El ministerio de la bondad. Elena Gould de White
Nadie debe amargar tan triste experiencia con censuras innecesarias. Nadie fue jamás regenerado con oprobios, pero éstos han repelido a muchos y los indujeron a endurecer sus corazones contra todo convencimiento. La ternura, la mansedumbre y la persuasión pueden salvar al extraviado y cubrir multitud de pecados (Ibíd., 123).
Fomentar el amor a la hospitalidad. Al considerar los intereses eternos, despiértense y comiencen a sembrar la buena simiente. Lo que siembran, también segarán. Viene la cosecha: el gran tiempo de cosechar, cuando recogeremos lo que hemos sembrado. No habrá fracaso en la cosecha. La cosecha es segura. Ahora es el tiempo de sembrar. Hagan ahora esfuerzos para ser ricos en buenas obras, “dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” [1 Tim. 6:18, 19]. Les imploro, mis hermanos por doquiera: despójense de su frialdad de hielo. Fomenten en ustedes el amor a la hospitalidad, un amor para ayudar a quienes necesitan socorro (RH, 20-4-1886).
Revivir el espíritu del buen samaritano. No ha habido mucho del espíritu del buen samaritano en nuestras iglesias. Han sido pasados por alto muchos necesitados, como el sacerdote y el levita pasaron por alto al herido y magullado forastero que había sido dejado moribundo a la vera del camino. Precisamente quienes necesitaban el poder del Salvador divino para curar sus heridas, han sido dejados sin atención e inadvertidos. Muchos han procedido como si fuera suficiente saber que Satanás tenía su trampa toda lista para un alma, y que ellos podían irse a casa y descuidar a la oveja perdida. Es evidente que quienes manifiestan un espíritu tal no han sido participantes de la naturaleza divina, sino de los atributos del enemigo de Dios (T 6:294, 295).
Simpatía tanto como caridad. Se me ha mostrado que entre quienes aceptan la verdad presente hay muchos cuyo temperamento y carácter necesitan conversión. Todo el que pretende ser cristiano debiera examinarse a sí mismo, y ver si es tan bondadoso y considerado con sus prójimos como desea que sus prójimos sean con él. Cuando se cumpla esto, habrá un proceder que estará de acuerdo con la similitud divina.
El Señor es honrado por vuestros actos de misericordia, por el ejercicio de la consideración bien meditada en favor de los infortunados y desvalidos. El huérfano y la viuda necesitan más que nuestra caridad. Necesitan simpatía, cuidado y palabras de compasión y una mano ayudadora para colocarlos donde puedan aprender a ayudarse a sí mismos. Todos los hechos realizados en beneficio de quienes necesitan ayuda son como si fueran hechos para Cristo. En nuestro estudio por saber cómo ayudar a los infortunados, debiéramos estudiar la forma en la cual obraba Cristo. No rehusaba trabajar en favor de quienes cometían errores; sus obras de misericordia eran hechas para todos, los justos y los injustos. Curaba las enfermedades de todos por igual y les daba lecciones provechosas si ellos humildemente las pedían.
Quienes pretenden creer en Cristo han de representarlo mediante hechos de bondad y misericordia Los tales nunca sabrán hasta el día del juicio qué bien han hecho al procurar seguir el ejemplo del Salvador (Carta 140, 1908).
La bondad es la llave de un evangelismo más amplio. Si quisiéramos humillarnos ante Dios, ser amables, corteses y compasivos, se producirían cien conversiones a la verdad allí donde ahora se produce una sola (TS 5:263).
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