Pensar y sentir la naturaleza. Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo

Pensar y sentir la naturaleza - Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo


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atender el deber, el bienestar de otros y el cultivo de virtudes; b) este interés por un mundo no humano sigue un patrón analógico: el interés moral por atender las necesidades de florecimiento y la vulnerabilidad de plantas, animales y ecosistemas es análogo al interés moral por cuidar y velar por el desarrollo del animal humano y su comunidad ética; c) la consideración moral entre humanos y hacia organismos no humanos desborda una cuestión representacional de la asignación de estatus moral, fines, interdependencias o capacidades. En consecuencia, el humanismo ecológico implica una ética del encuentro, de lo relacional, cuyos contenidos son explicados en la confluencia del juicio y la intuición con la imaginación, y de los sentimientos de simpatía y benevolencia con los de justicia.

      Frente a las éticas extensionistas que buscan adaptar concepciones éticas tradicionales, la ética del encuentro se configura desde una mirada humanista que parte del reconocimiento de disposiciones ético-afectivas para dar cuenta de la relación con organismos y macroorganismos no humanos, en un escenario global y pluricultural; construye una normatividad basada en el encuentro con animales no humanos y con la naturaleza; y reacciona al intento de elaborar éticas no antropocéntricas, basadas en nociones como las del valor intrínseco (absolutista) de la naturaleza y el igualitarismo biótico. Por su parte, la ética del encuentro es contextualista, crítico-social y afectivo-cognitiva. Valora el legado de las éticas modernas basadas en los sentimientos y los aportes de teísmos ecológicos, ecofeminismos y concepciones biocentristas en tanto que enuncian, de uno u otro modo, que toda ética es relacional y cobra sentido a partir del comportamiento y actitud asumidos en el encuentro con un otro.

      Un escenario relacional asimétrico plantea el reto de ampliar los límites tradicionales de la consideración moral, no solo desarrollando razones por las cuales se aceptan deberes directos o indirectos hacia la naturaleza y los múltiples organismos, también explica los contenidos subjetivos presentes en el encuentro objetivable con lo diverso. El reconocimiento de los sentimientos y emociones contribuye, por ende, a dar cuenta de la autenticidad del cultivo de virtudes del cuidado y a explicar móviles moralmente vinculantes en la adopción de compromisos y responsabilidades. De esta manera, el humanismo ecológico parte de reconocer cómo los sentimientos de benevolencia y justicia dirigidos hacia expresiones de vida no humana, involucran experiencias ético-afectivas maduras y un amplio panorama emocional, desplegado primordialmente de forma contextual y relacional por el uso de la imaginación y del juicio analógico. Estos sentimientos constituyen, además, un terreno conceptual fértil para nutrir teorías éticas interesadas en extender las fronteras de la consideración moral y para aproximar, en un escenario de diálogo, concepciones distantes o contra-dictorias en términos de su fundamentación normativa o de sus intereses prácticos.

      En síntesis, la consideración moral asociada a la experiencia ético-afectiva1, implica aceptar su extensión hacia la atención de animales, plantas y ecosistemas. En este sentido el animalismo2 y el ecologismo parten de un humanismo. La lectura de los organismos no humanos en clave de su vulnerabilidad y sus capacidades permite interpretar los biocentrismos de Goodpaster, Rolston y Taylor, y la ética de la Tierra de Leopold, rastreando dinámicas emocionales y sentimientos asociados a una consideración moral enfocada en interdependencias, en el equilibrio entre micro y macrosistemas, y en la relevancia de organismos en particular atendiendo a sus funciones vitales.

      Lo anterior conduce a adoptar un juicio prudencial frente a la ecología profunda de Naess y el ecocentrismo sistémico de Callicott, ambos orientados por el valor central de los macrosistemas y la biosfera. En contraste, se argumenta a favor de la experiencia del encuentro con la naturaleza y se asume la relevancia de la vida de cada ser participante de un hábitat. El sentimiento de respeto se vincula aquí con la intuición de valorar las cualidades de cada organismo, en tanto parte de su constitución biológica para el florecimiento. Es por ello que se tata de conciliar las concepciones holistas de la naturaleza reconociendo la unidad y el equilibrio biótico planetario, junto con una ecología de la biodiversidad traducida en pluralidad de necesidades e intereses de organismos muchas veces en conflicto.

      En los últimos capítulos se tienen en cuenta las lógicas de la consideración moral encaminadas a articular la ética del cuidado con el pensamiento ecologista. Se parte de pensar el cultivo de la sensibilidad ético-ecológica por medio del uso de narrativas tejidas en alusión a encuentros con un otro ajeno a la condición humana. Se perfilan, además, contrastes conceptuales y elementos de análisis cercanos entre enfoques ecofeministas y la perspectiva de un humanismo ecológico. Cuenta especialmente el intento de trazar un horizonte de diálogo entre concepciones ecológicas crítico-sociales interesadas en recuperar las capacidades empáticas y las emociones morales en la construcción de inclusión, justicia y solidaridad en el contexto de una comunidad biótica.

      Finalmente se defiende la idea de un humanismo ecológico, basado en la recuperación de los sentimientos morales y estados emocionales, para pensar la ampliación de las fronteras de la consideración moral, buscando superar con ello una concepción restrictiva de su dinámica y objeto de interés dentro de los límites de la comunidad de agentes autónomos y racionales. También se anexa una adenda con el propósito de presentar de forma sintética los principales argumentos en contra de los alcances de la tradición de los sentimientos para pensar la consideración moral más allá de la comunidad ético-política. Se sostiene, frente a tales críticas, la perspectiva de las disposiciones ético-afectivas, al ser una concepción adecuada para asumir una ética del encuentro con la naturaleza.

      Este trabajo tiene su germen en cursos de pregrado como “Desarrollo humano desde la sensibilidad ética y ecológica” y “Ética ambiental”, diseñados y ofertados en la Universidad Autónoma de Occidente a partir de los años 2005 y 2007 respectivamente. Elaboraciones conceptuales posteriores condujeron a elaborar un apartado sobre “Ética y cuidado de la vida” en el libro Aproximación a la Ética, publicado en 2012. Desde esta trayectoria reflexiva se presentó el proyecto “Fronteras de la consideración moral: disposiciones ético-afectivas y encuentro con la naturaleza”, en el marco del Doctorado en Filosofía de la Universidad de Antioquia. El presente libro recoge algunos apartados revisados y ajustados, resultado de dicha investigación, con el propósito de presentarlos de manera fluida a un público amplio.

      Poppy Field (Giverny), 1890-1891

      Claude Monet

      © Public Domain Designation

      Una manera de asumir estima y respeto por la naturaleza consiste en adoptar perspectivas biocéntricas inspiradas en una concepción teleológica de los organismos. En este capítulo se pretende mostrar cómo las concepciones biocéntricas pueden articularse con el cultivo de virtudes y de disposiciones ético-afectivas vinculantes en el contexto de una comunidad ecológica. Esta comunidad está configurada por una multiplicidad de organismos con bienes y fines particulares interdependientes. Se trata de bienes y fines que se significan moralmente al dinamizar en el ser humano disposiciones empáticas y sentidos de la responsabilidad, incluso hacia seres con características más allá de la animalidad.

      De este modo, se apuesta por un marco de comprensión de la consideración moral hacia los animales no humanos, las plantas y los ecosistemas, articulado al despliegue de disposiciones ético-afectivas en función de la valoración de necesidades, intereses, bienes y capacidades sin limitarse a la cercanía cognitiva, biológica o social con la condición humana. Tal concepción ética, con un horizonte amplio de aplicación, parte de asumir positivamente el potencial humano para identificar un abanico de cualidades dignas de estima. A su vez, esto contribuye con el cultivo de virtudes pasivas (evitación de daño y maltrato) y activas (cuidado y protección) del carácter vinculadas con sentimientos de simpatía, benevolencia y justicia hacia organismos no humanos.

      La perspectiva de Goodpaster

      La


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