Tormenta de fuego. Rowyn Oliver

Tormenta de fuego - Rowyn Oliver


Скачать книгу
intentaba convencerse de que el capitán Castillo era un tipo normal a quien no debía ni impresionar, ni intimidar y por consiguiente no debía ni dejarse impresionar, ni intimidar.

      —Esto… —le dijo y estuvo orgullosa de que su voz saliera bastante firme—, póngase cómodo, coja una cerveza. Porque… este vino no es para estos paladares.

      —¿Lo vas a esconder?

      —¡Ya te digo! No van a olerlo. —Señaló a sus compañeros de oficina que seguramente hacía años que solo se hidrataban con café y cervezas.

      Dicho esto, se apartó de él y en algún momento ambos cayeron en la cuenta de que se habían tuteado. Apartaron la mirada y Jud se retiró para guardar la botella en uno de los armarios lacados.

      Max se quedó mirándola. ¿Eran imaginaciones suyas o la había visto ruborizarse? Meneó la cabeza descartando la idea. Era más probable que el vino que había traído se convirtiera en vinagre que Jud se ruborizara por el comentario de un hombre.

      Se dio la vuelta y contempló a Ryan riéndose como un idiota y saludándole con la botella de cerveza en la mano. Se acercó a él después de coger una bien fría.

      —¿A Jud le ha gustado tu regalo?

      —Creo que sí.

      Se hizo el silencio y Max frunció el ceño al darse cuenta de que lo estaba mirando de una manera extraña.

      —¿Qué?

      —Nada, solo estaba pensando.

      —¿Ah, sí? Me alegra saber que lejos de tus aparatitos electrónicos también piensas.

      Ryan soltó una carcajada.

      —Sí, parezco mucho más inteligente pegado al ordenador. Pero espero que no te sorprenda que tenga cerebro fuera de la oficina.

      Max movió la cabeza en señal de negación, divertido.

      —No me sorprende.

      —Me alegro —asintió Ryan—. Soy un tío listo. Veo cosas donde los demás ni siquiera miran.

      Max apartó la mirada y pegó un buen trago a la cerveza. Si estaba insinuando lo que creía, iba a tener que ponerse algo firme. Pero, gracias a Dios, Ryan no siguió con el tema. O eso creía hasta que le escuchó decir despreocupadamente:

      —Me estaba preguntando dónde irá Jud la semana de vacaciones que se ha pedido.

      Max estaba bebiendo un sorbo de su cerveza fría cuando el líquido pasó por donde no debía y le hizo toser hasta doblarse en dos.

      —¿Se encuentra bien?

      Ryan le palmeó la espalda hasta que respiró normalmente, aunque con algunas lágrimas en los ojos.

      —¿Dos semanas? —preguntó Max.

      —Sí, hoy ha hablado con recursos humanos. ¿No le ha dicho nada?

      Max se encogió de hombros.

      —Algo me dijo.

      Como su jefe sería muy raro que Jud no le hubiera pedido permiso para irse de vacaciones y dejar algunos casos inconclusos.

      Max lo miró de reojo.

      —Eres amigo suyo, ¿no te ha dicho a dónde va?

      —No, la he pillado hablando por teléfono, pero ni siquiera le he preguntado. Es muy extraño que lo lleve tan en secreto —añadió observando detenidamente la expresión del capitán—. Además, no recuerdo la última vez que se tomó un descanso.

      Max se encogió de hombros.

      —Eso es un asunto privado que solo le concierne a ella, ¿no crees?

      —Bueno… Solo me lo estaba preguntando, inocentemente como amigo suyo que soy.

      Se hizo un incómodo silencio, hasta que Ryan volvió a la carga:

      —¿Sabe lo que pienso?

      Max pensó en preguntárselo, pero se dio cuenta de que era exactamente lo que Ryan estaba deseando que hiciera y por eso se abstuvo.

      Puso los ojos en blanco y finalmente claudico.

      —Sorpréndame.

      De todas formas, el agente no estaba dispuesto a callarse nada, y más cuando vislumbraba un suculento cotilleo.

      —Siempre que Jud coge vacaciones lo hace con nosotros, pasamos un par de días en el lago. Pero esta vez no ha dicho nada, simplemente se larga.

      —¿Y eso es tan raro?

      —No, si es que tiene un amante nuevo que quiere permanecer en el anonimato.

      Ahora sí que Max echó la cerveza por la nariz.

      —Maldita sea.

      —¡Cuidado, capitán! —La mano de Trevor le palmeó la espalda amigablemente.

      Trevor y Ryan se miraron y entendieron sin palabras que algo estaba pasando entre esos dos.

      Claire dejó que los chicos hablaran de sus cosas. Miró por las puertas correderas de la cocina que daban al patio y al jardín trasero y se encaminó hacia allí. Gaby y Jud estaban discutiendo sobre cuál era la mejor cerveza que tenían en el bar y que las mejores eran de importación belga.

      —¿Has abandonado a tu novio? —le preguntó Jud a su amiga Claire, que era la mujer de Trevor.

      Claire puso los ojos en blanco.

      —Yo de ti iría con cuidado, están discutiendo dónde vas a pasar las vacaciones.

      —¡Me cago…! —Se contuvo y apretó los labios mientras las chicas estallaban en carcajadas.

      —Vaya, qué controlada te tienen.

      —¿Cómo coño se han enterado de que he pedido vacaciones?

      —Dos semanas de vacaciones —especificó Claire sin perder la sonrisa—. Trevor está algo nervioso porque te tomas unos días y no es para irte con ellos. Creen que tienes un amante secreto.

      —¿Todo eso te ha dicho Trevor? —preguntó incrédula.

      —No, Ryan se lo decía a Max.

      —No jodas. —Cerró los ojos.

      ¿En serio le habían dicho a Max que se tomaba vacaciones porque tenía un amante secreto? Iba a matarlos. Aunque, claro, Max ya sabía para qué se había tomado quince días, aunque en teoría aún no le había dado permiso para acompañarle a Dallas.

      —En fin —dijo Gaby acariciándole el hombro—, te tienen más que fichada.

      —Son unos tocacojones cuando se lo proponen.

      Claire intentó inútilmente controlar la risa, pero le fue imposible.

      —Eso es porque te quieren.

      Jud puso los ojos en blanco.

      —Pues ya verán lo mucho que me quieren como me sigan incordiando.

      Ante de que pudieran hablar del tema, o de que Jud pudiera contarles a dónde iba de vacaciones, el grito de Ryan llegó a sus oídos:

      —¡Jud!

      Ryan se quedó entre la cocina y el patio. Había abierto del todo las puertas correderas, pero se quedó petrificado, mirando a la rubia.

      Eso sí que fue un flechazo.

      Gaby había llegado con Trevor y Claire, pero por la forma de hablar a su compañera de curro, estaba claro que Jud y ella eran amigas. ¿Por qué demonios no se la había presentado?

      Se acercó a las tres mujeres y sus ojos recorrieron el cuerpo de la despampanante rubia con disimulo. ¿Dónde la había visto antes?

      —¿Sí, Ryan?

      Jud intentó captar su atención.


Скачать книгу