La casa de Okoth. Daniel Chamero Martínez
Okoth. –¿Por qué no te has bañado? –le preguntó Ekón a Okoth.
–La abuela dice que no debemos bañarnos solos en el río –contestó la pequeña.
Ekón y Adwim rieron a la par.
–No pasa nada, Okoth –razonó Adwim.
–Mi abuela dice que no debemos hacerlo.
–¿Y por qué no? Es divertido. La abuela dice que no a muchas cosas. ¿No se lo dirás, verdad? No debes contarle las cosas que hacemos. Si lo haces no nos dejará jugar a nada –le dijo Ekón a Okoth.
–No, no lo haré…, pero la abuela me contó la leyenda del río; por eso dice que no debemos bañarnos solos en él. –¿La leyenda del río? –preguntó Adwim.
–Sí, la leyenda del río –afirmó Okoth.
–¿Cuál es esa leyenda? Cuéntala –dijo Adwim nuevamente.
–La abuela dice que bajo el río existe una gran ciudad. Dice que un día la tierra se tragó esa ciudad y a todos sus habitantes y la cubrió de agua, y ahora es el río. También dice que las almas de esas personas se transformaron en cocodrilos. Y que los cocodrilos nos dejan coger agua del río pero no bañarnos en él.
–Eso es solo una leyenda pero no es verdad, Okoth –dijo Ekón.
–La abuela dice que vio cómo un cocodrilo se llevaba a un hombre –respondió Okoth.
–Aquí no hay cocodrilos, Okoth –terminó sentenciando Ekón.
Jábilo se quedó hechizado con la figura de Okoth. Su mirada se tornó codiciosa. Se quedó pensativo mirando y escuchando a la pequeña. De pronto todas sus dudas se vieron disipadas. El curandero se retiró silencioso. Su plan era perfecto, pero ahora tenía un añadido: la pequeña Okoth sería suya.
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