The twittering machine . Richard Seymour

The twittering machine  - Richard Seymour


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de las religiones David Frankfurter, escribe que los griegos antiguos estimaban que las letras de su alfabeto, por el hecho de denotar sonidos, eran «elementos cósmicos». Entonarlas podía llevar al cantante a un estado de perfección. Así vemos que, además de constituir un dispositivo mnemónico y contable y también una artesanía, la escritura, como notación musical, era poesía divina.

      Los mitos históricos siempre han confundido la relación de la escritura con la voz. El gramático polaco-estadounidense I. J. Gelb, siguiendo un pensamiento típico de sus contemporáneos de la Guerra Fría, argumentó que el propósito de la escritura era, en última instancia, representar el habla y, por consiguiente, los alfabetos eran la forma más avanzada de escritura. En el alfabeto, cada letra representa un sonido, o un elemento fonético. En otros sistemas de escritura, los elementos podrían incluir logogramas, en los cuales toda una palabra está representada por un único elemento; ideogramas, en los que se representa un concep­to sin ninguna referencia a los sonidos vocales que participan al pronunciarlo; o pictogramas, en los que el elemento escrito se parece a lo que significa. El supuesto de la superioridad de los alfabetos, parte del mito del progreso de la modernidad, se basa en el hecho de que los alfabetos permiten escribir un número infinito de frases infinitamente complejas.

      La mayor parte de la escritura de la que estamos rodeados hoy no representa el habla. Como la escritura de las ondas sísmicas, la notación musical, los diagramas de un circuito electrónico y las configuraciones de un tejido, los programas de computación y los códigos y secuencias de comandos actuales –la escritura cuneiforme de la civilización contemporánea– en su mayor parte prescinden de elementos fonéticos. Más aún, nuestra escritura online se asemeja cada vez más a la jeroglífica, basada en elementos no alfabéticos: emojis, marcas de check, flechas, señaladores, símbolos de divisas, marcas registradas, signos viales, etcétera– para transmitir velozmente información tonal compleja. En realidad, una de las ironías de escribir en la industria social es que esa escritura emplea una notación no alfabética para poder representar mejor el habla. Las partes de nuestro discurso que tienen que ver con el tono, el timbre y la personificación y que se transmiten en tiempo real en las conversaciones cara a cara, tienden a perderse en la escritura alfabética o solo pueden expresarse después de gran elaboración y cuidado. La economía de los emoticonos y los memes procura dar a la voz una corporeización conveniente.

      XI.

      En 1769, el inventor austrohúngaro Wolfgang von Kempelen desarrolló el primer modelo de su Sprechmaschine [«máquina parlante»]. Fue un intento de producir un equivalente mecánico del aparato –pulmones, cuerdas vocales, labios, dientes– que produce el sutil y variado conjunto de sonidos, acústicamente rico, conocido como la voz humana. El inventor perseveró, aplicando sucesivos diseños, utilizando una caja, bramadores, lengüetas vibradoras, tapones y una bolsa de cuero, en sus intentos de hacer hablar a su máquina. Cada vez, su estúpida boca de cuero berreaba sin lograr emitir ningún sonido remotamente humano.

      Finalmente, el problema de reproducir el habla eficientemente quedó resuelto con la invención del teléfono. Uno habla en un teléfono tradicional y las ondas sonoras golpean un diafragma haciéndolo vibrar. El diafragma hace presión sobre una pequeña taza llena de finos granos de carbón que, al recibir esa presión, conducen una corriente eléctrica de bajo voltaje. Cuanta más presión ejerce el diafragma, tanto más densamente se aglutinan los granos y tanta más electricidad fluye. Así, por medio de una débil corriente eléctrica, la voz pudo separarse del cuerpo y reaparecer sorprendentemente en algún punto al otro lado del mundo.

      En cierto modo, era una forma de escritura. Las ondas sonoras inscribían una configuración en el diafragma y las partículas de carbón que convertían ese patrón en una señal eléctrica transmisible. Pero no dejaba ninguna huella permanente. El invento de un artefacto que podía programarse con instrucciones escritas para realizar una serie de operaciones lógicas –la computadora– cambió esa situación al modificar la jerarquía de la escritura. Cuando uno escribe utilizando una vieja máquina de escribir o una pluma sobre un papel, deja una inscripción física sobre una superficie. Aun cuando estén mecanizadas, las formas están imperfectamente moldeadas y existe la posibilidad de que haya errores de ortografía y signos de puntuación equivocados. Cuando uno escribe utilizando un ordenador, el programa señala, normal­mente, los errores ortográficos y de puntuación y las letras se or­denan de la manera más próxima posible a la perfección. Pero, la «inscripción» que uno ve es la representación virtual, ideal, de un sistema de escritura enteramente diferente realizada sobre un circuito electrónico complejo, discos que zumban, etcétera.

      Toda nuestra experiencia con el ordenador, el teléfono inteligente y la tableta está diseñada para ocultar el hecho de que lo que estamos viendo es escritura. Según el desarrollador de software Joel Spolsky lo que encontramos es una serie de «abstracciones permeables», «una simplificación de algo mucho más complicado que ocurre debajo de las cubiertas». Así, donde vemos un «archivo», una «carpeta», una «ventana» o un «documento» lo que hay son abstracciones, simplificadas representaciones visuales de partes eléctricas que realizan una serie de operaciones lógicas en concordancia con los comandos escritos. Cuando vemos la palabra «Notificaciones» o «Inicio», estamos viendo la representación visual simplificada de las operaciones de un código de software escrito. Estas abstracciones son «permeables», tienen fugas, porque, aunque parezcan perfectamente formadas, representan procesos complejos que pueden fallar y, de hecho, fallan. Como en The Matrix, la escritura programa una imagen para que la consumamos: no vemos los símbolos, solo vemos el bistec codificado por los símbolos. La imagen es pues un señuelo. Lo que eclipsa es que todos los medios –la música, la fotografía, el sonido, las formas, los espacios, las imágenes en movimiento– ya han sido traducidos al lenguaje de los datos numéricos escritos.

      Pero, cuando comenzamos a escribirle a la máquina de trinar se introduce una nueva e inesperada vuelta de tuerca en la situación que cambia drásticamente la división tradicional entre la voz y la escritura. La máquina de trinar es sumamente eficiente cuando se trata de reproducir elementos del habla que habitualmente se pierden en la escritura, en un formato escrito mediado por el ordenador. No se trata solamente de que los matices de ritmo, tono, timbre y expresión se transmitan con cierta economía eficiente mediante emojis y otros expedientes. En una conversación corriente, los participantes están todos presentes simultáneamente y se desarrolla en tiempo real, no con la demora habitual de la correspondencia escrita o los emails. Por esta razón, la conversación es informal, flexibiliza el uso de las convenciones y da por descontados una cantidad de elementos básicos compartidos entre los participantes. La industria social aspira a alcanzar la misma celeridad, la misma informalidad, para dar la impresión de que está desarrollándose una conversación. Da voz a la voz.

      Con todo, lo que produce la máquina de trinar es en realidad un neohíbrido. Se da a la voz una nueva encarnación escrita, pero es una corporeización masificada, que llega a estar asombrosamente despegada de cualquier individuo. Adquiere vida por sí misma: inmensa, impresionante, bromista, polifónica, caótica, demótica, a veces pavorosa. La sagrada música del canto de las aves se transforma, no en un coro, sino en el rugido de un organismo cibernético.

      XII.

      Dada esta masificación, es irónico que tanta charla a través de las redes sociales esté obsesionada con la liberación del individuo. Lo que hace la industria social es fragmentar a los individuos de maneras nuevas –cada uno es muchas empresas, cuentas, proyectos– y rutinariamente reagrupa las piezas como un nuevo colectivo transitorio: llamémoslo un enjambre, por razones de marketing.

      La otra cara de la moneda de esta supuesta liberación del individuo es la idea de un «nuevo narcisismo», de palito de selfie, de mirarse el ombligo con cada actualización de estado. En verdad, siempre hay narcisismo y eso no es ningún pecado. Y si escribir tiene que ver con darse un segundo cuerpo, de algún modo, no se trata sino de narcisismo sublimado. Sin embargo, la estructura de caja de Skinner postula como su sujeto ideal al narcisista extremadamente frágil, alguien que necesita alimentarse constantemente de galletas de aprobación para no caer en la depresión.

      La máquina de trinar invita a los usuarios a constituir nuevas identidades creativas para sí, pero lo


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