Ciudadanía global en el siglo XXI. Rafael Díaz-Salazar

Ciudadanía global en el siglo XXI - Rafael Díaz-Salazar


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engranajes del mercado.

      Papa Francisco, 2015.

      Capítulo tres

      Crisis ecosocial, injusticia ecológica y ciudadanía global

      Santiago Álvarez Cantalapiedra

      No heredamos la Tierra de nuestros ancestros, la recibimos prestada de nuestros hijos.

      Proverbio kenyata.

      La crisis ecosocial

      En Los límites del crecimiento, encargado por el Club de Roma a un grupo de expertos en dinámica de sistemas vinculados al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y publicado en 1972, se plantea por primera vez que la actividad humana ha adquirido una dimensión demasiado grande en relación con la biosfera y que esa escala desmesurada plantea el riesgo de colapsar los servicios de los ecosistemas y las funciones ambientales que proporciona la naturaleza.

      En el año 1992, más de 1.500 científicos —entre los que se incluían la mayoría de los premios Nobel de ciencias que vivían por entonces — constataban, a partir de la evidencia empírica disponible y las tendencias en curso, que el rumbo que había adoptado la humanidad estaba empujando a los ecosistemas de la Tierra más allá de su capacidad de soportar la red de la vida. Esta primera advertencia de la comunidad científica mundial es conocida como “primer aviso”. Veinticinco años después, la comunidad científica lanza —tras analizar la evolución de los principales indicadores en el periodo trascurrido y evaluar las respuestas al primer llamamiento— un segundo aviso (Ripple et al., 2017) donde se denuncia el fracaso de la humanidad para resolver los retos ambientales enunciados en el primer llamamiento y se constata que, en la mayoría de ellos, estamos en una situación mucho peor que la de entonces. Especialmente preocupante es la trayectoria del catastrófico cambio climático debido a las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la quema de combustibles fósiles, pero también a la deforestación y a los cambios en los usos de suelo asociados en gran medida a la ganadería de rumiantes y los altos niveles de consumo de carne. Además, se advierte de la sexta gran extinción, que está provocando la desaparición masiva de especies a un ritmo y con una extensión que no tiene precedentes. El mismo grupo de científicos que promovieron este “segundo aviso” ha publicado recientemente —el cinco de noviembre de 2019 y en la misma revista BioScience— un tercer llamamiento centrado en la emergencia climática: “World Scientists’ Warning of a Climate Emergency” (Ripple et al., 2020).

      Entre tantas llamadas de atención que ha venido efectuando la comunidad científica, resulta especialmente relevante la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, publicada en 2005, en la que se constata —-treinta y tres años después del informe al Club de Roma sobre los límites del crecimiento— que alrededor del 60% de los servicios de los ecosistemas y las funciones ambientales que proporciona la naturaleza ya habían sido degradados y utilizados de forma insostenible.

      Hay que tener en cuenta la dimensión internacional de esta evaluación de los ecosistemas. Participaron en el proyecto 1.360 expertos de todo el mundo, llegando a la conclusión de que la actividad humana está teniendo un impacto significativo y creciente sobre los ecosistemas y la biodiversidad del planeta, reduciendo la capacidad de la Tierra para albergar la vida (biocapacidad) y su resiliencia o capacidad de recuperación frente a la presión que ejerce el ser humano (Millennium Ecosystem Assessment, 2005).

      Los expertos han establecido nueve límites, o umbrales críticos, relacionados con 1. El cambio climático, 2. La integridad de la biosfera o pérdida de sus funciones ecológicas, 3. La perturbación de los flujos biogeoquímicos —aportes de nitrógeno y fósforo a la biosfera—, 4. Los cambios en los usos del suelo, 5. La acidificación de los océanos, 6. El agotamiento del ozono estratosférico, 7. El uso del agua dulce, 8. La carga atmosférica de aerosoles y 9. La contaminación generada por nuevas sustancias — como, por ejemplo, contaminantes químicos, organismos genéticamente modificados, nanomateriales, microplásticos o residuos nucleares—.

      Estos nueve procesos globales, tres de los cuales son ciclos biogeoquímicos, son esenciales para mantener las condiciones ambientales que han estado presentes en el planeta en los 12.000 últimos años. Todo parece indicar que se han sobrepasado los umbrales críticos o límites sostenibles de los cuatro primeros, restringiendo drásticamente nuestras posibilidades de un vivir civilizado e incluso, quizá, poniendo en riesgo la propia supervivencia de la especie humana (Rockström et al., 2009; Steffen et al., 2015).

      Así pues, la humanidad se enfrenta a uno de los desafíos más críticos y decisivos de su historia, el denominado cambio global o conjunto de transformaciones socioambientales que incluyen el cambio climático, pero que no se reducen a él al incorporar también otros muchos procesos interrelacionados que amenazan con alterar sustancialmente las condiciones necesarias para sostener la vida humana tal y como hoy la conocemos. La situación es tan apremiante que se suceden los pronunciamientos de los científicos advirtiendo de la gravedad del momento en el que nos encontramos. Ya se ha mencionado que la última advertencia —realizada hace apenas unos meses y respaldada por más de 11.200 científicos de 153 países— declaraba de forma clara e inequívoca, a partir de la evidencia disponible y la obligación moral de la comunidad científica de señalar a la humanidad la existencia de una amenaza catastrófica, que el planeta Tierra se enfrenta a una emergencia sin precedentes (Ripple et al., 2020).

      Considerando solo la desestabilización global del clima, que como hemos dicho no es más que uno de los síntomas de la grave enfermedad que padece la Tierra, podemos hacernos una idea del escenario en el que nos movemos. Con el cambio climático los fenómenos meteorológicos extremos —sequías, inundaciones, olas de calor, tormentas, etc.— se han incrementado en frecuencia e intensidad en las tres últimas décadas y, en consecuencia, también los desastres sociales vinculados con el clima. Por otro lado, el nivel del mar se está elevando y amplias zonas del litoral corren el riesgo de verse anegadas; este proceso, al igual que los eventos climáticos extremos, se ha acelerado en las últimas décadas.

      Pero los impactos del calentamiento global no se reducen a los desastres generados por los fenómenos extremos o la elevación del nivel del mar. La modificación de los patrones del clima está generando también otras muchas alteraciones, como cambios en los regímenes de lluvias, en el grado de humedad de las tierras de cultivo y en los ritmos de erosión del suelo; también está incrementando el estrés hídrico de muchas zonas y provocando alteraciones en la flora y en la fauna.

      Se desatan círculos infernales de retroalimentación positiva: si la pérdida de biodiversidad y el cambio climático contribuyen a poner en peligro la salud y la productividad de los suelos, a su vez la propia degradación de los suelos ayuda a acelerar el cambio climático y la hecatombe de la biodiversidad, incrementando la vulnerabilidad de miles de millones de personas (Unccd, 2017; WAD, 2019). En general, la desestabilización del clima está creando unas condiciones ambientales muy adversas que, al afectar a la producción de alimentos, al suministro de agua o a la salud pública, provocan crecientes situaciones de inseguridad humana por hambrunas, pandemias o desplazamientos forzados de población.

      Hemos entrado en la era de las consecuencias, un período en el que debemos convivir de manera irremediable con los resultados de la crisis ecosocial. Algún autor ha utilizado, acertadamente, la expresión “convergencia catastrófica” para resaltar que los impactos de la crisis ecológica se combinan con los de otras crisis preexistentes ligadas a la pobreza y a la desigualdad, multiplicando y amplificando los conflictos en aquellas zonas de la geografía mundial donde se muestra más evidente esa convergencia (Parenti, 2011 y 2017). Pero las crisis ecológica y social no se entremezclan únicamente en el plano de las consecuencias. Ambas tienen unas raíces comunes. Los mismos elementos que provocan la degradación ecológica son los responsables del deterioro social, por eso el papa Francisco en su encíclica Laudato si’ (2015) afirma que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (n.º 139).

      Una enorme injusticia ecológica

      Las raíces del deterioro ecológico y social son


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