Posontológico, posfundacional, posjurídico. Óscar Mejía Quintana

Posontológico, posfundacional, posjurídico - Óscar Mejía Quintana


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políticas: más allá de la política

      La pregunta por la ontología política

      Emmanuel Biset (2011) se pregunta por la posibilidad de definir la filosofía política. Para ello parte de la distinción entre filosofía como orden de verdad, y política como ámbito en el que confluyen multiplicidad de definiciones. En todo caso, dicha relación puede ser planteada desde el interrogante por cómo estructurar el pensamiento político, para lo cual surgen tres preguntas adicionales: primero, qué es pensamiento; segundo, qué es política, y tercero, la relación entre el pensamiento y la política.

      Para resolver el interrogante principal Biset parte de la cuestión de la representación, esto es, cómo un pensamiento particular se representaría en la política, bajo el marco en el cual un sujeto se representa un objeto. Esta relación supone que la política, como exterioridad del objeto, se pueda representar en el sujeto, el pensamiento. Así pues, existirían dos formas de representación: por un lado, la que confina a la política como una subdisciplina de la filosofía y, por otro, la representación entendida en los términos heideggerianos: sujeto-objeto.

      En el primer caso, la política no sería más que un campo del saber dentro-fuera de la filosofía. Es decir, dentro en la medida en que la política estaría determinada por los principios fundamentales de la filosofía, y fuera porque en sentido estricto no está clasificada específicamente dentro de la filosofía.

      Por otro lado, en el marco de la representación sujeto-objeto un ente se convierte en objeto por la representación que el sujeto realiza. Así, “el objeto es tal porque se sitúa ante el sujeto, y es este situar ante sí lo que se denomina representación. Traer ante sí lo ente para referirlo a sí mismo y por tal fijar su normatividad” (Biset, 2011, p. 124). Los objetos, en consecuencia, son representaciones del sujeto y autorreferentes a él.

      El sujeto construye el objeto, lo entiende a partir de las categorías de entendimiento que él mismo crea. Por tanto, el sujeto se representa en el objeto. Entonces, cuando se habla de la ciencia política como objeto de estudio, esta será la representación que el sujeto tiene de ella. Es una representación del sujeto, pero no su mero reflejo. El sujeto (ciencia) por su interacción con el objeto (política) lo constituye y lo determina al punto de que su definición es certera en la medida que es una representación de la realidad.

      Para analizar el pensamiento político se acude a la dimensión ontológica. En consecuencia, por ontología se entenderá la copertenencia entre lenguaje y ser, teniendo presente el lenguaje por medio del cual se comunican las realidades preconstituidas. Entonces, el pensamiento político transita de un estatuto teórico a uno ontológico. La pregunta por el lenguaje político remite a la apertura de los distintos modos del lenguaje, recurriendo a una dimensión inventiva y no histórica, en tanto en cuanto se pretende estudiar constituciones no existentes.

      En tal sentido, el lenguaje, en su relación con el ser,

      […] es performativo, justamente, porque constituye una dimensión dada, esto es, un performativo no solo es un enunciado que hace algo con las palabras adecuándose a determinadas reglas contextuales, sino que ese hacer del lenguaje es también la conformación de un mundo con determinadas reglas”. (Biset, 2011, p. 130)

      Entonces con el lenguaje no se explican dimensiones teóricas o históricas del modo de constitución del ser, sino que se crean novedosas dimensiones de entendimiento partiendo del ser mismo.

      Aunado a lo anterior, para Biset también hay tantos modos de pensamiento político como modos de lenguaje político. Estos lenguajes políticos deben ser pensados en una triple dimensión. Primero, la existencia de un mundo político conformado por instituciones, discursos y acciones políticas. Segundo, la posibilidad de un lenguaje político que reúne una serie de conceptos y principios organizativos. Por último, el mundo político y el lenguaje político no configuran una relación simétrica ni un esquema causa-efecto.

      En conclusión, el autor pone en evidencia la necesidad de repensar la relación entre pensamiento y política desde el giro ontológico (apartándose en su acercamiento del esquema sujeto/objeto), que implica analizar dicha relación partiendo de lenguaje como mecanismo de indagación para plantear la pregunta sobre cómo lo que es, en ese caso el pensamiento político, ha llegado a ser constituido como tal, lo que a su vez acarrea apartarse del estatuto teórico centralizado en lo ya dado como mera existencia inmanente.

      Castro-Gómez: ontología del poder

      Santiago Castro-Gómez (2015) se propone plantear una alternativa a las

      […] “revoluciones sin sujeto” que son la consecuencia inevitable de la teoría de Žižek, basada en la ontología de la incompletud y la dimensión universal de la política, para plantear en su lugar, un tipo de ontología política, que propone el olvido del sujeto trascendental y opta por el poder como una “una condición irrenunciable de la experiencia”. (p. 123)

      A partir de ello, postulará un tipo de ontología política que no recurra al sujeto trascendental y articule las dos categorías precitadas con el concepto de hegemonía gramsciana a partir de la lectura de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.

      Castro-Gómez (2015) resalta la crítica que hace Žižek a la teoría foucaultiana. Para Žižek, el concepto de relaciones de poder foucaultiano las hace trascendentales y elimina la resistencia y la lucha política, en la medida que estas se encuentran inmersas en las dinámicas de dichas relaciones, así como el sujeto, que debido a la biopolítica y la disciplina pierde su carácter trascendental; a este pretende rescatarlo Žižek, al considerarlo como actor fundamental dentro de los antagonismos que procuran subvertir el orden capitalista. De ahí que Žižek exalte la necesidad de olvidarse de un sujeto como producto de procesos históricos de subjetivación, para optar por un sujeto trascendental, que se encuentra escindido y atravesado por el antagonismo.

      Sin embargo, para Žižek, Michel Foucault coopta el carácter trascendental del sujeto y la lucha y resistencia política, al plantear que las relaciones de poder son permanentes, deslocalizadas y tejidas en red, por lo que el escape de ellas no es posible impulsando la resignación hacia el sistema capitalista. No obstante, de acuerdo con Castro-Gómez, en Foucault es posible encontrar una alternativa a las relaciones de poder, que se concreta en los antagonismos, tomados de la voluntad de poder nietzscheana, desde la cual, en dichas relaciones, existe una lucha constante por dominar y gobernar la fuerza ajena, lo que indica que los antagonismos están presentes siempre, de manera implícita, en las relaciones de poder.

      El antagonismo, como parte del concepto de voluntad de poder, representa la necesidad de entender la resistencia como fuerza contraria pero que desea moldear y hacerse propia. Sin embargo, no es fuerza destructora, sino una fuerza que captura y homogeneiza la fuerza vencida. La fuerza vencedora captura de la fuerza vencida los elementos que le sirven para potenciarla. En ese sentido, la voluntad de poder interpreta para clasificar, para encontrar lo útil, para desarrollar su poder y apoderarse: “[…] el antagonismo conlleva entonces un proceso de “evaluación”, de interpretación mutua de las fuerzas en conflicto” (Castro-Gómez, 2015, p. 232).

      Dentro de esta lucha de fuerzas es posible que se consolide un bloque hegemónico, que para Castro-Gómez es de un carácter semejante a las quanta de fuerza nietzscheanas, la cual busca la supremacía de su propio sentido. Entonces hablar de luchas de fuerzas es hablar de antagonismos. Ello no significa que la lucha de fuerzas sea la causa y la consolidación de la hegemonía el efecto. Para alejarse de este sentido, el autor recurre a las nociones de “mundo corporal” y “cuerpo” de Nietzsche. Desde su perspectiva, el cuerpo “es un campo inestable de fuerzas capaz de autorregularse. Todo dependerá de cuáles fuerzas y en qué momento, imponen su hegemonía interpretativa” (Castro-Gómez, 2015, p. 234). Por su parte, el mundo corporal va más allá de la relación causa-efecto.

      Castro-Gómez señala que para Foucault el poder no puede ser entendido como una sustancia que emana de un punto específico, ya sea Estado, economía, grupos dominantes, etc. Por el contrario, el poder es un conjunto de relaciones que son inmanentes a determinadas dinámicas sociales, conjunto de relaciones que no


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