Memoria y paisaje en el cine japonés de posguerra. Claudia Lira Latuz

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termina por renunciar a Nikkatsu al constatar el giro más comercial que este estudio había adoptado (óbice para el desarrollo de sus proyectos, generalmente dispendiosos y de dudoso retorno económico). Luego de este quiebre y, al igual que otros grandes directores japoneses de la época, como Oshima, persigue diferentes vías para seguir haciendo películas de forma independiente a los grandes estudios. Así, inicia su propia productora (1965) para gestionar sus filmes a fines de los años sesenta y tiempo después abre una de las primeras escuelas de cine de Japón, el Instituto fílmico de Yokohama, con el cual pudo profundizar sus tópicos de interés y desarrollar con mayor libertad su estilo cinematográfico, cada vez más cerca del cine documental.

      Memoria y sociedad: el caso de Cerdos y Acorazados

      La singularidad del cine de Imamura en relación con la memoria histórica, la guerra y la posguerra se ve expresada en el filme Buta to gunkan (1961). Este es el primer largometraje de Imamura en que la presencia militar estadounidense es ubicua, pues el militarismo es parte del paisaje tanto física como emocionalmente. Además, es el primer filme que desarrolla de forma clara y con aplomo su teoría antropológica de supervivencia. Es una estética que tendrá su punto cúlmine en su primera obra como productor independiente, “Erogotoshitachi” yori Jinruigaku nyûmon (Una introducción a la antropología: los pornógrafos, conocida simplemente como Los pornógrafos, 1966).

      En Buta to gunkan se retratan estos elementos emplazados en las inmediaciones de la base naval estadounidense de Yokosuka, en un cordón de viviendas producto de la “economía de base”, es decir, dependiente de la interacción económica con el personal que sale en franco. Como John Dower lo ha estudiado, los cordones urbanos de entretención alrededor de bases militares son una práctica común; los habitantes de esos distritos se benefician económicamente y, a la vez, sirven de contención a la avanzada extranjera fuera de ese primer perímetro (Dower, 1999). La película se inicia con una cámara continua que recoge la panorámica de las bases militares y termina sumergiéndose en las calles del bajo mundo. La sociedad de estos cordones es retratada de forma binaria por Imamura. Por un lado, está la gente común que se las ingenia para beneficiarse de la “economía de base” realizando diversos oficios —como, en el caso de las mujeres, la prostitución— y están también los yakuza, quienes explotan —como cerdos— a los grupos marginales de la sociedad.

      El filme narra la historia de una joven pareja y su proceso de maduración individual en un contexto de cambio y adversidad. Kinta (Hiroyuki Nagano) es un muchacho que es atraído por una vida de juego y acción, la cual encuentra como joven miembro de la banda de yakuza local, en la cual espera ascender y recibir prontamente un pago por la venta de un cargamento de cerdos de contrabando. Haruko (Jitsuko Yoshimura), por su parte, sueña con casarse y establecerse con Kinta, a quien presiona para que abandone la banda criminal, de manera que ambos puedan, en definitiva, llevar una vida segura con oficios ordinarios (ver Imagen 3.1). Ella es una figura que, al igual que el resto de las mujeres en los largometrajes de Imamura, lleva sobre sus hombros la carga narrativa y desempeña el rol de heroína trágica. La familia de Haruko constantemente insiste en que debe dejar su trabajo de mesera, y aprovechar su juventud y dedicarse al más lucrativo trabajo de concubina de algún oficial estadounidense. El filme trata de la tragedia de una pareja joven, casi adolescente, que sostiene dos proyectos de vida disonantes: un Romeo y Julieta separados no por sus familias, sino por sus ambiciones personales.

      Imagen 3.1. Kinta y Haruko.

      La miseria del Japón de posguerra y las claves musicales de jazz, un eco al antiguo cine hollywoodense, son el telón de fondo a una historia en la que la yuxtaposición de planes de vida y espíritu de supervivencia alcanzan un primer clímax cuando Haruko, desesperanzada por no haber disuadido a Kinta de que renuncie a la banda para que ambos se establezcan como pareja, participa por primera vez de una fiesta con personal estadounidense, terminando la noche en una habitación con tres hombres que abusan de ella. Esta escena, en la cual la cámara asciende y se coloca en el centro del cielo cubriendo todo lo que sucede en la habitación —un ojo divino que observa el ultraje—, incluye movimientos y giros para reforzar la impresión de torbellino que sufre la protagonista y, metonímicamente, Japón. En este punto debemos realzar el vínculo con la historia política de este país que, luego de ser derrotado y ocupado, continuó albergando gran contingente militar estadounidense. A fines de los años sesenta, cuando Imamura escribe el guion, se vivió una gran efervescencia política que movilizó a la población contra la firma de la renovación del tratado de seguridad entre Japón y Estados Unidos. Fue tal el nivel de protestas que el presidente Dwight D. Eisenhower tuvo que cancelar una visita a ese país, estando ya en vuelo, mientras el primer ministro Nobusuke Kishi tuvo que abdicar (Hando, 2009, Chapter XIII). Cerdos y acorazados es un manifiesto sobre la posición abusiva que posee EE.UU. en Japón, pero no lo hace su tema central. Imamura prefiere internarse en los cambios que esa coyuntura histórica, deudora del pasado de guerra imperialista, tiene sobre la población. Haruko pierde su inocencia, cae en una sima depresiva en la que termina por aceptar la oferta de concubinato con un norteamericano.

      El segundo clímax del filme lo protagoniza Kinta. A lo largo de la historia, él ha soportado los abusos de sus compañeros yakuza, quienes, debido a su codicia se dividen en dos bandos, que lo llevan a defraudarse de este estilo de vida. Lo único que lo mantiene con la banda es la promesa de cobrar un bono por la venta de los cerdos que le encomiendan cuidar. Renace la posibilidad de reencontrarse con Haruko e iniciar una vida juntos en Kawasaki; empero, acepta como última misión, necesaria para cobrar su bono, concretar la venta de estos cerdos, los cuales son transportados en caravana de camiones. En un confuso incidente, en el que dos de estas bandas de trúhanes compiten por hacerse de los cerdos en una carrera que termina en el centro del pueblo, Kinta queda al medio de la disputa entre yakuzas y es dejado al margen de cualquier retribución por sus servicios, además de herido a bala. En un momento de éxtasis y desesperación, libera a los cerdos, que inundan las calles del pueblo, golpeando como una ola a los principales yakuzas, que mueren aplastados. Kinta, por su parte, fallece desangrado en el baño de un burdel.

      La película sigue a Haruko, quien, habiendo abandonado su vida en el concubinato y luego de la muerte de Kinta, despliega su sentido de supervivencia para engañar a su familia y huir. La escena final une el inicio del viaje de Haruko con la recepción de un grupo de prostitutas a la barcaza que acerca a los marinos estadounidenses a la costa japonesa.

       Ideas finales

      El cine de Imamura es expresión original de una crítica social y política a la modernización capitalista del Japón de posguerra. En ella, el desarrollo y crecimiento económico del país se hallan enclavados en la codicia personal y la búsqueda por la gratificación instantánea. En el sistema antropológico que desarrolla Imamura son las mujeres quienes poseen la capacidad crítica y las agallas para identificar oportunidades de supervivencia y proseguirlas. En este sentido, el feminismo que se presenta, más que buscar nivelar u homologar roles en la sociedad, despierta admiración por las mujeres.

      El Estado japonés de posguerra desaparece, indistinguible de una sociedad anárquica bajo la fuerte presencia militar foránea. Visto a contraluz del idealismo


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