Amor apasionado - Princesa de incognito. Victoria Pade

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eso sí, estoy a salvo —declaró.

      Neily había contemplado muchas escenas parecidas durante los días pasados; Theresa empezaba a hablar, se liaba y terminaba por decir cosas sin sentido. También había descubierto que intentar razonar con ella en esas circunstancias era totalmente inútil; si la presionaban, no obtendrían más información y además, se enfadaría. Pero su nieto también debía de saberlo, porque se quedó en silencio.

      Theresa se acercó a Mary Pat, la tomó del brazo y dijo, como si fuera una niña pequeña:

      —Quiero irme a la cama. ¿Me leerás algo para que me quede dormida, Mary Pat?

      La enfermera le dio un golpecito en el brazo.

      —He traído el libro que empezamos la semana pasada.

      —Espero que no lo hayas leído sin mí…

      —No he leído ni una palabra.

      Wyatt dijo a Mary Pat que iría a buscar su equipaje mientras ella llevaba a Theresa al dormitorio y, acto seguido, se giró hacia su abuela.

      —Dentro de unos minutos subiré a darte las buenas noches —afirmó.

      —Sí. Dentro de unos minutos —dijo la anciana.

      Neily y Wyatt Grayson observaron a Theresa y a Mary Pat mientras desaparecían escaleras arriba.

      —Bueno, supongo que ahora somos compañeros de piso —declaró Wyatt.

      —No, yo no me quedaré aquí. Os la dejaré a vuestro cuidado.

      —Vaya… ¿quiere eso decir que hemos aprobado el examen? —preguntó con ironía.

      Antes de que Neily pudiera contestar, él continuó.

      —Sé que cuando sucede algo así e intervienen los de servicios sociales, se investiga la situación y a las personas involucradas. No es que me guste, pero no tenemos nada que ocultar y lo comprendo, has hecho lo que tenías que hacer. Todos queremos lo mismo… lo que sea mejor para mi abuela.

      Neily se sintió agradecida. Su actitud facilitaba las cosas.

      —En efecto, eso es lo que todos queremos —confirmó.

      —Y crees que de momento es mejor que nos quedemos en Northbridge, ¿verdad?

      —Bueno, Theresa se ha tomado muchas molestias para venir.

      —Y que lo digas. Normalmente nos costaba convencerla para que saliera de su casa de Missoula, y cuando la convencíamos, nunca salía sola —explicó—. Hacía tantos años que no conducía un coche, que me sorprende que haya sido capaz. Pero claro, todo lo sucedido es sorprendente…

      —De todas formas, ahora parece decidida a quedarse aquí. He hablado con el asistente de Missoula y con el médico que la trata y estamos de acuerdo en que es mejor que no la presionemos con ese asunto. Por lo menos, de momento.

      —Para nosotros no es ningún problema. Haremos lo que le haga feliz.

      —Magnífico.

      —Pero no te vas a quedar…

      —No, aunque vendré todos los días.

      —Me parece justo —dijo él—. Y ahora, ¿tienes algo que preguntarme?

      Neily quería preguntarle quién era Mikayla y cómo habían muerto ella y su bebé, pero no estaba segura de que aquello tuviera alguna relación con Theresa y prefirió tragarse la curiosidad.

      —Es tarde. Yo estoy llena de polvo y tú seguramente querrás descansar, así que podemos dejar la conversación para otro día.

      —Ahora que mencionas lo del polvo, ¿toda esa gente que he visto al llegar ha estado ayudando a arreglar la casa de mi abuela? —preguntó él.

      —Sí, son vecinos del pueblo. Han venido a echar una mano.

      —Tal vez debería pagarles…

      —No, las cosas no funcionan así en Northbridge. Cuando alguien necesita algo, los demás lo ayudan —le informó.

      Él arqueó las cejas, sorprendido.

      —Qué detalle.

      —Desde luego.

      Neily se sorprendió mirándolo con más intensidad de lo normal y decidió que había llegado el momento de marcharse.

      —Iré a buscar mi bolsa. La he dejado en el cuarto de estar…

      —No conozco la casa, pero por fuera parece muy grande. ¿Por qué te has alojado en el cuarto de estar? Podrías haber elegido cualquier habitación…

      —Sí, podría. En el piso de arriba hay cinco dormitorios. Pero no quería arriesgarme a que Theresa se despertara en mitad de la noche y se fugara, así que decidí dormir abajo. Con un ojo abierto casi todo el tiempo —comentó con humor.

      —Lo siento —se disculpó—. Si hubiera podido, habría venido antes.

      —No te preocupes. Ahora ya estáis aquí. Y después de una ducha y un buen sueño en mi cama, estaré como nueva.

      De repente, a Neily le pareció que hablar de camas era algo arriesgado en presencia de aquel hombre, se sentía tan vulnerable y tan consciente de sí misma en su presencia que pensó que se debía al cansancio.

      Le dio su número de teléfono y una tarjeta del trabajo. Mientras atravesaban el salón para ir al cuarto de estar, Neily le dio una explicación breve sobre la distribución de la casa. Después, ella recogió su bolsa y él la acompañó a la puerta.

      —Si me quedara, esta noche dormiría bien de todas formas. El contratista local ha venido hoy y ha instalado cerrojos en todas las puertas y ventanas para que Theresa no pueda escaparse con facilidad —explicó mientras le daba un manojo de llaves—. Si tu abuela no tiene acceso a esto, podrás dormir a pierna suelta.

      Wyatt se guardó las llaves y comentó:

      —Al menos, me gustaría pagar los materiales que han comprado para arreglar la casa…

      —Se lo diré.

      —Diles también que les estoy muy agradecido y que…

      —Por supuesto.

      Neily abrió la enorme puerta y él la siguió al porche.

      —Tengo que sacar el equipaje del maletero —explicó él.

      Hacía fresco y faltaba poco para el anochecer. Wyatt Grayson miró a su alrededor y no vio más vehículo que el suyo, así que preguntó:

      —¿Dónde está tu coche?

      —He venido andando.

      —Entonces, permíteme que te lleve a casa…

      —Te lo agradezco mucho, pero está muy cerca. Además, estoy segura de que querrás volver con tu abuela —dijo ella—. Vendré mañana, pero si necesitas algo antes o tienes alguna pregunta, no dudes en llamarme por teléfono… aunque sea en mitad de la noche.

      —Gracias.

      Neily se alejó hacia su casa mientras Wyatt caminaba hacia el todoterreno. Y cuando ya estaba a cierta distancia de él, no pudo resistirse al impulso de mirar hacia atrás para mirarlo de nuevo.

      Wyatt había abierto el maletero y estaba cargando el equipaje como si su fuerte y musculoso cuerpo no notara el peso en absoluto.

      La boca se le quedó seca.

      En sus años como asistente social había sentido compasión, piedad, conmiseración, simpatía, empatía, tristeza, dolor e incluso ira hacia la gente con la que trataba, pero nunca, jamás, lo que sentía por Wyatt Grayson.

      Ni siquiera sabía cómo definirlo.

      Se parecía terriblemente a la atracción física, pero no podía ser eso.

      Y


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