Pensar y sentir la naturaleza. Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo

Pensar y sentir la naturaleza - Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo


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necesidad de la intervención humana:

      Una teoría del valor adecuada para una ética ambiental no antropocéntrica tendrá que dar cabida a la idea de que tanto los organismos individuales como una jerarquía de entidades supraorgánicas –poblaciones, especies, biocenosis, biomas y la biosfera- poseen valor intrínseco. Deberá otorgar un valor intrínseco diferenciado a los organismos y especies domésticas y silvestres. Tendrá que ser compatible conceptualmente con la biología moderna evolutiva y ecológica. Y tendrá que otorgar un valor intrínseco a nuestro ecosistema global actual, a sus partes componentes y dotación de especies, y no otorgar un valor igual a cualquier ecosistema. (Callicott, 2004, p. 113)

      Esta concepción resulta contradictoria al defender el valor intrínseco de individuos y entidades supraorgánicas y, paralelamente, reconocerles niveles jerárquicos, lo cual impide otorgar igual valor a organismos, especies y ecosistemas. Aceptar un valor intrínseco en organismos y ecosistemas significa reconocerles igualdad en la consideración por cuanto se atribuye un estatus moral no instrumental en todos ellos. De esta manera pierde coherencia la idea de valores intrínsecos diferenciados por resultar un contrasentido. Cuando se introduce la idea del uso de animales, árboles y suelos para atender intereses humanos se desdibuja la pretensión de asignarles una categoría moral que exige respeto incondicional. Callicott expone un panorama teórico poco claro al atribuirle un valor intrínseco a la biosfera y a los ecosistemas y, a su vez, postular una jerarquización de valores intrínsecos en función de las necesidades y bienestar de organismos y especies. Por un lado, apuesta por una regulación de las acciones humanas atendiendo los intereses superiores de florecimiento, belleza y equilibrio de la tierra; y, por el otro, plantea la prioridad del bienestar del ser humano cuyo logro, casi siempre, involucra afectaciones directas e indirectas hacia el orden natural, difíciles de regular o controlar.

      En síntesis, Callicott no logra desarrollar y sustentar claramente una teoría del valor no antropocéntrica por al menos cuatro razones: a) deja de abordar la cuestión de la asignación de valor como una acción específicamente humana; b) subordina la ética a la ciencia ecológica, desvaneciéndola en las márgenes del determinismo natural; c) acepta valores intrínsecos diferenciados en los organismos y en los ecosistemas, sin precisar el criterio para privilegiar unos en vez de otros; y d) desatiende los conflictos por la supervivencia, sobre todo cuando entran en escena los intereses de la sociedad, de grupos humanos en contextos distintos, o de personas en particular frente al daño de organismos o especies no humanas. Callicott tiene serias dificultades para desarrollar coherentemente una teoría no antropocéntrica del valor; sin embargo, tampoco es indispensable reconocer valores intrínsecos en la naturaleza para expresar consideración moral hacia ella. Su principal aporte para justificar consideración moral hacia la naturaleza obedece a poder vislumbrar otra perspectiva de análisis, la cual deja sin desarrollo. Se trata de la cuestión de explicar una ética ambiental asumiendo la recuperación de la tradición filosófica de los sentimientos morales (Callicott, 1999).

      En efecto, Callicott menciona un enfoque de justificación de la ética ambiental no solo compatible con la biología evolutiva y la ecología, sino además con la concepción de los sentimientos de Hume retomada por Darwin. Atendiendo a la historia natural, Callicott asume el legado de la psicología moral humeana por cuanto las pasiones y emociones son capacidades animales más primitivas y universales que la razón y, por ende, representan fenómenos más plausibles para intentar explicar los orígenes de la conducta moral (Callicott, 2004, p. 114). A partir de sentimientos morales producto de la evolución biopsicosocial humana, cabe esperar en cada individuo la extensión de “sus instintos sociales y disposiciones favorables a todos los miembros de la misma comunidad (biótica) aunque difieran de él en términos de especie” (Callicott, 2004, p. 115). En otras palabras, el paso de un escenario tribal y nacional hasta alcanzar la comunidad biótica, se explica por una gradual ampliación de la consideración moral. Esto como producto de la evolución de sentimientos naturales iniciales de sobrevivencia, los cuales devienen en sentimientos morales al constituirse en factores indispensables para sostener relaciones con individuos de la misma especie, y posteriormente, con especies diferentes.

      Los sentimientos morales tienen, por definición, una orientación hacia los demás; y son intencionales, esto es, no son ellos mismos valorados, ni son experimentados en ausencia de algún objeto que los excite y sobre el cual, por decirlo así, se proyectan. Sus objetos naturales no están limitados, excepto por convención, a otros seres humanos. Más bien son naturalmente despertados por nuestros semejantes que viven en sociedad (y por la sociedad misma), entre los que se pueden hallar, como en el pensamiento ecológico contemporáneo y en la representación tribal, seres no humanos y un orden social más vasto que el humano. (Callicott, 2004, pp. 116-117)

      Si bien Callicott no logra fundamentar el reconocimiento de valor intrínseco en entidades naturales no humanas28, aboga por una ética ambiental basada en el evolucionismo de Darwin y en la axiología de Hume. De esta manera, intuye otra forma de sustentar el interés por extender la consideración moral hacia seres no humanos. Esto es, reconoce el papel mediador de los sentimientos morales entendidos como afecciones originariamente arraigadas en la condición humana y susceptibles de irse desarrollando en cada individuo como resultado de una evolución biopsicosocial.

      Callicott dirá que la cuestión de los valores intrínsecos y su relación con la perspectiva de los sentimientos morales resulta fundamental en el desarrollo de una epistemología de la filosofía ambiental, en tanto permite superar miradas de carácter antropocéntrico cuando se abordan las relaciones con la naturaleza. Pero si bien acepta la mediación de tales sentimientos en la consideración moral hacia especies y ecosistemas, deja de caracterizarlos y de vincularlos con una racionalidad práctica con contenidos reguladores de la acción. Tales exigencias son importantes para evitar el subjetivismo moral y relegar la consideración al desarrollo espontáneo de la sensibilidad ética en individuos y sociedades. Callicott deja de lado una elaboración de la perspectiva de los sentimientos29 y al buscar recuperar el legado de la ética de la tierra, se centra en interpretarla desde la ciencia ecológica y en introducir la cuestión del valor intrínseco, lo cual le impide rastrear cómo la filosofía ecológica de Leopold involucra el despliegue de sentimientos y disposiciones afectivas básicas. Efectivamente serán estas, junto con el conocimiento ecológico, las encargadas de atender el sentido de la responsabilidad y del compromiso moral con la comunidad biótica, entendida desde el reconocimiento de las cualidades inherentes e interdependencias de los organismos que la configuran.

       Poppy Field (Giverny), 1890-1891

       Claude Monet

      © Public Domain Designation

      Las sensaciones de agrado y desagrado, junto con las afecciones de asombro e incertidumbre (generadoras de variados sentimientos frente a lo percibido como bello y sublime), pueden constituir factores importantes para asumir deberes y responsabilidades hacia animales, bosques, montañas y ríos. De esta manera, en este capítulo se argumenta a favor de la relación entre el cultivo de virtudes bióticas, entendidas como prácticas y actuaciones encaminadas al cuidado y sostenimiento de la vida planetaria, y estados emocionales surgidos de la contemplación de la diversidad, belleza y complejidad en el mundo natural. Además, se enfatiza en cómo el desarrollo de actitudes y hábitos configuradores del carácter ecológico son posibles en la medida que se afianzan, en grupos y sociedades, disposiciones afectivas de estima y aprecio hacia la naturaleza. Con relación a esto último, se destaca el pensamiento de Sandler al proponer el cultivo de la virtud en función del encuentro con una naturaleza digna de respeto. En este sentido, se sostendrá cómo el despliegue de las virtudes del carácter logra vincularse a hábitos de atención y formas de respuesta ante la identificación de fragilidades y dependencias en animales, plantas y ecosistemas.

      Encuentro con la naturaleza y dinámica de los sentimientos

      Callicott


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