Pensar y sentir la naturaleza. Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo
vulnerabilidad y la necesidad. Esto se traduce en la valoración del despliegue de la vida de los organismos y en aceptar en ellos cualidades dignas de estima y respeto. Los enfoques biocéntricos coinciden con esta perspectiva al concebir la responsabilidad a partir de la estima de las variadas propiedades de un ser, sin restringirla a la expresión de elaborados procesos cognitivos o de experiencias de agrado y desagrado propios de los animales no humanos más evolucionados. No obstante, si el interés por cada organismo se adopta por su calidad de ser viviente, resulta imprescindible introducir un criterio diferenciador para discernir sobre cualidades específicas dignas de mayor o menor consideración, en caso, de conflictos asociados al desarrollo y bienestar de cada ser. De esta manera, una concepción amplia de la aplicabilidad de los sentimientos morales podría articularse con tales enfoques, presuponiendo la relevancia de disposiciones afectivas y emociones ético-ecológicas para rechazar abusos y actos desconsiderados hacia cualquier organismo habitante del planeta. Una perspectiva de análisis para extender la consideración moral hacia animales no humanos, plantas y árboles la presenta Goodpaster al reconocer en ellos centros teleológicos de vida3.
El biocentrismo de Goodpaster retoma las preguntas formuladas por Warnock en lo que concierne a la condición a cumplir para asignar relevancia moral a un ser, y para que este tenga derecho a ser considerado por los agentes racionales (Goodpaster, 2004, p. 147). Para intentar responder a estos cuestionamientos, Goodpaster señala que el criterio de la consideración moral hacia seres no humanos no es la sensibilidad (la capacidad de experimentar placer o dolor), como pretende el utilitarismo, o el tener real o potencialmente ciertos intereses, sino que el principal criterio de la consideración moral es reconocer el principio de la vida, esto es, la condición de estar vivo4. Aceptar este punto de partida no implica asumir la defensa de derechos en todo ser viviente, pero sí conduce a valorar actitudes y exigencias orientadas a respetar en sentido práctico diversas manifestaciones de vida. En otras palabras, considerar moralmente a organismos no humanos significa asumir variadas maneras básicas de respeto práctico, sin necesidad de aceptar siempre derechos en el agente o el ente de la consideración (Goodpaster, 2004, p. 148).
A partir de esta propuesta resulta claro apreciar cómo es posible distinguir varios grados de importancia moral en cada forma de vida y, no obstante, aceptar en todas ellas un merecimiento de consideración en sentido ético5. Es decir, pueden existir seres con mayor o menor relevancia moral, pero todos ellos merecen ciertos mínimos de respeto por la vida misma que sustentan. Este aspecto sensible de la argumentación será usado, precisamente por Callicott (1998), para criticar el enfoque biocéntrico por cuanto podría conducir a una ética tradicionalista centrada en dar mayor relevancia moral al agente racional y, por ende, prioridad a sus intereses. Pero Goodpaster está lejos de pretender fundamentar una jerarquización de valor en las formas vivientes, intenta justificar diversas maneras de consideración sin pretender el desarrollo de un modelo reflexivo orientado a evaluar variados intereses en seres vivientes en caso de conflictos, su punto de partida es aceptar situaciones adversas en la relación entre humanos y organismos no humanos, es decir, dilemas en contextos específicos en los cuales se recrea la acción ética.
En su propósito de elaborar un marco de referencia de carácter normativo para justificar distintas formas de consideración moral, Goodpaster distingue la consideración moral operativa de la regulativa. La primera está restringida por la sensibilidad del agente racional para apreciar necesidades e intereses, es condicional; a diferencia de la segunda, la cual se justifica en los siguientes términos: “Si se puede defender en todos los terrenos independientes de la operatividad que X sea digno de consideración moral, diremos que esta dignidad es regulativa.” (Goodpaster, 2004, pp. 153-154). Según esto, la condición de tener vida es una razón necesaria y suficiente para expresar consideración moral hacia un ser. Manifestar vida resulta un criterio normativo al imponer límites en la relación con cualquier organismo no humano, de manera análoga a como el reconocimiento de la dignidad humana exige un accionar consecuente con dicha estimación. La paradoja de esta concepción se revela cuando la pretensión de una consideración categórica entra en conflicto con sus posibilidades de aplicación. Goodpaster deja de prestar atención a las innumerables gradaciones de la complejidad de los organismos vivientes y a la idea de una dinámica evolutiva establecida en el domino y aprovechamiento de unos organismos sobre otros.
Goodpaster dirá que el problema de aceptar sus postulados no obedece a la falta de fundamentación, se explica más bien por la ausencia de nuevos valores de referencia de la sociedad: “[…] existe una afinidad no accidental entre la concepción que una persona o una sociedad tiene del valor y su concepción de lo que es digno de consideración moral” (Goodpaster, 2004, p. 163). Si los valores predominantes en una sociedad son de naturaleza hedonista, no resulta extraña la dificultad para apreciar valores más allá de lo instrumental o con fines de utilidad. Se requiere una revolución en la conciencia ética de buena parte de los miembros de las sociedades actuales para esperar un interés generalizado en ampliar la esfera de la consideración moral hacia seres no humanos, con sus implicaciones inherentes en el terreno de la legalidad y, sobre todo, en el de los hábitos, actitudes y formas de reconocimiento de las expresiones de la vida.
En este modelo de biocentrismo, la consideración moral por un organismo se traduce en el respeto por el potencial de la vida autorregulada. También se vincula con la comprensión de la complejidad de la organización de lo viviente en función de su integración y reacciones al medio ante la presión hacia una mayor entropía. De este modo, reconocer un ser vivo, entender la vida objeto de consideración, pasa por identificar características centrales en su funcionalidad:
[…] la marca típica de un sistema vivo […] parece ser su estado persistente de baja entropía, sostenido mediante procesos metabólicos de acumulación de energía, y mantenido en equilibrio con su ambiente por medio de procesos de retroalimentación homeostática. (Goodpaster, 2004, p. 165)
Desde este punto de vista, la consideración moral se podría extender hasta los biosistemas mismos, si se logra demostrar que son organismos vivos en el sentido antes señalado. Un aspecto importante en el biocentrismo de Goodpaster será entonces la elaboración de una ética ambiental centrada en el cuidado y sostenimiento de la vida, aceptando por un lado diversos conflictos de intereses y, por el otro, la posibilidad de apostar por la búsqueda de equilibrios atendiendo a la interdependencia de todo sistema biótico.
Ante la cuestión de si la naturaleza tiene intereses, Goodpaster señala que toda criatura expresa sus necesidades con diversos fenómenos verificables, lo cual permite tomar decisiones en interés de otros o en nombre de otros6. Un césped requiere agua cuando sus pastos y el suelo revelan sequedad. La práctica de una ética biocéntrica implica, por tanto, cultivar sensibilidad y conciencia ecológica e intentar adoptar actitudes de cuidado y protección, además de prácticas nutricionales, científicas y médicas orientadas al respeto por la vida, tal como lo exige la consideración moral regulativa.
Goodpaster indica además, frente al argumento de la inevitabilidad de sacrificar vidas no humanas por razones de subsistencia o de los modelos de desarrollo imperantes, la importancia de dilucidar cuáles son realmente las necesidades humanas básicas en tanto existen incluso límites en la consideración operativa de los seres vivos. Matar gratuitamente es poco común en la naturaleza, el ser humano rompe este orden al hacerlo indiscriminadamente y niega con ello el valor de su propia vida, aunque su condición de organismo funcional no lo aleja mucho de la situación de dependencia y fragilidad de otros seres.
Así, la cuestión de los límites en la relación con lo viviente apela al uso de la racionalidad ética en su doble aspecto: el prudencial y el categórico. El primero se refleja al momento de medir afectaciones individuales y sociales al establecerse una relación instrumental con organismos no humanos y con el entorno natural. El segundo se manifiesta en la exigencia de compromisos y responsabilidades por parte de todo agente moral, atendiendo al valor inherente -no intrínseco-7 de cualquier ser viviente.
El enfoque de Goodpaster promueve la estima por las funciones vitales de cada organismo. Estas se entienden en relación con la satisfacción de necesidades básicas, aunque no exista una mediación consciente