Los gendarmes de Dios. Doménico Mantuano
comienzos de 1936, el clima político en España se había vuelto irrespirable. Era evidente que los días de la Segunda República estaban contados, pero también, que los republicanos no se habrían de entregar sin dar batalla. Las primeras brisas de la Guerra Civil que se avecinaba olían a sangre y pólvora.
El Opus Dei, aunque lejos aún de lo que sería una década más tarde, se había transformado ya en una organización que, a juicio de su jefe, necesitaba contar con reglas, normas y objetivos precisos, más allá de la oración, la mortificación y la búsqueda de santidad en la tierra.
Así, el 31 de mayo de aquel año, Escrivá de Balaguer dio a conocer lo que llamó “Instrucción para los Directores”, que eran quienes tenían responsabilidad de gobierno en las distintas casas o centros de la Obra.
En el punto 3 comenzó advirtiendo que:
“Antes que nada quiero hacer a esos hijos míos Directores locales una advertencia fundamental: les he de hacer presente que los instrumentos que emplea el Opus Dei, para el apostolado, no son eclesiásticos. Son instrumentos de seglares, de ciudadanos de un país, que además tienen la alegría y la gloria de dedicar su vida a servir al Señor y a la Iglesia de Dios, aprovechando estos instrumentos laicales”.
El mensaje era claro: el Padre Fundador les pedía a los miembros de la Obra que actuasen como una “milicia” laica al servicio de los intereses de ésta.
Más tarde, en “Del espíritu del Instituto”, lo dirá con todas las letras. En el punto 52, Escrivá comienza a definir lo que será una característica propia de la Obra: la discreción, la reserva absoluta y hasta la clandestinidad. Dice:
“Sed discretos [.] Debéis evitar toda clase de comentarios sobre asuntos de gobierno, con quienes no tienen el deber de gobernar.
”Por prudencia también, excepto en las casas de San Rafael y en las de formación, haced lo posible para que vuestra condición de Directores no trascienda más allá de las personas que razonablemente deben saberlo”.
Pero Escrivá no se conformaba con eso; debía ser más categórico, y un par de puntos más abajo volvía a la carga con la necesidad del secreto.
“Los asuntos que se conocen por razón del cargo sólo pueden comunicarse o comentarse con aquellas personas que -también por razón de su cargo-deban conocerlos. Si un médico o un abogado han de guardar un secreto profesional -secreto de oficio-sobre aquellos asuntos delicados que conocen con motivo de su trabajo, con mucha mayor razón han de guardar el silencio de oficio aquellos de mis hijos que se ocupan de las tareas de gobierno, de la dirección de sus hermanos o de las preocupaciones de la administración económica”.
Podría parecer suficiente, pero no lo era. El Padre Fundador sabía que el Opus Dei debería filtrar secretamente las distintas napas del poder, y para eso necesitaba de agentes, no de militantes religiosos. E insistió con más detalles:
“… para vivir mejor esta manifestación de la prudencia: nunca llevéis en los bolsillos documentos o papeles de vuestro trabajo; ni los dejéis sobre la mesa, cuando salgáis de la habitación. No escribáis nunca notas de gobierno en papel timbrado, ni en el de las obras corporativas: no habléis por los pasillos o en las habitaciones comunes, ni en la tertulia, ni durante la comida, de los asuntos que competen al Consejo local; no tratéis por teléfono esta clase de negocios”.
Como buen servicio de inteligencia, los registros puntillosos eran un elemento clave para el conocimiento y el control; y así lo ordenaba Escrivá:
“Fichas. Muchas veces os he insistido en la conveniencia y, en ocasiones, en la necesidad de que las hagáis: de asuntos espirituales; de temas generales de la casa; de circunstancias personales de quienes con vosotros residen, para concretar y precisar lo que de una manera más o menos clara se nota y se observa.
"Conviene que todo lo que pase esté reflejado brevemente en el papel. ¡No es tanto papeleo, no es tanto! Las cosas externas ya quedan en el diario de la casa. En cambio, las fichas que yo os pido son más íntimas.
”.. Anotad también en esas fichas las circunstancias familiares, profesionales, talentos, aptitudes, aficiones, etc.”.
La vida privada de los miembros no debía existir, a juicio de Escrivá. Ni conversaciones, ni afectos, ni correspondencia alguna podían quedar ocultos a la todopoderosa mirada del Opus Dei:
“… cada uno decide en conciencia si ha de enseñar o no la carta a su Director, teniendo en cuenta que -sin duda-debe hacer ver aquellas cartas cuyo contenido no le gustaría que otros conocieran, cualquiera que sea el asunto del que traten. Quienes no obren así, han de pensar que no pueden engañar a Dios, y deben tener conciencia de su descamino”.
Anticipaba, además, que toda la correspondencia recibida por los miembros de la Obra sería primero visada por los Directores, o, podría decirse, por los comisarios políticos:
“El hecho de que se entregue una carta abierta no se considera una prueba de desconfianza: obedece sólo a una razón ascética, o a una medida práctica de ayuda en la labor de formación….”
Cuando redactaba aquellas “Instrucciones….”, el Opus Dei no contaba aún con miembros femeninos (comenzaría a tenerlos al año siguiente); sin embargo, el Padre Fundador ya anticipaba la labor que a aquéllas habría de corresponderles:
“No pasará mucho tiempo -así lo espero del Señor-, y serán mis hijas de la Sección femenina las que, en casa aparte y con las disposiciones que daremos en oportuno reglamento, se ocupen de toda la administración de los Centros y casa de la Obra, sin que se les vea ni se les oiga, haciendo un apostolado que pasará inadvertido…..”
Era apenas una pequeña muestra de la extrema misoginia que habría de exhibir Escrivá a lo largo de toda su vida. Y era lo que con más expresividad dejaría asentado en Camino:
“…..ellas no hace falta que sean sabias: basta con que sean discretas”.
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