Ciudadanía global en el siglo XXI. Rafael Díaz-Salazar

Ciudadanía global en el siglo XXI - Rafael Díaz-Salazar


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y solicitantes de asilo, antes que gobernar estos flujos con incentivos negativos y positivos que fomenten la colaboración real de los países de origen y de los propios migrantes (Fanjul, 2015; Fanjul y Rodríguez, 2018; Naïr, 2016).

      La movilidad humana, sin embargo, se rige por pulsiones que escapan a menudo del control último de los gobiernos, lo que genera una disociación entre la realidad y las políticas migratorias (Clemens et al., 2016). En su empeño por controlar los flujos a toda costa, los países de destino han encarecido, obstaculizado y encanallado las rutas migratorias, pero no han sido incapaces de cerrarlas. Esto no ha solo ha derivado en dramáticas consecuencias humanitarias para los migrantes y en el deterioro de los Estados de derecho, sino también en un fabuloso coste de oportunidad para todas las partes en forma de beneficios económicos y demográficos no realizados. Para todos menos para la floreciente industria del control migratorio, nacido a la sombra de estas políticas (porCausa, 2017).

      En segundo lugar, hay que señalar que. como consecuencia de la combinación de tres elementos —los crecientes recortes del estado social, la confusión sobre los modelos de gestión de la diversidad y el auge de partidos y posiciones políticas nativistas— se ha producido un proceso de recorte o desmantelamiento de las políticas de integración social en los países desarrollados. El efecto ha sido el empeoramiento de las condiciones de vida de la población inmigrante y el deterioro del trabajo comunitario y de gestión de la diversidad en lo local, especialmente en barrios populares.

      Tres los elementos nucleares que toda buena política migratoria debería tener

      Una nueva narrativa sobre las migraciones

      Nos movemos en un marco narrativo securitario que vincula la migración con ideas de amenaza, invasión y recursos escasos, planteando la necesidad y posibilidad de ponerle freno. Este discurso ha generado un entorno de miedo en el que difícilmente pueden prosperar políticas alternativas a la contención. Por ello es fundamental cambiar de raíz el marco de referencia y plantear un debate diferente para el que proponemos algunas medidas (porCausa, 2019):

      • Estructurar una narrativa que haga justicia a la complejidad de la migración como fenómeno natural y universal, inherente a la condición humana, y que no se puede parar, como muestra la abundante literatura al respecto. Frente a los discursos reduccionistas más extendidos es fundamental transmitir que, ante este hecho inevitable, está en nuestras manos que sea algo positivo para la sociedad en los planos económico, social y cultural. Hay que articular los discursos en torno a rostros de la migración que apenas tienen protagonismo: la migración como desarrollo, ya tratada previamente, o la riqueza cultural fruto de la diversidad y del movimiento.

      • Cambiar el marco narrativo implica no hacer referencia a ninguno de los elementos que construyen normalmente los discursos migratorios. A menudo, esto implica dejar de hablar de migrantes para centrar el debate público en cuestiones relevantes pero invisibilizadas, como el malestar social o la precarización.

      • Mostrar que la población inmigrante es, ya, parte consustancial de la población de los países de acogida y de su vida cotidiana. Una población con unos niveles de naturalización muy elevados, que está profundamente arraigada personal, familiar y socialmente, y que forma parte de su presente y su futuro.

      • Es relevante, finalmente, atender a las audiencias en las que se desea influir al cambiar la narrativa. Diferentes estudios sobre el tema coinciden en distinguir tres grupos: odiadores o haters, sector antimigratorio convencido en el que difícilmente va a lograrse un cambio de percepción; convencidos o believers, aquellos posicionados claramente en favor de la migración y sobre los que no interesa enfocarse por estar ya ganados; y los indecisos o swingers, la zona gris, el colectivo intermedio cada vez más amplio, que no se declara fervientemente en contra, pero que en un momento dado sí puede ser permeable a los discursos de rechazo a la migración. Estos indecisos constituyen la audiencia objetivo del nuevo relato migratorio, por lo que es fundamental prestar atención a sus miedos e intereses a la hora de establecer los principios del debate y las estrategias de comunicación.

      Una nueva gestión de flujos para optimizar el impacto de las migraciones en la prosperidad y el desarrollo

      La movilidad de los trabajadores y de sus familias constituye una de las fuentes más eficaces de prosperidad para los migrantes y para sus países de origen. Pero los beneficios no se limitan en ningún caso a los migrantes y a sus comunidades de origen. Los estudios más ambiciosos sobre el impacto de los migrantes en las economías de destino (OCDE, por ejemplo) coinciden en señalar aportaciones destacables en materia de crecimiento, generación de empleo, incremento de la productividad o fomento del emprendimiento y la innovación. Esto ocurre sin que se produzca un impacto sensible en el nivel salarial de las poblaciones nativas ni en la calidad de servicios públicos como la sanidad.

      Si las migraciones suponen un beneficio objetivo y las regiones más desarrolladas necesitarán en el futuro que los trabajadores migrantes sigan llegando —debido al envejecimiento demográfico—, se hace necesaria una reforma del modelo de puerta estrecha que impera hoy en la mayor parte de destinos. Algunos países, como Canadá, Nueva Zelanda o Alemania, se han adelantado proponiendo modelos de gestión de los flujos más flexibles. Su capacidad para amortiguar en parte las cautelas extremas del sistema y construir modelos mejor adaptados a la realidad puede granjearles importantes ventajas en el futuro. Y España puede abrir este debate para regiones como América Latina (Fanjul, 2019).

      Lamentablemente, estos países son todavía mucho más la excepción que la regla. Por eso es importante que iniciativas como el Pacto Mundial por una Migración Ordenada, Regular y Segura, aprobado en diciembre de 2018, ayuden a replicarlas y llevarlas a escala (Fanjul, 2018).

      Una política de integración

      Finalmente, la tercera medida, pasa por impulsar un nuevo ciclo político en materia de integración, cuestión que debe ser clave en nuestra nuevas sociedades precarias y diversas. Una nueva política de estado, destinada no solo a la inmigración, sino al conjunto de una sociedad que ya es étnicamente diversa. Una política cuyos dos elementos centrales deberían ser las medidas de cohesión social para todos y las medidas de gestión de la diversidad en contextos sociales, especialmente los barrios populares, cada vez más marcados por la pluralidad étnica y racial (Fanjul y Moltó, 2019).

      ¿Qué nueva ciudadanía global nos permitirá cambiar el modelo migratorio imperante?

      El concepto de ciudadanía global contempla el ejercicio de los derechos poniendo el foco en el ciudadano a título individual, en su capacidad de agencia en sus comunidades y en su consciencia del funcionamiento del sistema global. Esta articulación de lo local y de lo global pasa po r la aceptación del movimiento de las personas en un mundo interconectado y la gestión de la diversidad dentro de la propia sociedad (Carens, 2013). Sin embargo, el contexto en que se fraguó este proyecto ha cambiado. Este potencial escenario comprende unos derechos que hoy están siendo cuestionados, dándose de bruces con discursos nativistas que instan a los territorios a replegarse dentro de sus fronteras nacionales, bloqueando el movimiento de las personas. Se hace, por tanto, necesaria una adaptación del concepto de ciudadanía global frente a las crecientes reticencias en materia de interculturalidad y diversidad.

      Ante estas dificultades, las nuevas narrativas son una herramienta clave capaz de reintroducir algunas certezas olvidadas o ignoradas en el debate público e interesantes para reformular el concepto. La principal de ellas es que “todos somos migrantes”. Los discursos más recurrentes sobre la migración hacen de esta una cuestión que parece concernir solo a un tipo de movimiento y a un perfil social cargado de connotaciones, reservándose para el resto otros términos como “expatriación”.

      Al ser difícil generar movilización ante una cuestión que resulta ajena, es fundamental una ciudadanía global asentada y consciente de la universalidad de la migración. Solo una sociedad que se sienta migrante puede facilitar un cambio en el paradigma migratorio. Una nueva narrativa migratoria constituye una forma tanto de alcanzar una ciudadanía global como de ejercerla. Sin tratarse de un medio de comunicación, se convierte en una herramienta de cambio social en manos de los diferentes perfiles sociales que se adapta a los distintos


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