Elige Solo el Amor. Sebastián Blaksley
aquello que no soy. Así mismo, sabía que el Cristo en mí, el cual también se había extendido a la creación (pues Cristo y yo somos uno y lo mismo), seguiría extendiendo el yo soy. Esto quiere decir que el Cristo encarnado, o esa parte de mi divinidad que se haría hombre, y de ese modo tú y yo pasaríamos a ser uno, es algo que formaba parte del plan original. Recuerda que la creación es movimiento. El movimiento de lo que aquí recordamos como consciencia cuaresmal es parte de los infinitos movimientos del espíritu de Dios.
¿Cómo podría hacerme uno contigo si no recorriera la totalidad de la experiencia humana? Cuando un hijo recién nacido llora en su cuna, ¿qué hace el padre? ¿Espera a que pase el tiempo, el niño crezca y pueda por sí mismo ir hacia él? No. Más bien se pone en movimiento y va hacia donde está el hijo, lo mira, lo levanta en sus brazos, lo atrae hacia su pecho y se hace uno con él, lo nutre y sacia. En ese movimiento el padre y el hijo se hicieron uno. Esta es una metáfora, pero que ilustra de modo sencillo lo que en la verdad ha ocurrido contigo, y al ocurrir contigo ha ocurrido con todos.
Crear un hombre-dios es lo que mi plan contemplaba desde antes de que la creación comenzara. Mi designio nunca fue crear nada separado, pues no es posible crear algo así, ni tiene sentido hacerlo. Una de las dificultades que tienes para entender la unión de ambas naturalezas, la humana y la divina, es que te centras en aspectos metafísicos, filosóficos y abstractos. Pero tu humanidad, expresada en la forma, es algo concreto. La creación de la forma fue parte del plan, lo que nunca fue parte del plan fue el opuesto al amor. Ese es el no soy de Dios que busca sustituir al yo soy divino. El dolor, el sufrimiento, los pensamientos de separación y todo lo que procede del opuesto al amor tenía que ser traspasado por mi santidad, que es también la tuya, para que tú puedas ser el que eres. Tú eres el hombre divinizado, del mismo modo en que Dios es el Dios humanado.
En términos de mi paso por la tierra como hombre Cristo, bien podríamos decir que la cuaresma, esos cuarenta días que antecedieron a mi resurrección, comienzan con un pedido: tomar la cruz y seguirme. Este no fue en vano. Fue un inicio necesario para poder llevar todo lo indeseado hacia ese lugar inefable en el que todo lo que no forma parte del amor es transmutado en él, o desvanecido para siempre. Tal como ya hemos dicho, cuando dije “el que quiera seguirme que cargue con su cruz y sígame” no fue una exhortación a sufrir, sino a hacerte cargo de lo que exista en tu mente y corazón que sea contrario al amor. Y que te pongas diligentemente, con serenidad y paz, a sacarlo del jardín de tu alma. ¿Requiere esfuerzo esto? No, pero sí requiere dos cosas. Una, observancia, es decir, atención. Y otra, obediencia, es decir, comenzar a soltar todo resto de lo que percibes como tu voluntad y dejar que sea la de Dios quien dirija toda tu existencia consciente.
Debes hacerte cargo de tus procesos mentales y emocionales. Debes hacerte cargo de tu corazón y de tu mente. Limpiar el corazón, es de lo que estamos hablando. De limpiar la mente, también. En la mente del resucitado, y eso es lo que eres, no puede existir nada que no sea amor. Por ende, no existe un solo pensamiento en ti que no proceda del amor, ni tampoco ningún sentimiento que no sea perfecto. No hay nada malo en ti. Que un día te hayas equivocado, creyendo que podías separarte del amor y crear una realidad opuesta a lo que Dios creó, no debiera ser motivo ni de preocupación, ni de condenación. Ya quedó atrás el tiempo de buscar cómo castigarte para subsanar el error y pagar por tus aparentes pecados.
Un aspecto esencial del camino cuaresmal que estamos recorriendo es entender que el único problema que puede haber entre el hombre y Dios es la creencia de que puede haber diferentes voluntades. Si hay algo que mi vida demostró, fue que viví única y exclusivamente entregado a la voluntad del Padre que está en el cielo. No tienes idea de la transformación que sobreviene, cuando abandonas todo resto de creencia o de patrón de pensamiento y respuesta emocional, que pueda siquiera sugerir que exista tal cosa como una voluntad tuya y otra de Dios. Dejar de querer tener una voluntad propia para ceder ante la voluntad de Dios es el último paso hacia la vida eterna. Todo empezó por un acto de la voluntad. Dios te creó en su voluntad y por su propia voluntad amorosa. No eres un accidente. No surgiste de la nada. La voluntad de crear amor hizo que existas tú, que eres la personificación del amor.
III. Cruz y resurrección
Amado mío, no puedo dejar de mencionar aquí que debes hacerte cargo de todo lo que experimentas en ti que no sea amor. Sé que muchas veces no quieres oír esto, pues te trae recuerdos dolorosos. Sé también que estás cansado de seguir mirando la oscuridad y teniendo que entrar en contacto con lo insensato, pues ya has visto la luz y encontrado el verdadero significado. A veces, y no pocas, preferís hacer como esas criaturas que esconden sus cabezas bajo tierra, creyendo que porque ellas no ven algo entonces no existe. Ya hemos hablado de este mecanismo de negación. Hermano mío, ese es un patrón de pensamiento que procede del viejo modo de pensar. Ahora lo soltaremos, entregándolo al proceso de desvanecimiento y transmutación en Cristo. Recuerda que estamos caminando hacia la resurrección, pero que todavía hay que caminar un poquito. No lo hacemos para nosotros mismos, sino para todo el mundo.
Sigamos adelante. Ya hemos hablado de que finalmente todo se resume en aceptar que no existe tal cosa como dos voluntades, la tuya y la mía. También hemos hablado de la necesidad de hacerse cargo de lo que no procede del amor. Haces esto cada vez que eres sincero contigo mismo. Decir que te sientes bien cuando te sientes mal no hará que cambies de estado de ánimo. Ya hemos hablado de esto también, sin embargo, es necesario conversar de nuevo acerca del mecanismo de engaño y mentira que ha sido el fundamento del mundo.
El viejo mundo era una gran mentira que se pisaba a cada paso. Esto es verdad, pero ahora estamos creando un nuevo mundo. Y lo creamos entre todos sobre la base de nuevos patrones de pensamiento primero, y luego sobre la base de aquello que está más allá de todo pensamiento. Es decir, llevamos la mente pensante, no solo con su contenido sino con sus mecanismos mentales, hasta la cruz y dejamos que sea crucificada, para que pueda resucitar transformada en una nueva mente. Esto no supone ningún acto de crueldad. Estamos hablando de una pasión y crucifixión incruentas.
Lo que aún obstaculiza tu traspaso hacia la consciencia plena del Cristo que eres es que aún asocias la cruz con el dolor y crees que el proceso de sanación y resurrección duelen. Hijo del amor, escúchame: sanar no es lo mismo que resucitar. No estamos hablando de sanar heridas, ni de restaurar tu mente. No estamos hablando ya de ello, pues eso ya ha ocurrido. Tú estás sano y salvo. Escúchame decírtelo nuevamente y quédate por unos instantes en el silencio de tu corazón, experimentando la paz de tu alma al oír estas palabras: estás sano y salvo. Deja que estas palabras penetren tu corazón. Déjalas entrar sin miedo. Ellas resonarán en tu memoria y te traerán el recuerdo de tu perfecta inocencia.
Estamos hablando de hacerte cargo. De hacerte cargo, ya no de lo que un día fue la locura, sino de tu estado virginal. Estamos hablando de que debes hacerte cargo de tu santidad, de la belleza que eres. Del ser sano y salvo que eres en verdad. Este camino es un nuevo renacimiento, puesto que hasta ahora asociabas el hacerte cargo con algo que no te gustaba. La cruz con el dolor. Pero estabas un poco lejos de asociarla con el amor.
Estamos hablando de asociar la cruz a la resurrección. Estamos hablando de la unidad que existe entre todo lo que eres y lo que Dios es.
III. El ser resucitado
Hijo mío. No estamos hablando de tu sanación, estamos hablando de tu resurrección a la vida eterna. Estamos diciendo claramente que la muerte no existe. O, mejor dicho, estamos recordando ello, pues ya ha sido demostrada esta verdad. Todo lo demás es importante y, sin lugar a dudas, muy importante. Sin embargo, nada es más importante que la resurrección en este camino al cielo. Buscar la sanación es algo entendible y hasta quizá deseable, pues es una búsqueda que procede del impulso irrefrenable del ser a la dicha. La llamada a la felicidad siempre se oirá en tu corazón, y eso hace que nada que pueda ser percibido como contrario a ella pueda dejar de crear resistencia. Todo eso es algo que ya hemos recorrido. No estamos en esa etapa. Es tiempo de dejar atrás la manía por la salud espiritual.
Seguir yendo al médico cuando estás sano no tiene sentido. Si bien este tema ya lo hemos abordado, lo repetimos porque aún sigue quedando en tu mente y corazón, pensamientos