Pensar y sentir la naturaleza. Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo
a dejar de impedir u obstaculizar el potencial o fines de cada organismo. El enfoque de los sentimientos morales opera principalmente con el cuidado en sentido positivo. Este se manifiesta atendiendo las condiciones necesarias para el despliegue de las fuerzas vitales de cada organismo. El cuidado positivo vela por la situación específica de cada organismo según su especie y hábitat, por ende se apoya en un interés orientado hacia el sostenimiento de la vida. En el cuidado positivo operan disposiciones empáticas asociadas a actitudes comprometidas con la atención y el ocuparse de otros seres sin esperar con ello retribución o reciprocidad.
Sandler clasifica las virtudes ambientales en seis grupos, donde cada uno involucra virtudes específicas del carácter. Están las Virtudes de la Tierra (amor, consideración, armonización, sensibilidad ecológica y gratitud), las Virtudes de la Sustentabilidad (temperancia, frugalidad, previsión, armonización y humildad), las Virtudes de Comunión con la Naturaleza (asombro, apertura, sensibilidad estética, atención y amor), las Virtudes de Respeto por la Naturaleza (cuidado, compasión, justicia restitutiva, no maleficencia y sensibilidad ecológica), las Virtudes del Activismo Ambiental (cooperatividad, perseverancia, compromiso, optimismo y creatividad) y las Virtudes de la Custodia Ambiental (benevolencia, lealtad, justicia, honestidad y diligencia) (Sandler, 2008, p. 82).
Estas virtudes también pueden diferenciarse por su propósito. Por ejemplo, las virtudes ambientales de la compasión y el cuidado tienen un objetivo productivo al encaminarse hacia la protección y atención de las demandas de los organismos; las virtudes de la gratitud, la apreciación y el maravillarse poseen un propósito expresivo o experiencial al orientarse hacia la valoración positiva en la contemplación de realidades ajenas a la propia condición o la alteridad (Sandler, 2008, p. 106). La justificación de estas virtudes puede variar ya que dependen de una consideración particular de la naturaleza (si esta posee un valor inherente, o si es importante como recurso, o si atiende a las capacidades de las especies para sentir, florecer o relacionarse con los humanos). Estas consideraciones cobran significado moral cuando su adopción tiene como propósito superar el antropocentrismo radical.
Pensar las virtudes desde una racionalidad preservacionista implica el desarrollo de un carácter moral orientado a atender necesidades e intereses de múltiples organismos y ecosistemas por el valor de sus capacidades y fines. Si bien asociar la protección de organismos y ecosistemas a las condiciones de bienestar y sostenibilidad de la especie humana logra motivar el desarrollo de virtudes ecológicas, cabe reconocer con Schopenhauer la índole del carácter moral en función de la superación de las inclinaciones egoístas por medio de un móvil afectivo auténticamente interesado en la situación de un otro por su condición misma.
Si la naturaleza debe cuidarse por cuanto ello garantiza el florecimiento de los agentes morales autónomos y racionales, se asume de nuevo la noción de los deberes indirectos. La mediación de las virtudes entra a contravenir capacidades empáticas de compasión y benevolencia disociadas de la persecución de un fin estratégico. Las virtudes ambientalistas son plurales y se orientan al desarrollo de un carácter moral atento al florecimiento, salud e integridad de humanos, de organismos no humanos y de ecosistemas. El cultivo de tales virtudes se encuadra en el ecologismo moderado frente a uno radical, con el que se desfigura la agencia moral de la humanidad al concebirse en el mismo nivel de especies no humanas. Se centra, por ello, en la confianza de una humanidad dispuesta a indignarse y a tomar acción frente a la explotación indiscriminada de la naturaleza y la desconsideración hacia el bienestar de organismos y especies no humanos. Las relaciones entre la acción ética y la motivación afectiva pueden expresarse en los siguientes términos:
Lo que mueve al ser humano son los sentimientos, más que las razones, aunque ciertamente la ética fundada en razonamientos es indispensable para contener y atemperar los desbordamientos de las emociones. La razón hace más humana la emoción, pero no la suplanta como móvil de la acción. La ética parte del sentimiento para convertirse en razón. […] El ser ético se piensa, pero sobre todo se siente. La ética ambiental debe pues llegar a transformar en sentimientos profundos sus principios y valores. Los comportamientos deben estar dictados desde la pulsión y la repulsión, más que por una lógica y la razón. (Leff, 2002, pp. 307-308)
La responsabilidad ética se desprende precisamente de la consideración del florecimiento y de la vulnerabilidad, en vez de requerir la sustentación de un estatus moral metafísico. Se vincula con la actitud y la habilidad para sentir o verse emocionalmente afectado y para atender necesidades y fragilidades específicas por medio del cultivo de virtudes. Las dinámicas de los sentimientos suelen relacionarse a la facultad afectiva, independiente de la racionalidad. El sentimiento puede interpretarse como principio autónomo y fuente de las emociones, asociado “con el reconocimiento de la subjetividad humana como algo irreducible a un conjunto de elementos objetivos u objetivables, o modificaciones pasivas producidas por tales elementos” (Abbagnano, 1996, pp. 1041-1042). El desarrollo del análisis de la categoría sentimiento se vincula al surgimiento de la modernidad. En particular, la experiencia subjetiva del sentimiento moral se matiza en la tradición moderna, diferenciándolo de un variado elenco de vivencias anímicas, atendiendo sus características y causas: pulsiones, pasiones, inclinaciones, deseos y emociones.
En la expresión de juicios morales juega un papel relevante el encuentro de la razón con la emoción. El agente moral se interpreta a partir de esta confluencia reconociendo la complementariedad de las perspectivas humeana y kantiana. El sentimiento moral viene a mediar entre el ejercicio de la razón y lo intuitivo-emocional, ambos necesarios para la toma de decisiones desde juicios morales. Así, el juicio moral deja de descansar solamente en disposiciones inconscientes o predeterminadas por emociones evolutivamente logradas, también deja de restringirse al ejercicio calculador de una racionalidad con pretensión de motivar el comportamiento a partir de principios normativos culturalmente logrados30. En efecto, se trata de asumir una comprensión del planeta desde la empatía, una actitud en la cual, sin desconocer la individualidad del agente moral, se extiende el sentido de lo contextual. Por ejemplo, en un contexto de cambio climático urge pensar como un planeta (Hirsch & Norton, 2012) para poder abrazar las montañas, los ríos y bosques, con un compromiso por cultivar virtudes locales para afrontar crisis ecológicas a gran escala.
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