Pensar y sentir la naturaleza. Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo

Pensar y sentir la naturaleza - Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo


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y bienestar definidas por el criterio de la comprensión sobre lo constitutivo de su florecimiento y direccionalidad12. De esta manera, la respuesta a la pregunta por qué es vivir puede ser relevante para definir a quiénes se dirige la consideración moral, además de ser importante para asignar valor inherente a seres estimados como vivientes.

      Esto abre la vía para aceptar responsabilidad y acciones prudenciales en el encuentro con organismos complejos distintos a los animales no humanos, ya que las dinámicas vitales y sensaciones de cada organismo representan capacidades de desarrollo inherentes y también basadas en interacciones y dependencias. Estas capacidades ameritan ser atendidas y protegidas en la medida que su sostenimiento representa la integridad de cada organismo y la de aquellos con los cuales se relaciona, hasta involucrar la estabilidad misma de un ecosistema.

      El universo de la consideración moral aceptada aquí incluye minerales, suelos y formas incipientes de vida microorgánica y vegetal, ya que son necesarios para el sustento de plantas muy organizadas y de animales humanos y no humanos13. Se enfoca básicamente hacia la expresión de vida semicompleja o compleja caracterizada por el despliegue de actividades vitales. La fuerza pulsional de individuos desarrollados se manifiesta en múltiples formas de sensibilidad y/o consciencia. Aunque estas son cualidades susceptibles de consideración, cabe aceptar con Rolston que cualquier intento de justificar la ética ambiental asumiendo una concepción biocéntrica involucra al menos dos tipos de riesgo: el primero consiste en explorar terrenos desconocidos con intuiciones difíciles de fundamentar y suscitadoras de escepticismo en humanistas conservadores, reacios a los intentos teóricos de reevaluar el campo tradicional de la consideración moral; el segundo es el reto de posicionarse frente a los paradigmas de la biología o la ecología. Ello exige disposición para incluir en la reflexión moral juicios valorativos surgidos de la comprensión del trabajo de la naturaleza para sostener la vida por millones de años y conducirla hacia formas de expresión cada vez más complejas.

      En las concepciones biocéntricas resulta infortunada la ausencia de articulación entre la consideración moral y las disposiciones afectivas. Si la sanción moral interna o externa respecto a la relación con los animales y las plantas depende de concebir en ellos cualidades dignas de estima, esta sanción contribuye con la expresión de emociones de indignación, ira, alegría o esperanza; y de sentimientos de benevolencia, respeto, empatía y justicia referidos a su situación. Los intentos por justificar consideración moral hacia organismos no humanos y, por su mediación, a comunidades bióticas, se han centrado en defender la relevancia de cualidades dignas de estima, dejando en un lugar olvidado la función de emociones ético-ecológicas para configurar el universo de la consideración.

      En adelante se sostendrá cómo los biocéntrismos de Goodpaster, Taylor y Rolston14 pueden dialogar con la ética de la Tierra propuesta por Leopold, involucrando el papel de sentimientos morales y disposiciones afectivas en el encuentro con la naturaleza y su articulación con el cultivo de virtudes ecológicas del carácter. Algo diferente se dirá sobre la ética ecosistémica de Callicott, ya que si bien se interesa en los sentimientos morales, con su pretensión holista desvirtúa en cierto modo el legado de Leopold. Uno de los retos epistémicos frente a este último escenario, consiste en cuestionar si la apreciación de un valor intrínseco en especies animales y ecosistemas representa un paso realmente indispensable para manifestarles consideración moral.

       Poppy Field (Giverny), 1890-1891

       Claude Monet

      © Public Domain Designation

      Asumir la consideración moral hacia la naturaleza introduce la relevancia del encuentro para nutrir con contenido valorativo contextual la ampliación de las fronteras de la ética; lo que suele denominarse el interés extensionista. Callicott usará dicha expresión para criticar enfoques con pretensiones de dar cuenta de exigencias morales hacia animales no humanos y plantas, atendiendo una tradición ética pensada para asumir los retos de la interacción humana. En contraste, apela a la noción de comunidad ecológica para pensar la normatividad ética en un escenario de interdependencia de animales humanos y no humanos, bosques, ríos y ecosistemas, tal como lo entendía Leopold.

      En efecto, la ética de la Tierra de Leopold se traduce en un escenario de relaciones asimétricas donde operan sentimientos de respeto ante el encuentro con organismos y macroorganismos frágiles, dependientes y demandantes de atención. Pero a diferencia de lo señalado por Callicott, en este capítulo se intenta mostrar lo contradictorio de asumir la consideración moral hacia la naturaleza en función de un holismo ecológico. Igualmente, se argumenta sobre el contrasentido de una nueva ética basada en los denominados intereses de los ecosistemas y en valores no antropocéntricos. En cambio, se defiende la recuperación del vínculo entre juicio, sentimiento y actitud como concepción humanista. Esto conduce a pensar la ética ecológica15 distinguiendo el antropocentrismo del humanismo, señalando cómo este último exige atender las condiciones de bienestar de grupos y especies no humanas.

      Comunidad biótica y disposiciones afectivas

      En las propuestas biocéntricas, el criterio para la consideración moral es la expresión en cada organismo de actividades vitales propias de su autoconservación y florecimiento. Se perjudica directamente a árboles o plantas cuando se les priva del proceso de sostener su vida, así carezcan de experiencias emocionales y deseos. Lo anterior sustenta la exigencia de consideración moral hacia todos los seres vivos, una condición de inclusión basada en la responsabilidad y el deber hacia ellos. En las perspectivas de Rolston y Taylor, el desarrollo de cada ser viviente se relaciona con perpetuar su especie y con la interacción16 o dependencia entre individuos y grupos con su hábitat. De este modo, pensar en términos de un despliegue teleológico de la vida exige valorar y atender los suelos, valles, ríos y mares en los que se desarrolla cada organismo y su especie17. Esta concepción de la interdependencia biótica tiene sus raíces en el legado de Leopold al cuestionar la tradición ética, caracterizada por dar cuenta solamente de las relaciones interpersonales y de la estabilidad social18. Este autor contribuye a pensar una ética ineludible para la época actual al descentrarla del individuo y de la sociedad, y articularla con la idea de obligaciones hacia la tierra, las plantas y los animales buscando superar una racionalidad estrictamente económica con el mundo natural (Bellver, 1997, p. 255)19.

      Leopold entiende la ética desde la ecología relacionándola con “una limitación de la libertad de acción en la lucha por la existencia” (Leopold, 2004, p. 25). Se introduce una categoría cultural normativa frente al orden natural del derecho del más fuerte y apto. La restricción de la libertad conduce a la exigencia de evaluar los efectos del propio comportamiento sobre otros, de lo que resulta un mayor campo de actividad para el carácter y el cultivo de virtudes al extenderse la frontera de la consideración moral hacia un amplio universo de posibles afectados o beneficiados con la acción. Históricamente, el criterio ético para limitar la libertad de acción sobre otros se ha extendido desde privilegiar la competencia para el logro del bienestar individual, hasta ir abarcando una esfera de atención y responsabilidad centrada en individuos ajenos a la propia comunidad. El sentido moral de la cooperación deja de circunscribirse a la familia, al clan y a la nación para abrazar ideales cosmopolitas y deberes hacia organismos no humanos.

      Leopold interpreta la extensión de la consideración moral como producto de la evolución biológica y social. Por lo tanto, le resulta ineludible la conquista de la siguiente frontera, la inclusión de seres no humanos en una estructura social ética basada en el cuidado y la responsabilidad: “La ética de la tierra simplemente amplía los límites de la comunidad para incluir suelos, aguas, plantas y animales, o colectivamente: la tierra” (Leopold, 2004, p. 27). Dicha ampliación responde a una dinámica de cooperación de forma asimétrica por cuanto la reciprocidad no se da en un mismo nivel ni entre iguales: descansa en la interdependencia de la comunidad


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