Amor apasionado - Princesa de incognito. Victoria Pade

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de darse cuenta de lo que hacía, alzó una mano y la agitó de un modo coqueto e insinuante.

      Wyatt Grayson imitó el gesto.

      Del mismo modo.

      Capítulo 2

      WYATT estaba sentado en la cama, a primera hora del lunes por la mañana, cuando colgó el teléfono. Había mantenido una conversación con sus hermanos, Ry y Marti. Los dos seguían de viaje, Ry en Canadá y Marti en México, pero querían saber cómo estaba su abuela y averiguar qué pensaba hacer el Departamento de Servicios Sociales ahora que se había declarado a Theresa, oficialmente, incapaz de cuidar de sí misma.

      Tras informarles y responder a sus preguntas sobre el asistente de Missoula y la de Northbridge, le costó quitarse a Neily Pratt de la cabeza. Y no sólo porque se hubiera dado la vuelta para mirarlo.

      No le extrañaba que su abuela la confundiera con Mikayla. Aunque no eran ni mucho menos idénticas, se parecían tanto como si fueran primas. Sobre todo en el pelo, fuerte y de un castaño caoba intenso que llamaba la atención, pero también en la nariz, fina, respingona, tentadora.

      Sin embargo, Neily era más baja que Mikayla, incluso teniendo en cuenta que la asistente social llevaba zapatillas deportivas y no zapatos de tacón alto. Tampoco era de piel morena, sino muy blanca, y sus ojos no eran de color avellana sino de un azul tan maravillosamente metálico y profundo que no se cansaba de mirarlos. En cuanto a su cuerpo, la asistente era menos voluptuosa que Mikayla, aunque con curvas suficientes como para gustar a cualquiera.

      Intentó dejar de pensar en ella, pero no lo consiguió y empezó a parecerle preocupante. Su encuentro le había afectado mucho; no por la posible investigación del Departamento de Servicios Sociales, puesto que su abuela no había sido víctima de abusos ni de negligencia alguna, sino por su propia respuesta ante Neily Pratt.

      Había sentido algo extraño. Algo que lo empujaba a verla de nuevo, a charlar con ella, a admirarla con menos polvo encima. Y eso era alarmante, porque sabía que podía ser un principio y no quería que lo fuera.

      Sacudió la cabeza, disgustado con sus emociones, y se preguntó qué le estaba pasando. Acababa de conocer a esa mujer, y desde luego no tenía la menor intención de mantener una relación con alguien después de lo de Mikayla y de los dos años que habían transcurrido desde su muerte.

      Habían sido dos años tan terribles que se había convencido de que no volvería a ver la luz del sol en cuestión de sentimientos, tan insoportables, que tuvo miedo de terminar con el tipo de depresión que había llevado a su abuela a aquel estado.

      Pero sin saber ni cómo ni por qué, las cosas habían empezado a mejorar. Aunque no estaba totalmente recuperado, aunque la vida le había jugado una mala pasada, ahora veía luz al final del túnel y no quería volver a caer en ese tipo de oscuridad, en el vacío de perder a la persona amada.

      La mejor forma de evitar ese peligro era estar solo, no apreciar tanto a nadie como para echarlo en falta si fallecía de repente o si las cosas no funcionaban; y se había mantenido fiel a esa decisión, intentando disfrutar de los pequeños placeres de la vida y manteniéndose alejado de las mujeres. Además, tenía a su hermano y a su hermana con él.

      Sin embargo, la aparición de Neily lo había cambiado todo. Se dijo que tal vez se debiera a su parecido con Mikayla, que había despertado emociones enterradas durante mucho tiempo. Pero fuera cual fuera el motivo de aquella atracción, iba a resistirse a ella con todas sus fuerzas.

      —Será mejor que empieces enseguida —se dijo en voz alta.

      Esperaba que Neily terminara pronto su trabajo y desapareciera para siempre de su vida. Así, no tendrían que verse. Porque nada merecía el riesgo de volver a sentirse en el borde de aquel pozo.

      Neily tuvo una jornada laboral muy ajetreada y no pudo ir a la casa de Theresa hasta la tarde del lunes, a última hora. Mary Pat le abrió la puerta, la saludó y dijo:

      —Lleva triste todo el día. Wyatt está sentado con ella en el porche trasero.

      —Iré a verla. Ya me conozco el camino.

      El porche al que la enfermera se refería había sido probablemente un invernadero en los viejos tiempos de la casa Hobbs. Era un lugar pequeño situado en la parte de atrás, completamente cerrado con cristaleras. Hasta los arreglos del día anterior, la mayoría de los cristales estaban rotos, pero los habían cambiado y el sol de abril, que no era muy intenso, se bastaba para calentarlo y hacerlo agradable.

      Desde allí se veía gran parte del pueblo, y Theresa y Wyatt se estaban dedicando a disfrutar de las vistas. Sin embargo, Neily prefirió no anunciar su llegada. Quería observar cómo se relacionaban antes de que fueran conscientes de su presencia.

      Estaban sentados en dos sillas de mimbre, de espaldas a la entrada, pero en un ángulo perfecto para que Neily los pudiera ver de perfil. La tristeza de la anciana era evidente, su expresión era sombría a pesar de que Wyatt Grayson intentaba animarla con una historia divertida sobre un vendedor de herramientas.

      Aunque no había nada alarmante ni extraño en ello, Neily se quedó allí un momento más para poder mirar al nieto de Theresa.

      Intentó convencerse de que su interés por él era profesional y totalmente ajeno a su atractivo, a lo bien que le quedaban la camisa y los pantalones de sarga, a sus hombros anchos, al brillo del sol en su cabello rubio y a sus facciones marcadas. Se dijo que sólo los espiaba porque quería observar su relación. Y justo entonces, Wyatt consiguió robarle una sonrisa a su abuela.

      —Toc toc —dijo al fin, como si acabara de llegar.

      Él se giró inmediatamente hacia ella y la miró con toda la intensidad de sus ojos grises. Theresa, en cambio, siguió contemplando las vistas.

      —Mira quién ha venido, abuela… es Neily —anunció, levantándose de la silla.

      Theresa no dijo nada.

      —Es un lugar precioso para pasar un día de primavera… —comentó la recién llegada.

      —Desde luego. Convencerla para venir no ha resultado fácil, pero Mary Pat y yo nos empeñamos y al final lo hemos conseguido —le explicó—. En fin, supongo que no has venido para verme a mí… será mejor que os deje a solas. Sin embargo, ¿podríamos hablar un minuto cuando termines?

      —Por supuesto —respondió, encantada con la idea.

      —¿Quieres algo de beber? ¿Café? ¿Té?

      —No, gracias. Sólo quiero estar un rato con Theresa.

      —En tal caso, me marcho.

      Wyatt se acercó a su abuela, le acarició el hombro y añadió:

      —Espero que no te moleste que me vaya. Te dejo con Neily…

      La anciana se limitó a darle una palmadita en la mano y siguió mirando por la cristalera como si aquello no fuera con ella.

      Neily se sentó en la silla que Wyatt había dejado vacía.

      —No te preocupes, estaremos bien.

      Cuando él se marchó, Neily intentó no pensar en lo mucho que le gustaba y decidió concentrarse en su abuela.

      —Hola, Theresa. ¿Cómo estás hoy?

      Theresa se encogió de hombros, pero no contestó.

      Neily miró el paisaje. Desde allí se veía toda la zona de Northbridge que se había urbanizado a partir de la década de 1950; pero no era especialmente interesante.

      —¿Te gusta que Mary Pat y tu nieto estén aquí?

      —Son buenos conmigo —respondió sin inflexión alguna.

      —Entonces, te alegras de que hayan venido…

      —Sí.

      —¿Y qué hace exactamente Mary Pat?


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