguir por una repisa mediante un pasamanos que te conducía a la siguiente reunión, situada ya en la vertical de la pared, que descendía hasta una badina.
El primer tramo del barranco y su rápel no parecían ofrecer ninguna dificultad especial ni entrañar ningún peligro, ya que no tenía mucha verticalidad, pero justo en la siguiente reunión, aunque no se apreciaba dicha verticalidad por la inclinación de la pared, había una parte que sí que estaba más expuesta.
Héctor montó el rápel, se habló de cuál era la parte de la cuerda que se debía utilizar para el descenso y cuál para recuperarla. En esa conversación explicativa no pude estar presente porque había ido junto a un colega a dejar un coche donde íbamos a finalizar para así tener vehículo al acabar.
No se aseguró el cabo de recuperar, también se podría haber rapelado con la cuerda en doble, pero se decidió utilizar la cuerda de esta manera…
Cuando llegamos después de haber hecho la combinación de vehículos, comenzamos todos a descender.
En primer lugar bajó Héctor, seguido de Carlos, hasta el cauce, y luego hasta la repisa de la segunda reunión. Después se montaría el segundo rápel hasta el fondo del barranco.
En ese momento Riki se encontraba cerca de la reunión con la intención de comenzar con la maniobra de descenso, pero un momento de duda le hizo girarse hacia los amigos que aún se encontraban allí arriba para decirles que prestasen atención a lo que iba a hacer porque no estaba acostumbrado a realizarlo y estaba preocupado por una posible equivocación.
Cuando se volvió a girar yo ya me encontraba preparando mi bajada.
Me anclé correctamente a la reunión. Pasé la cuerda por el aparato que iba a utilizar para descender, pero no era el cabo correcto, ese tramo con el que estaba trabajando no era el que teníamos que utilizar para descender, sino para recuperar la cuerda después, una vez que llegásemos todos abajo.
Convencido de estar bien asegurado, me lancé y se produjo el fatídico accidente. Resultó que me había colocado en el lado de la cuerda destinado a recuperarla al finalizar.
Según me cuenta Riki, en ese mismo instante, al ver el comportamiento que comenzaba a tener la cuerda, sin llegar a ponerse en tensión en ningún momento, ambos nos dimos cuenta de que algo no marchaba bien, el cambio de nuestro rostro al cruzarnos la mirada así lo demostraba.
Él, nada más darse cuenta de que estaba comenzando a caer, instintivamente, hizo acción de ir hacia la cuerda, pero ya era demasiado tarde.
Empecé a caer sin control, primero golpeándome de ocho a diez metros sobre la pared tumbada hasta la vertical, para luego salir despedido por el aire unos veinte metros hasta las rocas del fondo del barranco, donde quedé inconsciente boca abajo.
La fatalidad sucedió, sumándole a la gravedad de la misma la dirección hacia donde caí, justo hacia el lado más expuesto.
Todo apunta a un cúmulo de acontecimientos comunes en muchos accidentes: la aparente sencillez del descenso aportaba un exceso de confianza que podía arrastrarte a una falta de la suficiente atención de lo que estás haciendo en ese momento; las posibles prisas al ser un grupo numeroso; el no haber estado presente cuando se habló del lado de la cuerda que se debía utilizar para descender y cuál sería para recuperar; y sobre todo, y lo más importante, no comprobar bien el lado de la cuerda por el cual iba a bajar, mediante su bloqueo y la tensión de la cuerda antes de soltarme el cabo de anclaje…
Pensando ahora en todo aquello y los errores que cometí, me doy cuenta de que es de vital importancia estar siempre en el AQUÍ Y AHORA, de ser completamente consciente de lo que estás haciendo en todo momento, premisa fundamental en todos los aspectos de la vida y muy importante si estás practicando un deporte de riesgo. Siempre es muy importante comprobar que todo está correcto y preguntar cualquier duda que a lo mejor te pueda surgir.
Los dos amigos que habían bajado primero se encontraban a mitad de barranco, en la siguiente reunión, donde íbamos a empezar el segundo rápel.
Todo ocurrió muy rápido. Héctor escuchó un grito, levantó la cabeza y vio precipitarse a un compañero por encima de su posición. Su acto reflejo fue intentar coger la cuerda que llevaba conmigo cuando pasé por su lado. Su intención era cogerla para tratar de frenar la precipitación un poco. Era imposible: con la aceleración que llevaba la cuerda se deslizó rápidamente por su mano. Esa acción fue inútil porque llevaba mucha velocidad y continué cayendo dando vueltas y golpeando por la pared, como si de un muñeco se tratara, hasta que me paré encima de la parte redondeada del borde de la badina, antesala del tercer rápel.
El tiempo se detuvo para todos mis amigos, entraron en pánico, se quedaron aturdidos, desorientados, preguntándose cómo había sucedido aquello, cómo había sido posible. Se quedaron en estado de shock.
Acto seguido, los que me habían visto pasar se comunicaron con el resto de compañeros que quedaban arriba para saber más de lo ocurrido y quién de nosotros era el que había caído. Les informaron que el accidentado había sido yo y que iban a llamar inmediatamente al 112.
A toda prisa, Carlos y Héctor bajaron enseguida a mi encuentro.
Al llegar donde estaba me encontraron tendido boca abajo, sobre la roca roma del borde de desagüe de la poza. Pudieron comprobar enseguida que aún estaba vivo, al menos eso les indicaba un sonido muy ronco que provenía de mi respiración. Fue increíble, un milagro.
Las respuestas de las personas frente a situaciones de peligro o extremas se vuelven instintivas, realmente no sabemos cómo vamos a reaccionar hasta que no llegamos a ese momento comprometido. Las respuestas a las que hago referencia, que podemos presentar todas las personas ante hechos graves, se pueden clasificar en tres tipos: huida, lucha o indefensión aprendida (bloqueo).
La reacción de mis amigos ante lo que estaba sucediendo fue inmejorable.
En un primer momento no habrían podido asegurar si su amigo se encontraba vivo o muerto. Pero comprobaron que aún respiraba y que tenía constantes vitales. Todos se esperaban lo peor, pero al verme respirar había esperanza. Era imposible sobrevivir a aquella terrible caída tan fuerte que acababa de sufrir, había sido un golpe tremendo, pero aún estaba vivo. El casco estaba muy dañado.
Sin perder más tiempo, los que quedaron arriba llamaron a emergencias y les explicaron todo lo sucedido y cómo me encontraba. No había que demorarse en hacer las cosas: el tiempo no jugaba a nuestro favor.
La respuesta de los servicios de emergencias de la Generalitat fue muy rápida y eficaz, clave en esos momentos tan críticos donde la velocidad de reacción cobra una vital importancia. Enseguida el equipo de rescate se puso en contacto con ellos a través del teléfono de Carlos.
Mientras llegaba el helicóptero se quedaron a mi lado Héctor y Carlos comprobando mis constantes vitales, hablándome y dándome ánimos por si podía oírles. Estoy seguro de que algo de sus palabras debió llegarme de alguna manera porque no estaba dispuesto a irme, como al final he podido demostrar.
Carlos fue el encargado de ir contestando a las preguntas que le iban realizando al otro lado del aparato para informarles de mi estado y localización.
Los datos que le pedían eran respecto a mi situación, respiración, posición y fracturas aparentes. También le indicaban qué debían hacer conmigo.
El equipo de rescate tardó muy poco en llegar pero ese tiempo se les hizo eterno.
A su llegada el helicóptero sobrevoló un poco el lugar, es de suponer que para estudiar la zona y el modo de realizar el rescate,