Narrativa completa. Juan Godoy. Juan Gualberto Godoy
Godoy. En cambio, lo frecuente es el abuso de una imaginería trabajosa, ineficaz, pintoresca, que suele conceder a la prosa, al tono y a la perspectiva narrativa una rara siutiquería. El empleo de esta prosa pasa por ser un rasgo generacional en la novela del 38 o 40.
A veinte años de su primera edición, Angurrientos aparece como una obra representativa de nuestra historia literaria, señalando, en su forma óptima, las preferencias que se harían comunes a una generación2.
En fechas ya más recientes, el profesor Román Soto apunta en un vasto ensayo crítico:
Se lee Angurrientos (…) como las voces que se oyen en la calle o entre las mesas de un bar. La novela de Godoy es una novela callejera y de taberna: allí reside su poderosa y cautivante ambivalencia. Une tanto la vitalidad, el movimiento, los aromas y las formas de la calle, y la suciedad y colorido de los depósitos de vino clandestinos, como su precario, pero perversamente atrayente, desamparo. Angurrientos es una novela sensual (…), carnavalescamente grotesca. Apela constantemente a los sentidos: sus metáforas (…) construyen cuadros que integran diversas relaciones sinestésicas que unen lo visual con lo táctil, lo auditivo, lo olfatorio y el gusto: lo sexual3.
Esta novela, como es cosa sabida y aceptada, dará rápidamente origen a una nueva corriente de nuestra narrativa chilena. En cuanto a la procedencia y significados de dicho término «angurriento», el profesor Luis Muñoz, en su diccionario de movimientos y grupos literarios chilenos, lo explica como una «invención» del autor proveniente del chilenismo «angurriento», el que tiene como significado «hambre canina», «hambre del pueblo». Godoy transfiere dicha interpretación hacia el ámbito espiritual e intelectual, en donde el «angurrientismo» se transformaría en una percepción abarcadora y comprensiva de lo humano, de su «apetencia vital de estilo».
Sin entrar en precisiones de orden técnico literario, se puede avanzar que lo propio de la escritura planteado en la novela de Juan Godoy redunda en descoyuntar el orden narrativo y las premisas secuenciales de la corriente «criollista», a la que en cierto modo la obra de Godoy tendía a poner término. Al decir de Víctor Hernández, en su «Aproximación a Juan Godoy y la Generación del 38», el trabajo literario de Godoy se basa en un cierto «orden desordenado» y, citando un propósito de Román Soto, agrega que en el caso de «Angurrientos se lee o más bien se la escucha, como las voces que se oyen en la calle o entre las mesas de un bar»4. Por otra parte –prosigue Hernández–, se enfatiza socialmente el concepto del Roto y ello atraviesa toda la obra de Godoy. Pero a diferencia de otros autores que suelen polemizar en torno a la figura de este personaje popular chileno, en muchos casos ridiculizándolo, en Godoy, en cambio, el Roto adquiere dimensiones continentales»5.
El tema socio, cultural de dicho personaje había sido objeto de un ensayo de Juan Godoy paralelo a la novelización del «angurriento»:
Para una comprensión del roto, fuera menester escarmenar un conjunto de circunstancias geográficas, históricas, económicas, de raza, etc. –¿A qué llevarían tales cosas?– y diferenciar los productos sociológicos de ellos derivados. Acaso obtuviéramos un resultado científico, muy objetivo, pero ¿cómo separar lo que el roto es de lo que pensamos es el roto? ¿Cómo separar nuestro ser real que somos en sí, de nuestra voluntad de ser o no ser? Sin embargo, cada chileno tiene una vivencia del roto y distingue lo auténtico «rotuno» de lo que es falsificación y límite.(…). El roto tiene un origen campesino. Pero es un producto de selección. Quiso ver lo que pasaba más allá de los rincones de su campo. No lo limitaron los horizontes. No vio la cordillera como problema sino como una pura ola muerta. ¡En nuestro Chile, que es como un gran surco de olas! Rebelde de las encomiendas, cae en el bandidaje o huye del campo a los grandes minerales de esta tierra.
El huaso es limitado, torpe, suspicaz. Su sentido de la propiedad se le ha hincado en la carne. A causa de su labor agrícola, lo caracteriza su previsión económica. Vive para la tierra y sus animales. Arranca sus fuerzas de la tierra.
El roto saca de sí mismo todas sus riquezas. Se tiene. Es dueño de sí. Por esto es capaz de todos los heroísmos. Se le encuentra en el fondo de las minas de carbón. O despanzurrando la pampa trágica. En todos los minerales. Y las fábricas. Es un borbotón de vida domeñando las fuerzas ciegas de la materia inerte.
El huaso vive domeñando a la propia vida.
El roto, el costino y el minero, son hermanos trágicos. Viven el instante. Exponiendo sus vidas. Son dueños de sí. Dueños de nada»6.
La condición de «angurriento», percepción abarcadora y comprensiva de lo humano, de su «apetencia vital de estilo», concierne, sin embargo, en el cuerpo de Sangre de murciélago, una gama social amplia y en cierto modo vertical. Hospedados en el recinto del «Instituto de Toxicómanos» o «Instituto de Reeducación Mental», los personajes de esta tercera novela de Juan Godoy en su disparidad y multitud se avienen en una común apetencia dipsómana:
Toxicómanos, bebedores pantagruélicos –escribe Jorge Jobet–, Juan Godoy es uno de ellos. Su embriaguez adquiere los contornos de lo nacional. No pudo ser reeducado. Bebe como de costumbre, echado a la espalda el fracaso de la teoría freudiana, del psicoanálisis, de la psicología terapéutica, de los pobres recursos de la ciencia médica. Novela en parte autobiográfica, espesa y clara, deforme y clásica, idealista y tétrica, como una inmensa borrachera que pasa por todos los grados de la ilusión y la catástrofe, contada con la serenidad rural del paisaje y con la fuerza atormentada de la inteligencia herida por el ramalazo de los vinos anteriores. Grupo de alcohólicos de elevado nivel intelectual. Artistas, médicos, profesores, carabineros de alta graduación, funcionarios especializados y otros de parecido linaje.
El título de la novela remeda el apodo dado al personaje de un marginal dipsómano, y alude a la virtud curativa legendaria de la sangre del quiróptero, entre otros males el del «horrendo problema del alcoholismo que roe a nuestro pueblo». En cierto modo el narrador central hace acopio de vivencias o contenidos de conciencia autobiográficos y se desdobla a través de esos mismos ecos en cada uno de sus interlocutores: les presta su lenguaje. A lo largo de toda la novela abunda justamente en un léxico de voces (sustantivos, adjetivos, verbos) colectadas de un castellano selecto, clásico, formas inusitadas en los usos de nuestra prosa narrativa, como es asimismo el empleo aquí frecuente de pronombres enclíticos o el recurso del voseo reverencial en el curso de pláticas ordinarias.
Por eso –prosigue Jobet–:«No debe extrañar la naturaleza insólita, ingeniosa, irónica, trascendental del diálogo de estos alcohólicos que, al igual que los locos, en las noches “tejían –arañas mentales– sus sueños invisibles”, y en cuyo cerebro anidaba un pájaro de helado fuego»7.
A la distancia temporal que nos separa de 1949, y por entonces a cuatro años de la primera edición de La cifra solitaria, Pablo García, narrador y poeta, concluía su propósito sobre el lugar que la literatura nacional debía acordar a Juan Godoy, a su terreno ya conquistado y por conquistar: «Bien está labrando Juan Godoy el pedestal de su posteridad. Yo espero verle algún día entre los primeros prosistas del idioma. Lo es ya. Pero el reconocimiento de las multitudes es lento y avanza de generación en generación. El tiempo es el mejor juez. No nos apresuremos: démosle tiempo al tiempo»8. Palabras premonitorias pues las obras literarias son su, sus, lecturas. Y ese tiempo ha llegado bajo la forma de un encuentro/reencuentro al pie de aquel pedestal, que es ahora el tomo de toda su obra reunida.
1 Miguel, Arteche. «Un maestro» Las Últ muerte para que, Dios lo quiera, vuelvan a reeditarse sus libros, como lo pedí en 1974, sin que nadie se enterara? ¿Será ese gran desconocido de nuestra literatura, él, cuya prodigiosa palabra tenía, y tiene, textura de plata como para acercarlo a otro, de su mismo nombre de pila y apellido?» (Alusión, si hace falta decirlo, al pastor descubridor del mineral de plata de Chañarcillo, en 1832).
2 Cedomil Goic, La Unión de Valparaíso, Revista de libros, 6 de diciembre de 1959.
3 «Angurrientos de Juan Godoy»; http://www.romansoto.com/escritos/index.php?code=angurrientos.
4 Román Soto, «Angurrientos