Tormenta de fuego. Rowyn Oliver
Pero antes de ni siquiera poder intentarlo escuchó una voz que le preguntaba:
—Mmm… ¿Has invitado al jefe?
—Sí —contestó distraída y apenas levantando la cabeza.
Como si de un fogonazo se tratara, a su mente acudió una visión. Puso la espalda totalmente recta y asintió ante su genialidad.
—De hecho, no lo he hecho, será mejor que vaya ahora mismo.
La idea llegó de improviso, como suelen llegar las mejores ideas.
Se levantó de su silla giratoria ubicada tras su escritorio. Avanzó hacia el despacho de Max bajo la mirada interrogante de Ryan, que la siguió hasta la puerta.
—Esa es mi chica.
Pero Jud ya no lo escuchaba, solo pensaba en Max y en que tenía una propuesta que hacerle.
Entró en el despacho después de tocar la acristalada puerta con los nudillos.
—¿Sí?
Max sintió curiosidad al ver el paso decidido de la agente y esta no hizo más que aumentar después de que se fijara en la determinación que dejaban entrever sus ojos verdes. Cerró la puerta y, aunque podían verlos desde la gran sala, al menos no podían escucharlos.
Max rio para sus adentros al ver que ella tomaba aire. Sea lo que fuera que iba a pedirle, sería mejor que le dijera que sí. Pero no estaba preparado para lo que ella le soltó a bocajarro.
—Quiero atrapar a ese hijo de puta.
—¿Cómo dices?
Max parpadeó ante ese lenguaje, finalmente meneó la cabeza. Ya iba siendo hora de que se resignara. Jud jamás sería de esas mujeres que no levantan la voz, ni blasfeman.
—Ya sabes… —le dijo ella con las manos en las caderas.
—¿Qué sé?
Jud se impacientó.
—Quiero ir contigo a Texas —le dijo a bocajarro, extrañándose de que no fuera obvio—. Te ayudaré en la investigación.
—¿Quieres venir conmigo a Texas? —Max sintió como si un proyectil lo hubiera echado hacia atrás en la silla. Estaba algo desconcertado y no era para menos.
La información lo dejó bloqueado por un instante. Intentó imaginar qué podría implicar aquello. La miró evaluándola. Jud tomó aire y se mantuvo firme.
—Sí, podría dejar de trabajar todo un año con todas las vacaciones que me deben —exageró—. Y, joder, querría ir contigo… con usted. Un mes no, pero una o dos semanas…
Jud vaciló al ver la cara de sorpresa de su capitán.
—¿Qué…? ¿Qué me está diciendo? —le espetó.
Vale, Max era consciente de que su cara de desconcierto debía de ser bastante cómica, pero… en fin. Jud O’Callaghan, en su casa, con su madre… ¡Por Dios, con sus hermanas!
—No… Esto no funcionará.
Para el gusto de Jud, Max no había reaccionado todo lo bien que deseaba. «¿Y qué esperabas? ¿Que te considerara la mejor agente del mundo y te besara los pies por querer ayudarle?».
—Piénselo. Claro que funcionará.
No iba a recibir un no por respuesta.
Silencio.
—Lo estoy procesando.
Ella bufó.
—No hay mucho que procesar —dijo Jud intentando acelerar su veredicto—. En fin, capitán, tengo tablas en este campo y creo que, si examinara bien las pruebas, podría dar otro enfoque. Usted está un poco quemado.
Nada más decirlo se arrepintió, él había bajado sus anchos hombros casi imperceptiblemente y la miraba con dureza. ¿Se había vuelto loca? Cómo coño se le ocurría decirle a su capitán que estaba quemado de ese caso. Era como hondear una bandera roja frente a un animal salvaje. Tendría suerte si no la ponía a dirigir el tráfico.
—Bueno, no quería decir eso exactamente —se excusó mirándole a los ojos. Esos enormes ojazos oscuros que la miraban calibrando si estaría loca o no.
—¿Y qué quería decir exactamente?
—Bueno…
La vio apurada, pero no se apiadó de ella, espero su respuesta mirándola fijamente a los ojos y rascándose la incipiente barba, algo que parecía ponerla nerviosa. Sonrió para sus adentros a pesar de la impaciencia que sentía por la futura argumentación.
Debía admitir que Jud era devastadoramente sincera. Llevaba media vida estudiando aquellos casos y pensó que quizás ella estuviera en lo cierto, un nuevo enfoque podría aportarle luz nueva al asunto.
—Y… bueno. Le daría otro enfoque.
—Menudo argumento.
Ella estuvo a punto de patear el suelo.
—¿Y qué quieres?
Max tosió ocultando una sonrisa.
—Ya te he dicho que no solo voy a trabajar.
Ella lo miró esperando que continuara, pero por otra parte Max también esperaba que ella dijera algo. Se encogió de hombros.
—¿La boda de su hermana?
Él asintió.
—Joder… —dijo como si cayera en la cuenta de que no sería muy apropiado presentarse con su ayudante a la boda.
—No puedo decir que vamos a investigar un caso, de hecho, si se supiera, más de uno se cabrearía. Todo lo que hagamos será tirando de favores que me deben y no quisiera meterte en líos.
Ella ocultó una sonrisa.
¿Esas palabras significaban que iba a aceptar su propuesta?
—Entonces… ¿Pido vacaciones?
Él empezó a menear la cabeza.
—No me parece lo adecuado, no quiero meterla en líos —repitió.
Jud entrecerró los ojos. «Sí, claro, no quiere meterme en líos».
—Lo que no quiere es que le moleste —refunfuñó sin mucho entusiasmo. Cruzó los brazos sobre su pecho y esperó a que el capitán reaccionara.
—O’Callaghan…
No, era incapaz de cerrar el pico.
—Desde luego, meterle en líos es algo que no voy a hacer. Soy muy capaz de hacer bien mi trabajo —asintió muy convencida—. Le ayudaré.
Max parpadeó y cerró los ojos. En menudo lío iba a meterse.
—La boda… En fin, ¿estás dispuesta a fingir que no estás allí en calidad de policía?
Eso no lo había pensado Jud.
—¿Quiere decir que necesitaremos mentirle a su familia y al departamento de policía de Dallas?
Él asintió y sin darse cuenta una sonrisa curvó sus labios.
—A la mayoría de los polis que conozco, ya que no quiero que sepan en qué trabajamos, y por descontado a toda mi familia. No quiero que mi madre se entere de que he traído a una agente a nuestra casa solo para investigar un caso.
«El caso de mi hermana», añadió para sí.
Ella parpadeó.
—Puedo hacerlo.
Ante esa actitud segura, Max estaba por ceder.
—Si quieres venir conmigo y ayudarme, tengo una propuesta para ti.
Jud no esperaba lo que Max iba a decir.
—Dispare.